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Dejad a Rovira que vuele solo, a los cómicos no les gusta trabajar encorsetados

Resulta indudable que "La noche D" posee indicios divertidos de entretenimiento blanco, pero tiene mucho que trabajar, mucho que pulir si quiere brillar como merece un programa de humor.

Dani Rovira

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Estrenar un programa de humor blanco y familiar como La noche D con la que está cayendo en el prime time de televisión no deja de ser una osadía, un atrevimiento, una decisión audaz que, como mínimo, se merece un respeto. No me explico el éxito de Mujer, un culebrón previsible, sin acción, con unos planos fijos que dan tiempo incluso a echarte una siesta. No lo entiendo, pero es lo que hay. Antena 3 está a punto de desbancar del podio mensual a Telecinco gracias a la tríada invencible: Pasapalabra, El hormiguero y Mujer.

El martes pasado, TVE estrenó La noche D, un comedy show presentado por Dani Rovira y acompañado por Pepe Viyuela, Antonio Resines, David Perdomo, Cristina Medina y Lara Ruiz que sentó frente al televisor a 1.318.000 espectadores. La noche D alcanzó un 9,7 de cuota de pantalla, cifra que puede parecer discreta puesto que los directivos de la pública habían puesto muchas expectativas sobre los hombros del protagonista de Ocho apellidos vascos, pero que no deja de estar dentro de la media de la cadena que ronda el 9,9%.

Arrancó Rovira caminando por los pasillos de la televisión, en lo que se transformó en una parodia de gran factura de cómo y qué pasa cuando se pone en marcha un programa de televisión. Tiró el cómico del pasado y del presente de la televisión, convirtió en exigentes directivos a José Sacristán y Ángela Molina, al tiempo que buscaba consejo entre maestros como Iñaki Gabilondo, Jordi Évole, Buenafuente o María Teresa Campos.

Una vez desvelados la misión, visión y valores del programa, surgió el germen de la verdadera Noche D, cuyo primer capítulo pululó sobre "el amor, el sentimiento que mueve el mundo", según Rovira. Con la que está cayendo, a veces resulta complicado compartirlo.

Envuelto en un plató de corte setentero, estridente, repleto de neones, en el que cohabitan el estilo industrial, los dibujos geométricos, las combinaciones imposibles de color y la fusión de muebles que pululan entre el folk y el arte del siglo XIX, Rovira se arrancó encorsetado con uno de sus monólogos. No está acostumbrado el malagueño a respetar el guion y por no salirse del telepronter no conectó como debiera con la audiencia. Rezumaba nervios. Imagino los propios del estreno. Presentó a sus colaboradores, pero no era él, sino un engendro fagocitado por un guion. Señores responsables de Good Mood y The Pool les recomendaría que dejaran a Rovira volar a su manera, no le corten las alas, que tire de improvisación y de ironía, seguro que todo va mejor.

El problema de La noche D es que parece un engendro desordenado, una mezcolanza entre El hormiguero, Lait Motiv, cientos de late-night talk show americanos y aquellos programas de humor desterrados de la televisión desde hace lustros.

La culpa no es de Rovira. El problema es de quien esté detrás de ese desorden, de esos nervios y de esas prisas que no dejan profundizar en nada.

Cierto que estamos hablando del primer programa, que las cosas probablemente se tengan que recolocar, que las secciones deberán asentarse, pero esta primera Noche D necesita ciertos retoques.

Me sobra Resines haciendo de Diego Serrano, con ese índice inconfundible, le falta amenazar con la escobilla a Dani Rovira. Considero que fue un acierto contar con cuatro madrinas de lujo como Belén Cuesta, Anna Castillo, Belén Cuesta y Silvia Abril, su entrevista juego (lejos de encorsetamientos) fue el primer atisbo de luz del programa, siempre y cuando le recomienden a Cristina que baje el nivel de histrionismo.

Otro puntazo para este primer programa fue la entrevista de Pepe Viyuela con Joaquín Sabina, que supo a poco. No por Viyuela, sino porque hace tiempo que Sabina no se prodiga por los medios y su discurso siempre resulta interesante. "Enrique Ponce se divorcia y Sabina se casa", bromeó respecto al amor.

Confieso que la primera hora me aburrió soberanamente, apagué la tele ante tal despropósito, pero mi admiración y cariño por Dani Rovira me hizo volver con cierto cargo de conciencia.

Le di una segunda oportunidad. Me reí con el asalto nocturno a la casa de Pablo López, me encantó la charla entre dos boquerones al pie de cama, me dio la sensación de que en ese instante Rovira fue más Rovira que nunca. Lo siento por David Perdomo, pero se me hizo invisible. Me gustó la entrevista en plató y me sorprendió el duelo de gallos románticos con el que despidieron el programa.

El tinder analógico me pareció una aberración. Me recordó aquel Amor a primera vista presentado por María Barranco, entrelazado con la caravana del amor de Jesús Puente convertida en furgoneta hippy. No me queda claro si soy yo la que está equivocada, porque mi cachorro estaba absolutamente entregado a la búsqueda de pareja, como le flipó la güija de Cristina Medina "la de La que se avecina". Cosas del salto generacional.

Resulta indudable que La noche D posee indicios divertidos de entretenimiento blanco, pero tiene mucho que trabajar, mucho que pulir si quiere brillar como merece un programa de humor, porque lo de ayer, en demasiadas ocasiones, resultó un despropósito. Rogaría a quien corresponda que le suelten la cuerda a Rovira, que lo dejen ser él mismo. Los cómicos siempre se mueven mejor en el campo de la improvisación que en el del encorsetamiento, para eso son cómicos y nosotros no.