Las consecuencias de la decisión más dura de Rocío Carrasco serían irreversibles
Desde que Rocío Flores diera el paso de convertirse en personaje del corazón, poniendo precio a su vida privada, hay algo en la existencia de su madre que incomoda más que nunca al personal.
No, no habrá ninguna “rueda de prensa” por parte de Rocío Carrasco. Un escenario que se dibujó en los platós de televisión, pero que dista mucho de la realidad y de la intención de la hija de la Jurado. Y es que todos saben que el día que Rocío Carrasco hable, lo hará desde la portada de su revista de cabecera o desde algún plató de esos que le ofrecen día sí y día también para acabar con un silencio que pondría un punto final a muchas historias para no dormir. Unas ofertas millonarias que no han sido descartadas pero que de momento siguen sobre la mesa.
Y es que el tema vende y mucho. Por eso bien pareciera que se hubiera abierto la veda bajo el lema: “Todos contra Rocío Carrasco”. Esa al menos es la conclusión que se podría sacar desde que su hija Rocío Flores diera el paso de convertirse en personaje del corazón poniendo precio a su vida privada, en la revista Hola. La “esperada entrevista”, como bien dijimos la semana pasada, aportar lo que se dice aportar, no aportó nada nuevo; salvo para la cuenta corriente de la nieta de Rocío Jurado que se vio incrementada en varios ceros.
Quizás por ello, porque la hija parece que tiene muy poco recorrido sino cuenta nada más interesante sobre su madre, todos los focos han vuelto a girar hacia la gran protagonista de esta historia, Rocío Carrasco. Y es que sin ella nadie tendría ni portadas, ni minutos de televisión, ni nada de nada. Por ello, el silencio de la hija de la Jurado bien parece que empieza a incomodar a aquellos que pretenden seguir estirando de un chicle que no da más de sí.
La última en sorprender ha sido la hermana de la cantante quien, contestando a la llamada de Sálvame el mismo día que Antonio David Flores estaba trabajando, colocó la letra escarlata sobre su sobrina. La tía siempre cauta y silenciosa, Gloria Mohedano, levantó el teléfono y en el programa más visto, aseguró no entender “qué motivo hay para que una madre no se hable con una hija”. Animando a su sobrina a que cuente los motivos reales del distanciamiento con sus hijos. Mientras, Antonio David Flores escuchaba en silencio y con la mirada fija en su teléfono, la verborrea televisiva de Mohedano.
Gloria, con todos los focos sobre su persona, no desaprovechó la ocasión y con la voz nerviosa afirmó que le encantaría llamar a su sobrina por teléfono pero que no lo hace porque sabe su respuesta. Una explicación difícil de digerir teniendo en cuenta que la Carrasco se encuentra estos últimos años atravesando por sus peores momentos anímicos.
Así lo confirmaba Terelu Campos el pasado fin de semana en Viva La Vida al asegurar que “Rocío está mucho más triste que nunca y superada por las circunstancias”. Pero este dato no parece ser suficiente para un clan que, en vez de levantar el teléfono para preocuparse por la salud de la hija de la Jurado, han optado a la vista de lo ocurrido, en censurar públicamente su papel como madre.
Habría que preguntarse por qué los Mohedano no quieren saber nada de Carrasco o por qué colaboran en lo que algunos podrían interpretar como “un linchamiento público”. Quizás fue el “maldito parné”, la repartición de una herencia, en definitiva, la voluntad de “la más grande”, la verdadera causa de una guerra sin cuartel ante la que algunos se niegan a claudicar.
Los enemigos de Carrasco saben dónde está su talón de Aquiles televisivo y están en pie de guerra. Todos diseccionan, examinan, juzgan y condenan a Rocío como madre. Pero ella, ajena al espectáculo televisivo, prosigue en silencio soportando estoicamente cada una de las embestidas. Mientras tanto, su entorno la anima a que alce la voz de una vez y cuente todo eso que no ha querido contar hasta ahora y que sin duda alguna le causaría cuanto menos sonrojo a más de uno. Pero hasta esa decisión puede ser muy dolorosa. Se tendrían que abrir muchas cajas de Pandora y las consecuencias podrían ser irreversibles.
Mientras, yo me sigo preguntando: “Pero ¿nunca? Nunca hablará”. Y siempre obtengo la misma respuesta: “Nunca es demasiado tiempo. Demasiado”.