Love Island, un cóctel de cerebros reptilianos buscando amor en el mercado
El estreno multicanal del reality presentado por Cristina Pedroche alcanzó un pobre 2,1%de cuota de pantalla en Neox, lo que significa que sedujo a 338.000 espectadores.
"¿Estas listo para el amor? ¿Os imagináis como sería enamoraros durante unas vacaciones de lujo en esta villa? Love Island es un coctel alucinante de chicas chicos, sol y muchísimos flechazos. Nuestros isleños e isleñas convivirán durante seis semanas con un único objetivo: encontrar el amor. ¿Os lo vais a perder? Yo desde luego no".
Capitaneado por Cristina Pedroche, Neox estrenó anoche el mega anunciado Love Island, un pseudo producto surgido a rebufo del éxito de La isla de las tentaciones, con una diferencia, en esta ocasión, los concursantes se presentan sin pareja, porque en la isla del amor no se trata de poner a prueba la pareja, la lealtad o el morbo, se supone que los isleños y las isleñas (así han bautizado a los concursantes) buscan el amor verdadero. Bueno y los 25.000 euros del premio final. El estreno multicanal de Love Island alcanzó un 2,1% de cuota de pantalla, lo que significa que sedujo a 338.000 espectadores.
Con el debido respeto, en los primeros minutos del reality yo solo vi 10 cerebros reptilianos, 10 cerebros sin evolucionar a los que lo único que les preocupaba era el físico. El propio y el del contrario. "No me gustan bajitos", "Me considero una princesita y me gusta que me traten como tal". "He llegado a llorar por un like de Instagram". "Me he traído el móvil porque yo necesito hacerme el primer selfie de Love Island España con estos pibonazos", gritaba la Pedroche en versión cupido. Muy en su línea.
En el mercado de la carne y encaramadas en sus tacones, las cinco chicas esperaban ansiosas a sus romeos. Ellos tenían el privilegio de elegir chica. Machismo manda. Levantó el telón José, aparejador y desparejado al que le gustan las "chicas explosivas con buen culo". A las isleñas parece que no les encajó y ninguna dio un paso adelante por él. José escogió a Carla. El segundo isleño, Miguel, electricista, se definía como un alma libre que basa su encanto en el acento gallego y apostó por Celia. El tercer participante, Moure, primo del último mohicano, deportista que ha sacrificado el amor por la velocidad, busca una chica que sepa hacer trenzas. Llegó dispuesto "a comerse los melones de la isla". Mario, que así se llama el mohicano, escogió a Bea porque es "un cañonazo de tía". El cuarto isleño, Jesús, un tatuaje andante, boquerón que nunca se ha enamorado, busca una chica que acepte a su gata y a su familia. "Vaya pibones habéis metido en la isla", exclamó. Jesús apostó por Fiona, la misma que dio un paso adelante por él. Saúl, el último isleño, pamplonés, trotamundos al que le gustan las morenas y a las que seduce con su mirada penetrante se quedó con Bea, elección que lanzó a Moure directamente a los brazos de Adele.
Pues nada, en menos de una hora ya estaban los 10 concursantes emparejados. Pedroche les anunció que las parejas compartirán cama, desafíos y que será el público el que elija a su pareja favorita, a la ganadora de la edición. "Piscinita, mujeres y comida, para que queremos más".
No puedo. El nivel del concurso se me antoja patético. Tanto de ellas como el de ellos. Supongo que mi repulsa y hastío son producto del salto generacional. ¡Cuánto me alegro de no haber nacido entre 1981 y 1997! En estos momentos doy gracias a quien corresponda por no ser Millennial y no digamos Generación Z. Me siento mayor, pero orgullosa de formar parte de otro grupo, aquel que bautizaron como Generación X, los que sobrevivimos a la fiebre consumista de los 80, los que vimos nacer Internet y caer la burbuja de los 90. Aquella prole rebelde que se negó a aceptar el rancio mundo establecido por los adultos. Me siento orgullosa de ser parte de la generación del grunge y de la movida madrileña, de aquel grupo que rompió estereotipos y modelos de conducta. Lo sé, los sociólogos nos bautizaron la Generación Peter Pan, los niños perdidos que no quisimos crecer. Irremediablemente al final crecimos. Ocupamos el lugar de los adultos contra los que nos rebelamos. Lo que no tengo nada claro es que hayamos sabido inculcar aquel espíritu indómito a nuestros hijos, a la siguiente generación, a los veinteañeros del siglo XXI. Los Zillennials, unos jóvenes enganchados a los móviles, hiperconectados que en su mayoría sólo se preocupan por los likes y el culto al cuerpo. Unos veinteañeros a los que eso de cultivar la mente les parece algo anacrónico, cansino y, desde luego, aburrido. ¿Libros? ¡Qué horror! Mejor un atracón de Netflix o un reality. Lo sé, no se puede generalizar. Hay futuro, seguro. No son todos los que están, pero indudablemente en Love island sí están todos los que son.
Se presentaron una a una, uno a uno, escasas y escasos de ropa. Todos y todas mostraron sus credenciales a la cámara. Culos bien cincelados, ellas; tabletas de chocolate, ellos. Pieles bronceadas de lata y rostros prematuramente retocados por la magia del Botox, la mayoría.
No lo puedo soportar. Habrá quien me acuse, quien diga que me repugnan por envidia, porque ya no puedo lucir palmito como ellas, porque me dejé la juventud en el camino y vivo el otoño de la vida con amargura. Nada más lejos de la realidad. El óxido del tiempo tiene la mala costumbre de surcar el rostro, deja sus marcas en la piel, pero también alimenta el alma, nos hace más sabios. En la segunda entrega del partido de la vida saboreamos una buena conversación, valoramos el conocimiento, paladeamos la cultura, nos regodeamos entre los hilos de un buen debate cimentado por la sabiduría. Y a esto no se llega por ciencia infusa. A esto se llega alimentando el cerebro de la misma manera que esta tropa reptiliana nutre y esculpe sus cuerpos.
La juventud es una enfermedad con fecha de caducidad. Más tarde o más temprano perdemos la batalla y si en ese proceso no hemos sido capaces de entrenar el cerebro, el alma, si basamos la felicidad en el culto al cuerpo, estamos perdidos. Tan perdidos como veo yo a esta tropa de infelices desde mi atalaya, desde la distancia que me otorga el paso del tiempo.
De que Love island se emita en Neox, el canal infantil y juvenil de la casa, ya ni hablamos. Otro que desaparece del mando en mi casa. ¡Lástima The Big Bang Theory!