Mila Ximénez, una mujer cuya biografía rezuma el sabor agridulce de las heroínas
La colaboradora de "Sálvame" ha fallecido este miércoles 23 de junio a los 69 años tras una dura lucha contra el cáncer de pulmón que le fue diagnosticado hace justo un año.
Se bebió la vida a tragos, con la vehemencia y la pasión como estandarte. Subió y bajó de la noria del tiempo, se asentó unas veces arriba, otras abajo. Jamás se rindió. Mila Ximénez vivió mil vidas en una sola. Luchó como una jabata, pero al final, como siempre, ganó la parca, le cortó el hilo con su guadaña y se la llevó. Este 23 de junio han cruzado juntas hacia la otra orilla del río Aqueronte. Lo cierto es que, conociéndola, daría cualquier cosa por asistir a ese viaje. "¿No te has pasado un poco, cabrona? Ahora, en la mejor etapa de mi vida, ¿ahora vienes por mí? Me quedaba mucho por vivir, quería ver crecer a mis nietos, quería disfrutar de mi hija, de mis amigos, de mi éxito profesional. No era el momento. Eres una H de P".
A Mila Ximénez de Cisneros le ha robado la vida un inoportuno cáncer de pulmón al que se enfrentó con nervio desde el mismo instante en el que se lo diagnosticaron la pasada primavera. En plena pandemia, en pleno encierro. ¡Maldito inoportuno dolor de costillas! "Tengo el tumor más grande localizado en el pulmón, y a mí lo que me avisó fue el dolor de la costilla. La oncóloga me dijo que era un tumor con metástasis, ahí me cagué. Está en los pulmones, en el hígado y más partes. Me han explicado que cuando un cáncer está localizado se le dispara y punto, pero a este no se le puede disparar. Me dijeron si no lo tienes en la cabeza todo va bien y si no lo tienes en los huesos también. Lo van a dormir para evitar que ramifique más, una zona está más complicada, pero a esa zona la estamos quemando. Se ha cogido a tiempo, si logramos que se duerma todo irá bien", confesó Mila Ximénez a sus compañeros de Sálvame Deluxe en julio de 2020.
Ella necesitaba aceptar a su enemigo, ponerle nombre y luchar contra él. Genio y figura hasta el final.
La trayectoria de Mila Ximénez en los medios
Milagros Ximénez de Cisneros Rebollo, Mila Santana, Mila Ximénez. Mila, sin más, fue un personaje imprescindible de la televisión del siglo XXI. Su labia, su genio, su inquisitorial oratoria y su verbo libre la convirtieron en una de las colaboradoras imprescindibles de las tertulias del corazoneo. Temperamental como pocos, no le temblaba el pulso a la hora de refutar a todo aquel que osara llevarle la contraria. Lo hacía sin ambages, tal y como le brotaba, adjetivaba conductas y se peleaba verbalmente con esa ironía y rapidez que solo poseen los tocados por la divinidad de la inteligencia. Su sarcasmo, su mordacidad y su causticidad le habían convertido en un pilar imprescindible de las tertulias de Sálvame, pero la vida de Mila Ximénez antes del Tomate, antes de Sálvame, la vida de Mila en el siglo XX fue de todo menos aburrida.
Nació en Sevilla el 21 de mayo de 1952, era la benjamina de cuatro hermanos y el ojito derecho de sus padres. La niña Mila creció rodeada de comodidades. Trabajó como enfermera en el hospital Nuestra Señora del Rocío de Sevilla, gracias al enchufe que le buscó su padre con Utrera Molina, entonces gobernador civil. Allí coincidió con el doctor Roberto Pastrana. La joven e inocente Mila se enamoró, perdió la cabeza por aquel médico casado, bastante mayor que ella. En plena década de los 60 aquella infidelidad pública forzó al doctor a abandonar Sevilla. Mila, genio y figura, se lio la manta a la cabeza, fue detrás de él y así terminaron en el Departamento de Rehabilitación del hospital que dirigía el poderoso Cristóbal Martínez-Bordiú, el yernísimo.
Durante su participación en Gran Hermano VIP, en La curva de la vida; Mila apuntó, jamás explicó, que algo pasó una noche que hizo que su "mundo se viniera hasta aquí, hasta el infierno". Entre lágrimas señalaba el punto más bajo de la curva de su vida. El caso es que esta relación tóxica, este amor prohibido duró nueve años, los que tardó en conocer a Manolo Santana, nuestro Nadal del siglo XX.
La relación entre Mila y Manolo Santana
Mila y Manolo se casaron en 1983 en una ceremonia civil en la que el mismísimo presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, actuó como padrino. Según su curva de la vida, el matrimonio con Santana y el nacimiento de Alba, su única hija, la llevaron al cielo más infinito. En aquel tiempo se cambió el apellido por el de Mila Santana, se codeó con la jet set y vivió en una continua celebración. Se enamoró de Marbella y de sus vecinos ricos y famosos. Aquel rincón de la Costa del Sol, a camino de la bohemia y la locura, tenía hasta un príncipe, Alfonso de Hohenlohe. Marbella fue la mejor fiesta de Europa. Mila no se perdió ni una. "Yo no había vivido nada, cometí el error de quererlo vivir todo. Me sentí libre como un pájaro, él [Santana] me dejaba libertad, pero utilicé esa libertad mal gestionada".
Tan mal la administró que cayó en las redes de Antonio Arribas, uno de los componentes de Los Chorys, grupo de playboys vividores de la época, una cuadrilla capitaneada por Yeyo Llagostera que orbitaba en torno a la figura de Jaime de Mora y Aragón. Mecenas de las juergas, Luis Ortiz, Jorge Morán y Antonio Arribas se hacían pasar por sus sobrinos. En los brazos de Antonio Arribas más tarde cayeron Carmen Ordóñez y Lolita, entre otras muchas. Fueron tiempos de excesos.
El matrimonio con el tenista terminó tres años después, cuando Mila descubrió que vivía coronada por las grupies que acosaban al deportista de moda. Centró su inquina en su sustituta, Otti Glanzielus, una modelo sueca de nombre festivalero, que terminó por convertirse en la segunda madre de su hija. No es que se desentendiera de Alba, es que su complicada situación económica le obligó a dejarla con su padre.
Lejos de ella, Mila sufrió lo suyo. Sabía que había tomado la mejor decisión, pero indudablemente vivió su etapa más complicada y dura. No estaba la sociedad preparada para un sacrificio como aquel y tuvo que escuchar muchas críticas y chismorreos.
Por aquella época, Mila Santana afilaba su pluma privilegiada en periódicos como el ABC donde contaba con una columna semanal bautizada Un café con Mila, colaboraba en La revista de Peñafiel al tiempo que agudizaba su lengua en la mesa camilla de Encarna Sánchez. Con la locutora mantuvo una turbulenta relación antes de que apareciera la Pantoja. De ahí su inquina personal hacia la tonadillera. Ella sabía más cosas de las que aireaba. Lo cierto es que fueron años de amnesia, de los que jamás quiso hablar. Le dio por superar sus miserias agarrada al agua con misterio y a ciertas sustancias ilegales.
Un día paró. Su inteligencia privilegiada le recordó que ese no era el camino para salir del abismo. Dejó de saltar de casa en casa, aparcó su vida de nómada, regresó a Madrid y comenzó su idilio con Telecinco.
Nuevas esperanzas, nuevo trabajo, nuevos amigos, nuevas relaciones. Como escribió Jorge Javier. "Nos empezamos a hacer amigos en Sálvame, ese programa que empezó como una reunión de desempleados y ahora somos los reyes del mambo. Para que luego me digan que la vida no tiene música". El resto ya es historia.
Lo cierto es que la parca le ha expoliado a mi tocaya el final de la vida. Le ha sesgado la que pudiera haber sido su mejor etapa, la de la estabilidad, la paz, el equilibrio y el amor. Mila Ximénez, mujer de bandera, conoció el lujo, el boato, bajó a los infiernos y como el Ave Fénix resurgió de sus cenizas. Su biografía rezuma el sabor agridulce de las heroínas clásicas.