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La variable que falta en la comparación entre Messi y Maradona marca la clave

Siempre se han establecido similitudes entre ambos pero lo que les distingue es lo que hizo de uno el antihéroe de una epopeya, un símbolo popular rodeado de permanente barrunto de tragedia.

Messi y Maradona.

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Este jueves un aluvión de columnas sobre Maradona sembraban la prensa española y entre ellas la de Ignacio Camacho en ABC planteaba la eterna duda entre los dos futbolistas argentinos universales: "A la comparación de Messi con Maradona le falta la variable esencial de las patadas que le pegaron a Diego en un fútbol sin VAR y casi sin cámaras donde centrales malencarados y aviesos practicaban sobre campos de barro la caza implacable del delantero".

Tanto es así que tal como hace hincapié la única vez que unos defensas, los ingleses, intentaron pararlo sin recurrir al derribo "acabó marcando el gol del siglo, una obra maestra que jamás habría podido consumar contra un canchero y resabiado equipo argentino", ironiza.

Aunque en ese partido fue otro gol con la mano el que derrotó a los británicos y fue la llamada Mano de Dios la que sirvió precisamente para resumir en aquel partido de México los dos polos entre los que Maradona osciló durante toda su vida: "la trampa y la gloria, el subterfugio y la excelencia, el escándalo y el prodigio. La dualidad extraviada y refulgente que cinceló su mito. La leyenda del esplendor en la hierba y el lado oscuro de la autodestrucción y la carrera hacia el abismo".

Para Camacho, como pasa en la buena literatura, "el aura de malditismo convirtió al futbolista en el antihéroe de una epopeya, en un símbolo popular rodeado de un permanente barrunto de tragedia".

Y es que, en su opinión, "nunca logró zafarse del halo de predestinación al que parecía abocarlo su infancia de miseria; en los momentos de mayor grandeza se dejaba atrapar por los fantasmas de una orfandad interior que lo empujaba al fracaso con la desalentadora terquedad de una cábala negra".

Sería para justificar su desplome moral que se victimizó en un personaje estrambótico que atribuía al resto del mundo la culpa de su propia pérdida y solo la pelota le transformaba en un "virtuoso inalcanzable" capaz de "iluminar con relámpagos de belleza las sombras de su infortunio".

Ignacio Camacho lo tiene claro, fuera del campo, Maradona era "un juguete roto, desamparado, expuesto a una soledad patética; carnaza de circenses hipérboles mediáticas que le arrebataban la dignidad sin compasión ante su dramática decadencia" porque "permitió que la fama y la desaprensión transformasen su infierno personal en un triste espectáculo de locura y caos".

Queda la esperanza de que ahora que ya no está "acabe el insano jolgorio de sus estragos y resplandezca de nuevo el descomunal arrebato de inspiración que producía oleadas planetarias de entusiasmo" porque "eso es lo que quedará al cabo de los años: la memoria de un fenómeno carismático que hacía brotar espasmos de felicidad y asombro en los estadios".

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