La guía definitiva para comer los mejores bocadillos de calamares de Madrid
Opciones hay tantas como madroños en el parque de El Retiro, pero si quieres quedar de cine con los parientes que vienen a visitarte a la capital, toma nota de nuestras sugerencias.
Una de las rutas gastronómicas madrileñas por excelencia es la de los bocadillos de calamares. Su origen es difuso pero en los años sesenta, esta tradición castiza se asentó en los alrededores de la Plaza Mayor y la calle Postas. Ir a "comerse un bocata" era parte del ritual de los estudiantes madrileños que, con el tiempo, se ha convertido en toda una tradición.
Actualmente la oferta es tan variada que a veces cuesta decidirse pero seguro que encuentras el tuyo en la selección que te mostramos. Hemos pensando en todo para que te conviertas en un gurú a la hora de aconsejar cuál es el mejor bocadillo de calamares de la capital según el ambiente que se busque.
1. Para amantes de lo de toda la vida: Cervecería Plaza Mayor
A más de 300 kilómetros de la zona de costa más cercana, los propietarios de este bar emblemático de la capital presumen de tener los calamares más frescos del Cantábrico. Fritos en aceite de oliva y servidos en pan estrecho, sus bocatas son imprescindibles si te paseas por los alrededores de la Plaza Mayor. Con cada consumición te pondrán además una tapa "castiza", a saber: croquetas, callos, gambas al ajillo o bacalao. Por cinco euros disfrutarás de tu bocadillo de calamares, tu bebida y un pedacito del Madrid más clásico.
2. Para hipsters con alma castiza: Celso y Manolo
En esta tasca con una decoración de lo más cañí las prisas se dejan en la puerta. Sus dueños, los hermanos Zamora, apuestan por el slow food y el buen hacer recuperando "bocadillos históricos" con la mejor calidad; por algo definen Celso y Manolo como un lugar donde se comen cosas ricas y se recibe a la gente con alegría. Rebozan sus calamares con harina ecológica de molino de piedra zamorano y los fríen en aceite de oliva para que sepan a lo que tiene que saber: al Madrid de los años 50 con un toque de innovación.
3. Para los que van a la caza de los locales de moda: El Porrón Canalla
Está situado estratégicamente en la calle Ballesta número 2, entre la Gran Vía y el barrio de moda (TriBall). Sus mezclas "de casa" reivindican los bocatas de madre de toda la vida. Además del bocadillo de calamares clásico, encontrarás el pepito de ternera con pimiento verde, el de lomo con queso, el de ventresca con pimientos rojos, el de sardinas en aceite con cebolla, los molletes de mejillones con patatas chip y el bocata de tortilla (otra especialidad que se merece un artículo para ella sola).
4. Para los que no quieren irse de Madrid sin probarlos: El Brillante
Un lugar mítico que lleva abierto desde 1952 entre la estación de Atocha y el Museo Reina Sofía. Hacer una parada antes de coger el tren de vuelta a casa es un plan obligatorio para muchos visitantes. Tienen diferentes panes y formatos de bocadillo pero los calamares son inconfundibles, tiernos y jugosos. El capricho puede salirte un poco caro para ser un simple bocadillo, 6,50 euros la unidad con bebida aparte, pero sin duda la experiencia merece la pena.
5. Para los que disfrutan con un buen pan: Los Galayos
Por su pan de chapata rústico lo conocerás, y es que además de la imprescindible caña de origen nacional, un bocadillo digno de recordar tiene que ir acompañado de un pan de aúpa. El calamar de Los Galayos llega de Galicia y se fríe en aceite de oliva suave y se sirve con bebida a 4,50 euros la unidad. Para los que miran la dieta han ideado un bocatín gourmet con aro de calamar, cebolla morada y unas gotas de alioli de cebollino. Su fachada te transportará a otra época de la cocina castellana y madrileña.
6. Con firma gourmet del cocinero Sergi Arola
Es uno de los snacks que el chef te ofrece cuando llegas a su casa, porque así es como define su local en la calle Zurbano 31 de Madrid. Un calamar rebozado en tempura, acompañado por unas gotitas de mayonesa y crema de limón es lo que te encontrarás si te decantas por este clásico renovado por unas manos expertas. Se presenta en unas finas láminas de pan crujiente con tinta de calamar. Toda una obra de arte que tiene poco que ver con la oferta de barra metálica pero que tiene su público entre los más sibaritas.