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La Infanta Elena se niega a formalizar la relación con su amigo especial

Elena de Borbón prefiere disfrutar de las ventajas de la soltería. Puede moverse libremente sin que la persiga la prensa. No obstante, no está sola. Tiene un amigo especial en quien apoyarse

La infanta Elena tiene un hombro donde apoyarse

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El Semanal Digital

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La infanta Elena no está por dar el gusto a los medios de formalizar relación sentimental alguna. La más Borbona de las hijas del rey Juan Carlos y doña Sofía, descubrió, tras separarse de Jaime de Marichalar, que la soltería era el mejor estado de cara a la galería. Así evita seguimientos de la prensa y preguntas incómodas. Aunque se desconocen los motivos, la verdad es que tiene fobia a cámaras y micrófonos. Es una mujer de rompe y rasga, de la que siempre se ha alabado su buen carácter. Que se lo digan a los periodistas que querían captarla cuando estaba embarazada de su primer hijo, y ella se cubría la barriga para fastidiarles la fiesta. O a los que hacen guardia cuando acude a montar a caballo. En alguna ocasión, ha descabalgado para pedir, en tono imperativo: “¡Me quiere dejar en paz!”. Y, por supuesto que sí, alteza.

El matrimonio de Elena de Borbón y Jaime de Marichalar ya estaba tocado de muerte cuando a él le sobrevino el ictus. Tenían formas diferentes de entender la vida. Ella se levanta muy temprano. A él le gustan las fiestas de tarde-noche. Mientras que la mayor de los reyes eméritos tira más por la discreción, su ex marido no se resistía a llamar la atención si eso implicaba ir a la moda. Cuentan que fue ella quien le dijo a él que ya no soportaba más aquella unión. Marichalar estaba dispuesto a seguir intentándolo. Sin embargo, eran demasiadas las cosas que les separaban. Tantas como un mundo.

El anuncio del cese temporal de la convivencia entre doña Elena y don Jaime causó ruido. Más que nada porque no se entendió el eufemismo escogido cuando se trataba de una separación en toda regla. En aquellos días, fueron varias las mujeres famosas que ofrecieron su testimonio en los medios sobre lo abatido que estaba el duque. Esto motivó que su madre, la fallecida condesa viuda de Ripalda, se instalara en su casa durante una temporada. A él le vino muy bien porque tenía una persona de toda su confianza con quien hablar. Otra ventaja era que así evitaría que esa corte de señoras, que se autoproclamaban amigas, se dejaran caer por su domicilio. Algunas, desesperadas por tener protagonismo en los medios, entraban en la escalera donde estaba situado el piso de Jaime y permanecían dentro por unos minutos. Una estratagema urdida con el único propósito de que algún fotógrafo o cámara las inmortalizara saliendo del inmueble y así su nombre sonara en prensa.

El hombre que más cerca está de la infanta Elena es Luis Astolfi. Mantuvieron un noviazgo en su juventud pero cada uno siguió su camino. En la actualidad, ambos están separados. Lo suyo no se limita a su mutuo amor y devoción por la hípica. Se ven siempre que pueden y en otros ámbitos. En realidad, Luis es la roca de la hija mayor de los reyes eméritos. Siempre está ahí cuando necesita consuelo. Es quien mejor la comprende. El único que consigue frenarla cuando le da uno de sus prontos. La infanta tiene carácter y no suele escuchar cuando se enfada. Sin embargo, a Luis sí. Él es el contrapunto perfecto para ella. Hace que olvide la rigidez en la que se mueve y consigue hacerla reír. Están hechos el uno para el otro. Ellos lo viven a su manera. Sin formalismos ni ataduras innecesarias que quitarían encanto a la relación.

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