Beaumont le explica a Pablo Iglesias su "gran mentira" sobre Pedro Sánchez
Si Mariano Rajoy y el PP siguen en La Moncloa es gracias a Podemos y, primordialmente, a su líder. Y esa es una verdad que oculta obstinadamente el secretario general de la formación morada.
Obstinada e inasequible al desaliento es la estrategia en bucle de Pablo Iglesias. Tras más de tres semanas sin aparecer en público, evidenció tener clavada como una espina la consolidación del PSOE como la alternativa de izquierdas. Para el secretario general de Podemos es una de las peores aristas. “Hay que decir algo que es triste y es que se ha constatado que el PSOE no quiere echar a Mariano Rajoy”, aseguró ante el llamado Consejo Ciudadano Estatal de sus siglas. Y se quedó tan contento, cuenta el director de ESdiario en la columna de este domingo en La Razón.
Su discurso -prosigue- fingió ignorar que él mismo ya pudo aliarse con los socialistas y se negó a hacerlo, creyendo ver cerca el sorpasso que le permitiría convertirse en el líder de la izquierda y jefe de la oposición. Como le recuerda el socialismo oficial constantemente (porque sabe además el daño que le hace ante la opinión pública recordándoselo), si Rajoy y el PP siguen en La Moncloa es gracias a Podemos y, primordialmente, a Iglesias. Y ello pese al consejo contrario de compañeros de fatigas políticas como Íñigo Errejón. Porque si Iglesias se negó a apoyar a Pedro Sánchez cuando buscó su investidura como presidente del Gobierno fue fundamentalmente por propia decisión.
En privado, Iglesias gusta de reprochar a Sánchez que dejase de contestar a sus mensajes desde que empezó a pactar con el Gobierno la respuesta a los secesionistas catalanes. Él, claro está, optó por el otro bando. O, al menos, eso transmitía cada vez que censuraba al “bloque del 155” mientras restringía los reproches a los independentistas. La tan famosa como falsa “equidistancia” de Ada Colau le ha hecho un enorme agujero al casco de los morados. Ello pese a que su líder era continuamente advertido de las consecuencias que traería diluir su formación política en Cataluña y entregarla a las ambiciones personales de la alcaldesa de Barcelona. Secuelas, como se ha visto luego, muy difíciles de remediar en el resto de España, además sin que tal política le haya permitido obtener un rédito compensatorio en el propio Principado.
Iglesias culpa de sus fracasos a sus compañeros, por airear los debates internos, y a los periodistas, que tergiversan sus ideas
A este respecto, claro, hubo de hacer autocrítica por la rodada cuesta abajo del último año y los malos resultados en las pasadas elecciones catalanas. Sólo faltaría. Aunque nada parece hacer mella en un Pablo Iglesias convencido de principio a fin de su hoja de ruta. “Quiero deciros que estoy dispuesto a seguir dejándome la piel y la salud para pelear hasta el final”. Con estas palabras dejó claro que sigue sin ser consciente de la magnitud del desastre y de lo que ello significa, y se aferra a unas expectativas a todas luces ilusorias sin asumir error alguno. Al menos, los suyos. Una actitud que concuerda con su resistencia a abrir un debate interno y a asumir los resbalones cometidos, que han condenado a Podemos a hundirse en todos los sondeos de los últimos meses, los mismos que señalan al líder morado como el peor valorado de los cuatro grandes partidos.
Con esta realidad entre las manos, su anuncio de que intentaría forzar que Rajoy afronte este año un debate sobre el Estado de la Nación resultó un nuevo y menesteroso brindis al sol. Con todo, es así tal y como entiende Iglesias la política. Gestos y más gestos. Peor aún, el secretario general de Podemos continúa enrocado en que los españoles acabarán premiando su apuesta más radical, su cara más feroz, la que transmite miedo, pese a que cada día se vea más alejada de los problemas reales de los españoles. Y es que, desde hace demasiado tiempo, el único afán político de las huestes de Iglesias consiste en echar del poder a toda costa a Rajoy y al PP. Poca cosa, desde luego, si lo que se pretende es trazar una estrategia política de luces largas que permita volver a enganchar a millones de españoles que, indignados por la situación de crisis económica y la corrupción rampante que vivía España, acudieron a votar a Podemos en pasadas elecciones.
La cita de este sábado era una ocasión única para cambiar de rumbo. Así lo esperaba buena parte de sus inscritos, que ven con dolor esa interminable cuesta abajo del partido. También muchos dirigentes que observan preocupados cómo dentro de año y medio se la van a jugar en las elecciones municipales y autonómicas y deseaban ver en su líder gestos que marcasen un camino distinto del que les ha llevado a ser una formación cada vez más débil. Nada de eso se llevaron. Al revés, percibieron un Pablo Iglesias fiel a sí mismo. Un líder que culpa de sus fracasos a sus compañeros, por airear en los medios de comunicación los debates internos, y a los periodistas, que tergiversan sus ideas. O sea: Iglesias, abrazado al catecismo pablista de la ultra izquierda de siempre.