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Un "vulgar aprovechado" hace polvo al Rey Felipe en su momento más duro y penoso

Felipe VI, que accedió al Trono en plena eclosión del populismo y en medio de un proceso de fuerte desgaste de los agentes políticos y de su propio círculo íntimo, no gana para disgustos.

El Rey Felipe, obligado a tomar medidas drásticas.

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I. D.

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En pleno confinamiento las columnas de opinión de los diarios se dividen entre el coronavirus y la dura decisión que acaba de tomar el Rey con respecto a su padre. Este martes desde su tribuna de ABC, Ignacio Camacho ahonda en ello reflexionando que Felipe VI sabe desde su proclamación que "la base de su legitimidad de ejercicio es la ejemplaridad, porque fue la pérdida de esta virtud la que provocó la abdicación de su padre".

Para el periodista "la ejemplaridad no constituye sólo el principal patrimonio de la Corona y la base de su imagen: es su verdadera razón de Estado, ante la que no prevalecen lazos de afecto ni de sangre" por eso "la durísima reacción de la Zarzuela ante las irregularidades financieras de Don Juan Carlos transmite el inequívoco mensaje de que el Rey no va a tolerar en su entorno ninguna clase de comportamiento reprochable".

Y la referencia al discurso inaugural sobre la necesidad de "una conducta íntegra, honesta y transparente" significa una "reprobación sin paliativos ni ambigüedades": "un verdadero repudio con dolorosas consecuencias emocionales".

Tampoco tenía otra opción, cree Camacho, porque "el silencio, la pasividad o los casuismos cautelares no los habría entendido nadie" y el liderazgo hay que demostrarlo yendo un paso por delante: "Ningún dirigente ni partido ha adoptado una resolución tan expeditiva ante sospechas de características similares".

En su opinión, "Felipe VI, que accedió al Trono en plena eclosión del populismo y en medio de un proceso de fuerte desgaste de los agentes políticos y de su propio círculo íntimo, ha captado desde el principio su papel de paradigma de valores capaces de superar cualquier escrutinio".

En cualquier caso, matiza, este último episodio deja "un sabor amargo en la medida en que nubla de forma prácticamente definitiva la figura de Juan Carlos con el riesgo de oscurecer ante la España actual los rasgos más luminosos de su reinado".

Vamos, que es "un mal final, una inexplicable malversación de su propio legado; el hombre al que debemos nuestras libertades, el gigante contemporáneo que transformó sin traumas una dictadura en un sistema democrático, puede terminar pasando al imaginario popular como un vulgar aprovechado. Y aunque el tiempo y la Historia corregirán sin duda ese juicio ingrato, él mismo lo ha embarrado encadenando en sus últimos años una secuencia de errores, torpezas y escándalos impropios de su intuición política y su visión de Estado".

Y lo peor, concluye, es que "ha puesto a su hijo en el compromiso freudiano de tener que aventar de la forma más drástica las cenizas del pasado".

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