Doña Sofía y la infanta Elena, unidas por una terrible circunstancia
El destino ha querido que la reina emérita y su hija mayor compartan una experiencia que las ha marcado a fuego. A diferencia de lo que ocurre en los cuentos, para ellas no hay final feliz.
Doña Sofía se casó muy enamorada de don Juan Carlos. Se prendó de aquel joven espontáneo y simpático que la cortejaba sin descanso. Había llegado la hora de formar una familia, así se lo había comunicado Franco a Juanito, cansado ya de escuchar sobre sus correrías que le llegaban vía informes escritos donde se mencionaba acerca de la voracidad sexual del joven. La cifra de mujeres que podrían haber pasado por sus brazos la cifró Amadeo Martínez Inglés en cinco mil.
El rey emérito solo cumplió con su papel de devoto y entregado esposo en vida del dictador. Sabía que un paso en falso en ese sentido le dejaría fuera de ser designado como su heredero. Una lucha sin cuartel que libraba a brazo partido con Alfonso de Borbón. Su primo parecía muy bien posicionado tras el matrimonio con Carmen Martínez-Bordiú y contaba con un gran valedor, el marqués de Villaverde, que no dejaba de darle trato prioritario mientras hacía de menos al príncipe.
El trato que ha dispensado a lo largo de los años el rey emérito a la madre de sus hijos ha estado marcado por los desprecios. No ha dudado en apartarla en alguna ocasión en que ella se ha acercado para abrazarle. Tampoco se ha cortado a la hora de abroncarla en público cuando le ha recordado que tenían que cumplir con otro compromiso. Un suma y sigue de humillaciones que han despertado una corriente de simpatía hacia doña Sofía por parte de los españoles.
A pesar de que las cosas son como son, doña Sofía es la única persona en el mundo que cree posible que el rey vuelva a sus brazos. Cree que se obrará el milagro mientras llora en silencio uno de los feos más grandes que su marido ha podido hacerle. Ocurrió el verano pasado, cuando don Juan Carlos se fue de crucero por las islas griegas con Marta Gayá. Sin duda, una oda al mal gusto elegir el país de nacimiento de su esposa para disfrutar de la compañía de la mujer a quien llama “My girl”.
El destino ha querido que la infanta Elena haya seguido el mismo camino en cuestiones matrimoniales que su madre. A Jaime de Marichalar le costó bastante conseguir que la hija mayor de los reyes aceptara su cortejo. Sin embargo, consiguió derribar todas las barreras y se convirtieron en marido y mujer. Fue de su mano que la infanta observó un cambio en el vestir que la hizo ocupar un lugar destacado en las listas de las más elegantes.
Y mientras parecía que la unión de Elena y Jaime funcionaba muy bien, la realidad era otra muy diferente: “Marichalar era muy mala persona. Se creía el padre del futuro rey (Froilán), sobre todo en la época en que se rumoreaba, sin fundamento alguno, que el príncipe Felipe era gay. Después perdió el interés”, relata Ana Romero en El rey ante el espejo (La esfera).
Las cosas fueron a peor entre los duques de Lugo. Jaime encajó mal la realidad y quiso desprenderse de aquella cadena que le ataba a doña Elena: “De la falta de interés (Marichalar) pasó al desprecio por la mujer a la que previamente había convertido en un icono elegancia. Tras la boda del príncipe Felipe, Marichalar entendió su condena y no la quiso: vivir el resto de su vida como segundón real atado a una mujer de la que no estaba enamorado”.