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Los "orcos" se disfrazan de personas normales para arruinar la fiesta de Sánchez

Con ese camuflaje tan bien conseguido parecía imposible descubrir las aviesas intenciones que tenía el grupo de energúmenos dispuesto a apoderarse por las bravas de lo que reclama...

Los "orcos" se disfrazan de personas normales para arruinar la fiesta de Sánchez

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No se habla de otra cosa este lunes, ni en los corrillos ni en las columnas de opinión que de la manifestación de Colón de este domingo e Ignacio Camacho tiene clara la conclusión en su columna de ABC: "Por más que el sedicente progresismo se empeñe en presentarlas como algo siniestro, un retorno cavernario a la España del No-Do o una hosca nostalgia de un país en blanco y negro con cunetas llenas de muertos, las manifestaciones de la derecha dan poco miedo".

Vamos, que "su grado de agresividad tiende a cero; nada de ese tenso músculo izquierdista que agita masas de ceño fruncido y aspecto fiero, ni de esa truculenta retórica de combate que inflama los discursos de poder popular y de asaltos a los cielos" porque la gente que tomó Colón no parecía ir tanto de protesta como de paseo.

Y es que "el ambiente podía resultar cualquier cosa menos bélico; el arma más peligrosa que portaban aquellos feroces guerreros eran banderitas de España compradas en la venta ambulante por tres euros y ondeadas con lánguidos aspavientos".

Camacho reflexiona preocupado que "tienen que haber llegado las cosas muy lejos y que ser muy hondo el descontento para que la bandera de una nación, el símbolo de su unidad en un mismo proyecto, se convierta en un emblema de disconformidad con el Gobierno".

En su relato irónico, "a simple vista, los presuntos orcos se habían ocultado bajo la respetable apariencia de personas normales. Familias burguesas, chavales con bufandas, matrimonios maduros con sus ancianos padres, grupos de amigos llegados de provincias que bostezaban de frío o por el cansancio del viaje".

Guasón añade que "con ese camuflaje se hacía imposible columbrar en la concentración la atmósfera torva e inquietante de una horda de energúmenos dispuestos a apoderarse por las bravas de las calles".

Todos, eso sí, "ofrecían muestras de escasa simpatía por un tal Sánchez y le reclamaban las elecciones que prometió convocar cuanto antes".

Será por eso, elucubra, que en las redes sociales la izquierda los tachaba de "exaltados radicales ansiosos de volver a una dictadura tétrica y asfixiante, sin derechos civiles y con los demócratas en la cárcel".

Con no menos ironía concluye que "en estos tiempos tan confusos no conviene confiarse; seguro que al llegar a sus casas a media tarde, las bestias se quitaron los disfraces y dieron rienda suelta a sus instintos salvajes".

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