Cortan las alas a la amiga más querida y especial del rey Juan Carlos
Malos tiempos para Corinna. La danesa se ha pasado de lista en un mundo donde los errores se pagan. Una mala elección ha hecho que su castillo de naipes caiga y la deje al descubierto.
La historia entre el rey Juan Carlos y Corinna ha hecho correr ríos de tinta. Dicen que el monarca estaba dispuesto a todo con tal de vivir la vida junto a su amiga más especial y querida. Por ella, pensó en divorciarse, darle una patada a la corona y empezar de nuevo. Eran los días en que al soberano le bullía la sangre como a un adolescente y hubiera sacrificado todo por esa rubia de ojos azules que le hizo perder la compostura y le costó el reinado. Por ella, olvidó los principios elementales de un rey, que son estar al lado de los ciudadanos cuando las cosas van mal dadas. Demostrar empatía ante el sufrimiento. Botswana marcó un antes y un después. Ese viaje le sentenció. La ciudadanía se tomó muy a mal que el monarca disfrutara de viajes de lujo mientras la crisis obligaba a las familias españolas a apretarse el cinturón.
Cuando el rey emérito conoció a Corinna Larsen, cayó prendado y quiso tenerla a su lado. Ella se instaló en una casa en un punto discreto de Madrid y allí se veían. El hijo pequeño de la danesa, Alexander, fue testigo del gran amor que se profesaba la pareja. Quienes vieron a los tres juntos en aquella época explican que eran la viva imagen de una familia unida y feliz. Don Juan Carlos obsequió a su amiga introduciéndola en un círculo privilegiado para que pudiera ampliar su red social y hacer negocios que le reportaran importantes dividendos. Sin embargo, tras Botswana, llegó el final. El rey comprendió entonces que separarse de doña Sofía era imposible. Nobleza obliga. El escándalo hizo que Corinna tuviera que irse de España. Eso sí, como último regalo, don Juan Carlos la despidió dándole el sitio que había ocupado en su vida a golpe de entrevistas con portada incluida.
Corinna Larsen es una mujer inteligente que sabe moverse en sociedad. Es guapa, sabe idiomas y tiene una formación que le permite hablar de muchos temas. Es lo que se conoce como una mujer de mundo. En Mónaco, la dama ha ejercido como una especie de asistente para la princesa Charlene. Fue idea del príncipe Alberto ponerla junto a su mujer para que le enseñara cómo desenvolverse en el lugar que ocupa como primera dama de Mónaco. No parece que Corinna haya pasado con nota la experiencia, pues la princesa, siempre que puede, abandona el Principado para refugiarse en Francia o bien se embarca en viajes privados por el mediterráneo.
Durante años, Corinna se ha presentado como princesa. Sin embargo, se le acabó el chollo. Su ex suegro, el príncipe Alexander de Sayn-Wittgenstein, ha hecho llegar un comunicado a Vanity Fair donde aclara la situación real de la mujer que estuvo casada con su hijo: “De acuerdo con la ley alemana y el código familiar de la casa principesca de Sayn-Wittgenstein-Sayn, desde el divorcio de nuestro hijo, el príncipe Casimir, el 5 de octubre de 2005, la señora Corinna Larsen Adkins no tiene derecho a utilizar el título de princesa o el tratamiento de Su Alteza Serenísima (S.A.S.)”. Y es que Corinna no cambió sus apellidos por los de su marido hasta tres años después del divorcio. Por tanto, el hecho de utilizar el título de princesa no le corresponde. Podría haberlo pactado en alguna de las cláusulas del convenio de separación. Sin embargo, nada pidió. Tanto su ex suegro como su ex marido han callado durante estos años para que nada afectara a Alexander. No obstante, ahora que éste ha cumplido quince años, han considerado oportuno aclarar la situación. Malos tiempos para Corinna Larsen. Ni amiga especial, ni princesa.