El necesario humor judío en tiempos de cólera palestina
Jeremy Dauber investiga en ‘El humor judío’ las raíces de un fenómeno que ha producido a algunos de los grandes cómicos del último siglo.
No sé si los israelíes harán chistes algún día sobre los secuestros y asesinatos de los últimos días. Se podría pensar que sí. Lo consiguieron, años después, con el Holocausto e incluso con Hitler. Aquí va uno.
Un adivino judío le dice a Hitler que morirá en una fiesta judía.
-¿Cómo puede estar tan seguro? – le pregunta el Führer.
-Estoy segurísimo -responde el adivino-, porque el día que usted muera será una fiesta judía.
El chiste está recogido en ‘Humor judío’ (Acantilado), de Jeremy Dauber, profesor de cultura yiddish de la Universidad de Columbia. Dauber se ha metido en las tripas de la historia del pueblo elegido, en la Biblia (“un libro muy poco divertido”) y en la idiosincrasia de los chistes y los gags judíos para intentar explicar el fenómeno que ha producido a los grandes cómicos del último siglo.
El humorista judío es mordaz y metafísico, se distancia de la sociedad, es altanero, mira de reojo a los demás y se siente incomprendido. Su humor es una coraza
Vaya por delante que lo mejor del libro son los chistes judíos que transcribe, y que nos sirven para darnos cuenta de que Groucho Marx, Woody Allen o Jerry Seinfeld comparten muchas fórmulas humorísticas. Parece como si todos bebieran de la misma fuente. Dauber investiga si esa fuente es la Biblia, aunque cree que más que la Torá, lo que sí hay una rica tradición judía.
Los elementos de esa tradición son los juegos de palabras, los retruécanos, la ironía, la sátira y las referencias cultas. El humorista judío es mordaz y metafísico, se distancia de la sociedad, es altanero, mira de reojo a los demás y se siente incomprendido. Su humor es una coraza y por eso es algo esnob. Esa insatisfacción la vemos claramente en Allen, Larry David o Lenny Bruce. El humor judío es una respuesta adaptativa, una solución para el aislamiento y la persecución sufrida durante toda la historia. En los campos nazis los judíos se esfuerzan por inventarse historias divertidas.
El humor judío también es libresco, culto, aunque con matices. Woody Allen dice que él no es un intelectual, sino que cita a intelectuales. Cuenta que de pequeño hacía chistes sobre Freud o sobre los martinis sin tener ni idea de lo que hablaba. Precisamente Freud advertía que somos más extraños de lo que imaginamos. Esa extrañeza personal lo explota el humorista y lo eleva a insatisfacción y desapego social. Pero eso ya estaba en Kafka, otro judío, para muchos un gran autor cómico.
Los humoristas judíos actuales -sobre todo los estadounidenses- han perdido muchas las referencias cultas, pero no las culturales. Se adaptan bien al ambiente, pero para sacarle punta. Eso se ve bien en Seinfeld o Larry David, con cierta inadaptación. Pero ya estaba en Mel Brooks. Dauber recupera la famosa escena de la película 'Sillas de montar calientes', donde un grupo de vaqueros comen alubias. A diferencia del western clásico, aquí empiezan a eructar y tirarse pedos después de comer. Era lo lógico, pero sólo a Brooks tuvo la osadía de contarlo.