Restaurante Minás, armenio descolocado
El magret (pechuga) de pato con un puré y salsa de arándanos (lo mejor), honesto sin más.
El gran Álvaro Cunqueiro afirmaba con su relativista galleguismo que comer bien siempre sale caro, pero que no en todos sitios caros se come bien. Tal nos sucedió al director de la revista Impuls y a otro “conaisseur”, A. M. y a un servidor, compañeros de placeres y/o fatigas gastronómicas, cuando fuimos el otro día a testar un restaurante nuevo, sito a pocos metros de mi casa. Bien decorado dentro de la contemporaneidad funcional, y con la singularidad de tener la cocina (algo pequeña) junto al comedor de la planta superior.
Mal me sabe esta crítica, pues de habernos encontrado con una “excelente” relación calidad-precio, o cuando menos “buena “, nada mejor que la proximidad de una carta satisfactoria tanto en yantares como en bebercios, sobre todo cuando quieres regresar pronto al sofá para dormitar gracias al bestiario de TV2, o cualquier película postapocalíptica donde ya no existen los críticos gastronómicos.
Claro que toda incoherencia entiendes cuando ves en la carta de unos propietarios armenios (que gran cocina la suya propiamente “nacional”), platos tan sabiamente españoles, yo diría levantinos, como los que se nos ofrecen en cualquiera de nuestros restaurantes cocina contemporánea mediterránea de Rosas al estrecho gibraltareño.
Platos tan típicamente tópicos hoy en día como el salteado de chipirones con setas, o el tartar de atún de almadraba gaditana, con las consabidas tablas de jamón y quesos archiconocidos, incluso los "tigres", aquella genialidad mejillonera que por casualidad se inventaron en el ilicitano Huerto del Cura, por no redundar en calamar a la andaluza o surtido de croquetas, son tan comúnmente populares casi como las vinajeras, y cuyo mayor mérito coquinario, para el comensal español, no es otro que el de intentar superar al degustado con no muchos días de diferencia en cualquier bar o chiringuito playero frecuentado como parroquianos. Sólo diré que los chipirones estaban correosos por falta de tiempo, y el carpaccio de gamba carecía de su fina y necesaria laminación, siendo el caviar una anécdota que no un componente. Y otro sí las setas respecto a los chipirones.
La perdiz de crianza Navarra y resuelta al armañac, me recordó el muslo de pato occitano, pero sin la medida “delicatesen” de los flambeados galos. El bacalao confitado sobre espuma de patatas no estaba mal, pero tampoco impresiona cuando se acerca más a la me gusta que al abadejo cuaresmal. El magret (pechuga) de pato con un puré y salsa de arándanos (lo mejor), honesto sin más.
Golosas las hojas de manzana con fruta de la pasión y helado de fresa, e incidencia en el chocolate con una singular “marquesa” contrastada con mousse de nuestro fondillón.
La bodega escueta, pero bien elegida contiene diversas denominaciones de origen, sin olvidar los vinos alicantinos como el Triga, Tarima Hill o el Alicante Bouchet, predominando La Rioja en tintos y Castilla en blancos. Bien la licorería.
El cocinero y copropietario de Minás que ha pasado aprendizaje hispano en el monovero Xiri, parece que no se trajo todas las lecciones coquinarias de Josep Palomares bien aprendidas. Y eso que basta mirar la carta para comprobar un evidente corta y pega. Así que deberemos darle un margen de confianza vigilante y volver dentro de un año para comprobar si el meritorio se acerca al maestro.
Restaurante Minás
C: Avenida del Doctor Gadea 13
Teléfono 624 657 252 y 624 652 044
Precio medio: 55-70 EUR