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Prodigios, un soplo de aire fresco en el desierto televisivo que no seduce

Resulta paradójico que nos traguemos todo tipo de telebasura y no seamos capaces de admirar el estudio, el tesón y las horas de trabajo que hay detrás de las disciplinas de este talent.

"Prodigios" en TVE

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Existe un oasis entre el desierto cultural en el que habita Sálvame Deluxe, páramo que últimamente amenaza con la expansión territorial al domingo por la noche, y el tablero de ajedrez político o pandémico de La Sexta Noche. Se llama Prodigios. Como todos los oasis, Prodigios emerge por sorpresa, en un cambio de rasante. La noche del sábado, este soplo de aire fresco sorprende al espectador hastiado, aburrido de tanta telebasura y empachado de chabacanería política.

Desconocido, como todos los oasis, Prodigios es un concurso caviar que te reconcilia con la televisión, puesto que demuestra que hay futuro, más allá de la basura realities o los talent shows de andar por casa. En Prodigios prevalece el tesón, el esfuerzo y el estudio, frente al cerebro reptiliano.

Como buen talent que se precie, cuenta con un trío de jueces que, en lugar de fustigar, censurar, criticar, reprochar, incluso, vapulear a los concursantes (como nos tienen acostumbrados desde que Risto es Risto), se dedican a aconsejar con la mayor educación posible y, si cabe, son capaces de acercarse al escenario para corregir movimientos o notas del concursante. Lo hacen con tanta delicadeza que la corrección se viste de lección magistral.

El pasado sábado 13 de marzo, TVE estrenaba la tercera edición de Prodigios, con el histriónico Boris Izaguirre, que repetía como maestro de ceremonias de la mano de Paula Prendes. Ainhoa Arteta, Nacho Duato y Andrés Salado, metidos en la piel del tribunal, juzgaron a nueve niños prodigio en las categorías de danza, canto e interpretación instrumental. Tres pequeños maestros por cada categoría, soberbios todos.

Prodigios es un espacio tan exquisito como el caviar. Cuenta el refranero que no se hizo la miel para la boca del asno. Así, como parecía previsible, el estreno de la tercera temporada del programa grabado en Centro Cultural Miguel Delibes de Valladolid solo conquistó a 1.226.000 espectadores, lo que supuso un 8,8% de cuota de pantalla. Se trata del peor estreno del formato en sus tres temporadas. La primera consiguió llamar la atención de 1.453.000 espectadores, con un 11,8% de share, mientras que la segunda alcanzó un 9,4% y sentó frente al televisor a 1.249.000 amantes del clásico.

Resulta paradójico que como espectadores seamos capaces de poner la mente en blanco frente a basuras como La isla de las tentaciones, bazofias como el Deluxe y no seamos capaces de admirar el esfuerzo, el tesón, el estudio y las horas de trabajo que hay detrás de estas disciplinas. Me pregunto por qué la parrilla televisiva se dedica a plagiar programas vacuos, espacios frívolos que atontan nuestros cerebros. Porque de esta no se salva ni Dios. La isla de las tentaciones arrasa en Telecinco y Atresmedia amenaza próximamente con un sucedáneo al que ha bautizado Love Island. Que me parece genial, no seré yo quien lo vea. El mando da una libertad increíble. Ahora bien, ¿en Neox? ¿En la cadena infantil y juvenil del grupo? Se me ponen los pelos de punta, pero como no quiero prejuzgar, mejor esperemos a ver de qué va. A priori, confieso que estoy espantada. Me dirán que en horario nocturno todos los gatos son pardos y que ya deja de ser cadena infantil. A mí personalmente no me cuadra.

Regresemos al talent caviar. Con los conservatorios cerrados, los directores de audición tenían un gran reto por delante. El caso es que consiguieron reunir a 600 aspirantes. Parece que hay futuro a pesar de todo. Acompañados por la orquesta sinfónica de Castilla y León los nueve primeros candidatos a alzarse con el premio Prodigio del año, dotado con 20.000 euros, dejaron sin palabras al jurado y a sus ayudantes, la mezzosoprano Nancy Fabiola Herrero, el bailarín y coreógrafo Antonio Najarro y el compositor Lucas Vidal, creador de bandas sonoras más joven de Hollywood y ganador de premios tan importantes como el Emmy y el Goya.

Abrió fuego la navarra Selma Sola que, a sus 14 años, se enfrentó a la rabiosa y endiablada (por su dificultad técnica) aria La reina de la noche de La flauta mágica de Mozart. Con su asombrosa interpretación logró pasar al duelo, en el que optó por el aria de Las campanillas de la ópera Lakmé de Leo Delibes. En ambos casos deslumbró al jurado, especialmente a la cantante Ainhoa Arteta, a la que emocionó y que destacó su perfección técnica.

La misma que quizá no favoreció al granadino Alejandro Calero, que interpretó el tema Estrellas del musical Los Miserables, su timbre de voz, a punto de girar hacia la madurez y enfrentado a tal ostentación vocal, le dejó a años luz (a pesar de sus belleza). El tercer concursante en la categoría de canto también habría superado la prueba si no le hubiera tocado enfrentarse a la inexplicable voz de la niña Sola. Hacía tiempo que no escuchaba una voz blanca tan bonita, tan peculiar y tan dulce. Perfecta para interpretar el tema principal de Los chicos del coro, no tan espectacular para A millón dream de El gran showman.

Nacho Duato quizá lo tuvo más claro a la hora de salvar a Jorge García, el Billy Elliot burgalés (sí, fue uno de los 17 niños que formaron parte del elenco del musical) ejecutó una impecable variación del paso a tres de Paquita, de Minkus, que le supuso pasar al duelo posterior en el que resultó vencedor con un pasaje de Satanella de Pugni. El bailarín tuvo que batallar con Berta Tuxans (15 años) que interpretó Kitri, acto 1º de Don Quijote; y Julia Mollá que sobre las puntas apostó por una variación libre de la Entrada de Clara del Cascanueces de Tchaikovsky y en el duelo se atrevió con otra variación libre de A Little night de Mozart.

En la categoría instrumental, Odile (8 años) y su violín sedujeron al jurado, pero no lo suficiente como para pasar al duelo final. Si lo consiguió María Baez gracias al desparpajo y por apostar por primera vez en el programa por el sonido de las castañuelas. "Quiero demostrar que son un instrumento imprescindible en un escenario como éste. ¿Listos para sentir el ritmo? Os voy a dejar impresionados". Vaya que si lo hizo. Primero con Los toreadores de Carmen y después con el Fandango de Doña Francisquita. El paso a la semifinal fue para Antonio Peula (13 años) y su Chelo. La valentía y la osadía le elevaron al Olimpo. En lugar de apostar por temas clásicos, Peula interpretó una personalísima versión de Kashmir de Led Zeppelin que le llevó al duelo final y con el tema central de la película Ha nacido una estrella convenció al maestro Salado que le envió directamente a la semifinal. Lo dicho, una pena que no seamos capaces de saborear el caviar televisivo.

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