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Sacristán deja de ser "rojo" se copia de Serrat y se une al "club de los fachas"

El facha es el nuevo progre. Uno de esos personajes célebres que siempre se habían considerado de izquierdas y que aplican los diagnósticos de siempre.

Sacristán deja de ser "rojo" se copia de Serrat y se une al "club de los fachas"

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El club de los "fachas" tiene un nuevo y famoso integrante y Rafa Latorre ha aprovechado para hablar de este fenómeno en su columna de El Mundo en la que argumenta que "la palabra facha llegó ya muy devaluada al procés. Como turbo, que en su día se le adosaba a todo y el uso la fue desgastando".

De hecho, "en lo últimos tiempos lo de facha sonaba demasiado infantil y sólo delataba la pereza argumental de quien lo empleaba" pero "el nacionalismo catalán está a punto de rehabilitar el facherío con un significado completamente distinto al original. Como esas palabras que duermen durante años y que un día resucitan transformadas".

A saber, ahora "la compañía del facha ya no son Onésimo Redondo, Blas Piñar o Ynestrillas. Ellos son patriotas y el facha de hoy es un desarraigado. El facha actual pertenece a un club, poco selecto eso es cierto, donde van ingresando los Marsé, Serrat, Borrell o Valls. Boadella hace ya tiempo. El último en entrar ha sido José Sacristán".

Y es que "el facha es el nuevo progre. Uno de esos personajes célebres que siempre se habían considerado de izquierdas y que aplican los diagnósticos de siempre a la afrenta nacionalista en Cataluña".

Así, Latorre pasa a enumerar "de forma muy superficial, como una tormenta de ideas, qué es lo que a uno le puede convertir en facha en Cataluña. Su oposición al levantamiento de una nueva frontera, claro. Su aversión a que dos millones de personas sean declaradas extranjeras, evidente. Su crítica a la banalización de la dictadura mediante analogías absurdas y la nostalgia de la represión. La defensa del ciudadano frente al pueblo, la negativa a que los políticos se sitúen por encima de la ley y la consideración de los derechos de la oposición. La sospecha de que no puede ser bueno que se destinen tantos recursos públicos para la forja de patriotas. La incomodidad ante las manifestaciones verticales, promocionadas por el Gobierno y disciplinadas hasta en la vestimenta. La repugnancia por el trasiego de niños en actos políticos y por que en un canal infantil público se difundan consignas propagandísticas. Que no le gusten las antorchas, ni las paradas de país, ni las huelgas de país, ni todas esas cosas que rematan con un de país. El miedo a que los diputados canten el himno en pie en el hemiciclo y que los medios públicos vigilen, anoten y señalen a aquellos que no lo hacen"...

Conclusión: "Éste es un facherío extraño, más que nada porque los fachas de siempre, los históricos fachas, siempre habrían sido más de lo contrario. El facha de hoy es más bien un antifacha, que es lo que siempre había sido un antinacionalista. Porque, oigan, ¿hay algo más facha que un nacionalista?".

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