La reina Sofía, triste y dolida por el comportamiento de la infanta Elena
La reina emérita lleva un verano para olvidar. Ha tenido que ser ella la que ha dado la cara en Palma mientra su marido iba a su aire y con Marta Gayá. A esto se une el feo de su hija mayor.
Sin duda, este ha sido un verano horribilis para doña Sofía. Tras lo visto durante el cumpleaños de los reyes de Noruega, donde los reyes eméritos se mostraron como dos compañeros bien avenidos, parecía que don Juan Carlos iba a seguir esta línea de respeto para compensar a su sufridora esposa, que ha aguantado carros y carretas desde que se casaran. Ella, completamente enamorada, él, por aquello de nobleza obliga, de otro modo no se explica esa colección de amigas especiales que ha atesorado a lo largo de los años y con las que aseguran sus íntimos jamás acaba en malos términos. Es más, de cuando en cuando, las telefonea para saber cómo les va la vida. Todo este trasiego extramarital hizo que doña Sofía, hace muchos años, cogiera a sus hijos y viajara a La India para refugiarse en su madre y su hermana. Pasó unos días en Madrás y allí confesó a la reina Federica y a doña Irene que deseaba romper su matrimonio ya que era completamente infeliz. Estaba cansada de tanto desliz y del nulo cuidado en ocultarlo. Se sentía agotada, ridiculizada y exhausta de tantos murmullos a su paso. Soñaba con un volver a empezar junto a sus hijos. En este sentido, aunque los matrimonios reales, en caso de divorcio, los hijos quedan bajo la custodia de la Casa Real, ella no estaba dispuesta a ceder y tenía claro que plantaría batalla. Y es que la soberana, antes que reina, ha sido madre. Siempre ha estado muy pendiente de Elena, Cristina y Felipe.
En la vida de la reina Federica hubo un hecho que la marcó profundamente y fue tener que abandonar Grecia. La soberana sin corona tuvo que vagar de aquí para allá hasta encontrar un lugar donde instalarse. Aquello le costó muchas lágrimas pues es muy difícil pasar del cielo al infierno. Si algo tenía claro es que no quería que Sofía pasara por lo mismo. Así que le hizo ver lo que sería su vida en caso de separación y cuánto afectaría a sus hijos. En ese momento, la reina emérita comprendió que su destino era ser un pájaro enjaulado al servicio de la Corona. Tendría que resignarse a vivir un matrimonio infeliz. Y, un día, regresó a Madrid. Allí la esperaba su marido, que prometió reformarse. Sin embargo, sus palabras se las llevó el viento.
En el otoño de su vida, doña Sofía ya ha desechado la idea de un reencuentro con su marido. Eso sí, confiaba en que cesarían las humillaciones. Sin embargo, continúan, tal y como pudo comprobarse en Irlanda cuando don Juan Carlos asistió a un acto acompañado por Marta Gayá. Sin duda, la buena señora ya podría retirarse y dejar de hacer la pascua a la soberana. Se diría que disfruta haciéndola sufrir y contribuyendo a su escarnio público. Francamente, hay personas que no tienen principios ni finales. Lo cierto es que todo son pulgas a la reina emérita. El hecho de que la infanta Elena se haya dedicado tanto a su padre en las últimas semanas la ha puesto triste. No comprende por qué su hija no hace lo mismo con ella. Con un pequeño gesto se conformaría. Y más si tenemos en cuenta que ha sido doña Sofía quien ha estado al pie del cañón con sus nietos en Palma. No obstante, la duquesa de Lugo parece sentirse más cómoda junto a su padre. Ambos tienen rasgos de carácter muy parecidos. Son extrovertidos y les encantan los toros. Por su parte, la soberana adora la música y la espiritualidad. Con la infanta Cristina no puede contar dado que se encuentra en el exilio. Así las cosas, quien más cercano está a ella es su hijo, que no solo la quiere profundamente, también la admira por la dignidad con la que ha llevado la corona durante todos estos años. A su padre lo quiere pero no está de acuerdo con su comportamiento como marido.