Los directivos de las cadenas han tirado la toalla en Nochebuena: No es rentable
La programación ha sido tan patética como la de años anteriores. El problema radica en que dado el panorama, estado de alerta y toque de queda, 2020 debería haber sido el año del cambio.
Menuda engañifa. Lo de la televisión cada año es peor. Una vergüenza, me atrevería a decir. Vale que en días como éste la mayoría de las familias están sentadas a la mesa celebrando la noche más familiar del año; vale que nadie está atento a lo que sucede en la caja tonta, pero no nos engañemos, en la mayoría de los hogares la tele suele permanecer encendida y hasta se convierte en generadora de conversaciones. Que las cadenas hayan tirado la toalla, que no haya nada nuevo bajo el sol en 30 años resulta, cuando menos, un fraude.
¿Es que no hay nadie capaz de insuflar un poquito de creatividad a la parrilla de Navidad?
¿Es que no hay nadie capaz de insuflar un poquito de creatividad a la parrilla de Navidad? Ni siquiera en este año tan extraordinario y cruel en el que todavía ronda el despreciable virus que nos ha robado miles de besos y abrazos y que pulula sobre nuestras almas amenazando con dar la puntilla con una tercera ola, ni por ésas, nadie ha pensado en todos aquellos que se han visto obligados a quedarse como Macaulay Culkin, solos en casa.
La Nochebuena televisiva del 2020 ha sido tan patética como la de años anteriores. Qué digo años, como la de décadas anteriores. El problema radica en que, dadas las circunstancias sanitarias, el estado de alerta y el toque de queda, como espectadora albergaba la esperanza de la sorpresa. Considero que era el año del cambio, de la sorpresa, de la novedad. No ha sido así, me temo que ya no será ninguno. Los directivos de las cadenas han tirado la toalla. No es rentable y punto.
“¡Bienvenidos a los 30 años de Telepasión!”. Lo dicho, tres décadas de lo mismo. Alaska arrancaba la fiesta pública con una parodia del festín de La bella y la bestia protagonizada por los protagonistas de la quinta edición MasteChef Celebrity: la Terre y Flo (que no Flosie, vaya a ser que se vuelva a liar parda). Toda una declaración de intenciones. No era este 2020 el año de repasar la historia, como ha sido habitual desde su estreno. Menos mal que en Telepasión andaban de cumpleaños.
A esas alturas ya estaba claro de que iba la Nochebuena televisiva: de recetas, cenas y pastiches, todo aderezado con una pizca de música de la de siempre. Raphael (entre amigos) y Pablo Alborán (también entre amigos). Ambos conciertos demostraron que la música tiene su lugar en televisión, pero no deja de ser más de lo mismo. El año pasado fueron David Bisbal y Estopa; el anterior, Manu Carrasco y Rosana. Podría seguir. Treinta años de Telepasión dan para mucho, tanto como para alcanzar la transversalidad televisiva. Los que peinamos alguna cana no podemos olvidar el bombazo que supuso la primera edición del programa aquel 31 de diciembre de 1990. En sus inicios, Telepasión planteaba un recorrido por los hechos destacados del año presentados desde la trastienda de la televisión a través de sus rostros más conocidos.
Anoche, la dirección de Juan Luis Iborra entrelazó nuevas actuaciones con clásicos del programa. Pedro Piqueras cantando Cambalache, Julia Otero imitando a la insinuante Michelle Pfeiffer en Los fabulosos Baker Boys, María Teresa Campos, Isabel Gemio, Joaquín Prat, Joaquín Arozamena, Olga Viza, el inolvidable Constantino Romero, María Escario, Francine Gálvez, Mirian Díaz Aroca y hasta la mismísima Leticia Sabater. Todos ellos se asomaron a la ventana de La Uno.
El problema radica en que en estos 30 años Telepasión ha perdido la esencia por el camino. Ya no queda nada de aquel espacio alimentado con un guión que rezumaba inteligencia e ironía, un espacio basado en la autocrítica. Telepasión es hoy una parodia de lo que fue, una caricatura que por lo menos puede alardear de una producción sobresaliente. Qué menos se le puede pedir a la pública, cadena que pagamos todos. A las 22.22 horas terminaba la fiesta en La Uno sin publicidad, pero con el patrocinio de Tena Lady, para aquellas pérdidas… A esas horas y con unos cuantos brindis encima… el despelote en casa fue general.
Mientras en el plató de Telecinco, María del Monte y Toñi Moreno se jugaban los cuartos solidarios frente a Paz Padilla y Santiago Segura, entre ostras y pichones, Raphael, por enésima vez, regresaba a La Uno por Navidad, esta vez encarnado en el espíritu de Camilo Sesto.
De su garganta prodigiosa y sesentera salieron las primeras notas de Vivir es morir de amor. Así, entre dueto y dueto la pública completaba otra hora de su puzzle navideño. A la misma hora, en Telecinco, María Patiño y Lydia Lozano entraban en plató listas. El que quiera que lo entienda, con la copa de vino en la mano y armando la marimorena. En la fase de la exaltación del amor y de la amistad. Tanto que la presentadora de Socialité, que siempre hace ascos a la comida, anoche se lo comió todo sin rechistar. Incluso se vistió de pavo y se marcó un bailecito al son de El Puma que de otro modo no hubiera sido tan bien recibido.
Jamás he entendido el éxito de La última cena. Esta versión de Nochebuena, menos todavía. No puede ser más casposa. Supongo que las audiencias acompañarán y con eso se justifica todo tipo de payasadas.
Jorge Javier estuvo en su papel, por encima del bien y del mal, como acostumbra desde hace un tiempo, (compañero no olvides que también se puede morir de éxito). El programa es un esperpento, un absurdo y ridículo concurso que en Nochebuena aprovechó el paso de Santiago Segura por MasterChef (flipante su profesionalidad entre fogones), tiró del humor de Paz Padilla y de la chispa de María del Monte y Toñi Moreno. Yo pagaría por una noche de feria con este trío andaluz. De los comensales, mejor ni hablamos, finalizaron la noche de forma grotesca y patética. Imagino que el tema del disfraz y las ridiculeces varias vendrían especificadas en el contrato, porque sino no me explico nada.
Señores, hasta para dedicarse al corte y confección televisivo hay que saber qué es lo que se quiere vender. Para ahorrar costes resulta imprescindible tener las cosas claras
Antena 3 ni se molestó en programar, dio la noche por perdida y se conformó con poner un equipo de documentación a revisar cintas para montar un popurrí de programa de seis horas. Un batiburrillo sin sentido, sin pies ni cabeza, una mezcolanza de lo que han considerado son los mejores momentos de la cadena. Sinceramente infumable.
Señores, hasta para dedicarse al corte y confección televisivo hay que saber qué es lo que se quiere vender. Para ahorrar costes resulta imprescindible tener las cosas claras, como La 2. La segunda cadena pública se decantó también por un revoltijo. Le dio un repaso al No Do del humor. Aprovechó el archivo, que para eso lo tiene, puso a unos cuantos a revisar cintas para montar otro programa de seis horas, esta vez de humor que, entre tanta basura, terminó siendo lo mejor de la noche. Más que nada porque a falta de creatividad cualquier tiempo pasado siempre fue mejor. Inolvidables Martes y 13, Gila, Eugenio…