Periodistas y trabajadores cualificados, los rostros de las colas del hambre
"Espejo Público" sale a la calle para mostrar las interminables colas del hambre, el esfuerzo de las fundaciones, la solidaridad de los comerciantes anónimos y los estragos económicos.
Hay días en los que me reconcilio con el periodismo y este miércoles ha sido uno de ellos. Confieso que me gusta la televisión en todas sus variedades, como entretenimiento, como medio informativo, como vehículo de formación… Me gusta la tele y no me avergüenza confesarlo. Me gusta a pesar de que, desde hace tiempo (demasiado diría yo), en la televisión generalista se ha instalado un concepto de entretenimiento burdo en el que prima eso de sacar los trapos sucios del personal, incluso de los colaboradores, con la intención de enjuiciar y alimentar las broncas en directo, entre programas, incluso, entre cadenas. Todo por la audiencia, pero sin la audiencia.
No lo soporto, echo de menos el juego limpio y la deportividad, o lo que es lo mismo, la convivencia entre compañeros y rivales, sin groserías, sin trampas, sin discusiones ni peleas. Echo de menos la tele de antaño. Sé que se fue para no volver, que vivimos otros tiempos, que hoy priman los números, la cuota de pantalla y el target comercial. Echo de menos el periodismo con botas, el periodismo callejero que se ocupaba del barrio, de las historias sencillas, ese periodismo que se dedicaba a contar lo que pasa sin dejarse fagocitar por la política y el fútbol (que no el deporte porque en este país no hay más que fútbol).
Mientras haya un solo reportero atento, capaz de escuchar al prójimo, el periodismo no morirá
Rehúso del periodismo vocinglero de Twitter que está forjando periodistas que opinan antes de recapacitar y sin pensar; periodistas que salen de las facultades anhelando convertirse en influencers de dinero fácil antes que buenos reporteros de economía frágil. ¿Y qué decir de los periodistas de ratón? En resumen, soy una enamorada del periodismo local, el único que en el siglo XXI puede permitirse patear las calles. Estoy convencida de que mientras haya un solo reportero atento, capaz de escuchar al prójimo, el periodismo no morirá.
Eso es lo que ha hecho este miércoles el equipo de Espejo Público. Mientras Lorena García ha orquestado el programa desde el plató, Susanna Griso ha salido a la calle para mostrar en directo las interminables colas del hambre, el esfuerzo de las fundaciones, la solidaridad de los comerciantes anónimos y los estragos económicos provocados por una pandemia que nos ha robado miles de abrazos y de besos. "El año pasado atendimos una media de 400 familias vulnerables al mes, este llevamos una media de 3.500 al día", ha explicado Conrado Giménez, presidente ejecutivo de la Fundación Madrina. Si algo me ha quedado claro en esta mañana televisiva (como si no lo supiéramos) es la falta de respuesta de todas, absolutamente todas las administraciones.
No somos conscientes de la crisis económica en la que estamos inmersos y el coste social que vamos a pagar. La devastación y la ruina que nos va a dejar un bisiesto cruel que se ha cebado con una generación que realmente sabe qué es una guerra y una postguerra, la misma que trabajó de sol a sol para que sus hijos (nosotros) vivieran mejor, una generación que luchó por la libertad en un mundo de sombras. Es tiempo de recapacitar. Vivimos momentos inciertos, covid, paro, crisis... Necesitamos ponerle nombre y apellido a los números, solo así nos dejaremos de preocupar por qué vamos a hacer y con quién vamos a celebrar la Navidad. Necesitamos programas como el que nos ha regalado hoy Espejo público.
Las colas del hambre deambulan entre la clase media. Veo a Susanna entrevistando a familias desesperadas, con la mirada extraviada, inmersas en su aflicción, bebés que no se acordarán del trago, menores que jamás olvidaran el año que tuvieron que pedir para comer. Me asaltan las lágrimas, porque me veo allí. Porque la mayoría de las personas que colonizan esas hileras de la necesidad hace un año eran trabajadores más o menos cualificados, autónomos (los mismos a los que se les ha subido la cuota), freelance, comerciantes, pequeños empresarios que ya no tienen ni para comer. "He sido presentadora, modelo, traductora, necesito un trabajo de lo que sea. A mis 55 años estoy cualificada para muchas cosas", confiesa María de espaldas a la cámara. Con ella exploto, no puedo más. María soy yo.
La vida te da, la vida te quita en décimas de segundo. En mi caso, 2020 ha sido una montaña rusa de bajadas espectaculares y subidas lentas. He pasado cuatro meses sin ingresos, sin saber qué iba a ser de mí y de mi príncipe, viviendo y comiendo de la caridad, gracias a su padre y a los amigos. Con el miedo en la piel. Cuatro meses de noches interminables, le miraba en la oscuridad mientras dormía y las lágrimas no me dejaban disfrutar de ese rostro infantil que camina hacia la libertad. Llegó el verano, juntos superamos la canícula cómo pudimos. Atentos a la vida, a sus pequeños regalos y siendo conscientes de que lo que teníamos era mucho. Amigos, amor y momentos inolvidables. ¿De que va la maternidad si no de llenar la mochila de experiencias inolvidables? El verano agonizaba, el futuro se presentaba muy incierto. Entonces sonó el teléfono, en otra décima de segundo nuestra vida cambió de nuevo. No me lo podía creer, me había vuelto a salvar en el último segundo del partido.
Tras la bajada más vertiginosa de la montaña rusa de mi vida, había tocado suelo y de nuevo iba de subida. Termino el año de subida, en una lenta, calmada y gozosa subida que espero dure mucho tiempo. La felicidad no es más que paladear esos momentos etéreos, instantes que se esfuman también con el chasquido de los dedos. Me levanto todos los días dando gracias por lo que tengo, sin pedir nada más. Hoy me bebo la vida a sorbos pausados y conscientes. Una décima de segundo, una llamada menos y María hubiera sido yo. Quizá por eso, por lo vivido, soy capaz de valorar el trabajo de mis compañeros. No somos números, somos historias y resulta imprescindible ponerle rostro a cada uno de ellos.
El periodismo va de eso, de levantar conciencias. Me enerva pensar que, en ese mismo momento en el Congreso, políticos de todos los colores se estaban peleando como verduleras. Espero que de ésta salgamos, por lo menos, mejores personas. Cuídense mucho. Pase lo que pase, la vida no deja de ser una maravillosa aventura.