OPINIÓN
La posible recomposición de la derecha española
Han impuesto la estrategia de la movilización callejera frente a la toma de decisiones dentro de las posibilidades que les daban los “pactos de gobierno” acordados hace un año con el PP. Pero ¿le sigue su electorado? ¿Le sigue la organización? Esa es la cuestión.
Ese chico vasco, Santiago Abascal, es muy torpe. En su artículo semanal, Inma Carretero cita el “dilema Mac Namara” que “le viene al pelo a la salida de Vox de los cinco gobiernos autonómicos”. El presidente Lyndon Johnson recibió un consejo de su secretario de Defensa Robert McNamara: que no prescindiera de Edgar Hoover, director del FBI, con un peculiar argumento: “Es mejor tener al indio dentro de la tienda meando hacia fuera, que tenerlo fuera meando hacia dentro”. Hasta ahora, Vox apuntaba hacia fuera con sus cinco acuerdos de gobierno con el PP contra la oposición de izquierdas en sus parlamentos autonómicos. Con la decisión tomada por Abascal, la cuestión que se le plantea a Vox es, si el cambio de orientación de su meada le conducirá, o no, hacia su declive. Si inicia su declive, su poco peso relativo en la política nacional y territorial, y lo capitaliza el PP, ¿es posible que asistamos a la reunificación de la centroderecha tras su ruptura de 2018-2019?
No es Vox quien ha cometido el error de prescindir de todo el poder regional alcanzado en julio de 2018, sino “una facción que se ha impuesto” en palabras del presidente del PP, Núñez Feijóo. Poco anda desencaminado. Solamente hay que releer la entrevista de Ángel Carreño a Macarena Olona del 5 de noviembre de 2023 para saber quiénes son los que en la dirección de Vox han cambiado de orientación y la han impuesto. Actuando tal como una secta. Y si la orientación que han tomado, prefiriendo el uniforme del ”antisistema” al desgastado de gobernar y tomar decisiones, les anclará, o no, en su electorado conservador y, lo que es más importante para ellos: seguir imponiendo su disciplina piramidal a toda la organización.
Ya son conocidos los porqués de la decisión de Santiago Abascal. El asunto de los 370 menores acompañados (menas) fue y sigue siendo una excusa. El motivo: el realineamiento con los posicionamientos de Viktor Orbán y Marie Le Pen en el parlamento europeo, prorrusas e islamófobas, “traicionando” a Giorgia Meloni, y el pánico al “ataque por su derecha” con la irrupción de Alvise en el escenario electoral. Los números que manejan reduce su actual expectativa a la pérdida de millón y medio de votos y poco más de la mitad de los actuales escaños en el Congreso de los Diputados. Han impuesto la estrategia de la movilización callejera frente a la toma de decisiones dentro de las posibilidades que les daban los “pactos de gobierno” acordados hace un año con el PP. Pero ¿le sigue su electorado? ¿Le sigue la organización? Esa es la cuestión.
Un balance desolador. El ala liberal-conservadora -que no “libertaria”- que representaba Espinosa de los Moteros fue purgada el otoño pasado provocando su salida de Vox. Lo mismo le ocurrió por esas fechas a Ortega Smith, el “dueño del aparato” hasta que fue apartado por Hoces y Kiko Méndez-Monasterio con un “nuevo aparato”, centralizado en el bunker de Bambú, disciplinado y sectario, en manos de Montserrat Lluís. Y una ninguneada organización provincial, enfocada a ser usada para la movilización electoral y callejera, sin influencia en las decisiones de ámbito territorial, y recelosa del elitismo del “nuevo aparato”. A mitad de las negociaciones de julio pasado, fue bruscamente apartada por Santiago Abascal al designar como “plenipotenciario” a Kiko Méndez-Monasterio.
La pregunta es: ¿la imposición de ese “volantazo a la derecha” es compartido por todo Vox y, en especial, por su electorado tradicional?
Tres facciones enfrentadas. Una se ha impuesto y anulado a las otras dos. La que se ha impuesto conforma el Comité de Acción Política, verdadero centro de mando de Vox; reúne al líder Santiago Abascal, a Buixadé, Ariza, Hoces, Garriga, Méndez-Monasterio, Cabanas, Lluís…que imponen sus decisiones en la Comisión Ejecutiva Nacional, y al resto de la organización a través de su “nuevo aparato”: a los grupos parlamentarios, municipales y, hasta hace unos días, a los miembros en los gobiernos regionales abandonados. La pregunta es: ¿la imposición de ese “volantazo a la derecha” es compartido por todo Vox y, en especial, por su electorado tradicional?
Que el tremolar de piernas por el bao de Viktor Orbán y Elvise en el cogote de Santiago Abascal y los suyos de no les deja ver lo evidente es seguro. Según los estudios postelectorales de 2019 y 2023, más de las dos terceras partes de su electorado procede del PP, son antiguos votantes del centroderecha español. Sus preferencias rondan en torno a la estabilidad política. Lo identifican como “un gobierno que resuelve eficazmente los problemas”. Rechazan la política de Pedro Sánchez, de sus alianzas de gobierno con Sumar-Bildu-ERC-Junts, al igual que cambiaron hace cinco años su voto al PP por el de Vox al estar en desacuerdo con la política de Mariano Rajoy con Cataluña, entre otros motivos explotados mediáticamente por el PSOE. ¿Piensa esa facción que, hacerle el juego a Pedro Sánchez, atacando al “partido-nodriza“ de su electorado, al PP, apelando a la radicalidad y a la movilización, desde la oposición parlamentaria y callejera, mantendrán el voto de un electorado que prima la estabilidad y la solución de sus problemas cotidianos? Los estudios demoscópicos dicen que no.
La otra pregunta es, ¿hasta cuando los cuadro y dirigentes de Vox aguantaran esa disciplina absurda de los “agentes” enviado por el aparato central? Difícil será de ahora en adelante que Monserrat Lluís se imponga, como hasta ahora, y haga “banquillo” después de haber utilizado y dejado en la estacada a más de 100 cuadros y dirigentes en los gobiernos autonómicos sin ninguna explicación, después de haberlos conchabado hace menos de un año. Y cuando más de un dirigente, con experiencia de gobierno, y buen currículum profesional, ha sido capaz de ejecutar su programa de gestión brillantemente, a pesar de haberse “tragado” los sapos que desde Madrid le obligaban a tragarse por una disciplina mal entendida. Y no digamos de las organizaciones provinciales y sus presidentes, la mayor pate de ellos excluidos sin explicación alguna de las negociaciones de julio de 2023 para la conformación de ayuntamientos y gobiernos regionales, o la exclusión de portavoces de grupos parlamentarios con malos modos.
Por muy conservadora que sea, aquí, en España, la mentalidad de los militantes y votantes de Vox no es ni pro-ruso, y ni mucho menos, “islamófobo” como pueda serlo en Países Bajos, Francia o Hungría, por citar el caso de los nuevos aliados europeos de la facción que se ha impuesto en Vox
Los dirigentes de ambos ámbitos organizativos, con anclaje en la sociedad civil, en la militancia, en los mass-media y en el electorado, de talante conservador, tienen un límite: la mentalidad de sus afiliados y votantes. Y esta, por muy conservadora que sea, aquí, en España, no es ni pro-ruso, y ni mucho menos, “islamófobo” como pueda serlo en Países Bajos, Francia o Hungría, por citar el caso de los nuevos aliados europeos de la facción que se ha impuesto en Vox. Un polvorín por estallar a medio plazo, que puede propiciar, en su voladura, la avenida de electorado, cuadros y dirigentes, viejos y nuevos, al partido que nunca hubiera que haberse fracturado por la torpeza de sus dirigentes de aquella época pasada.
Con la generosidad política de Mariano Rajoy con los que se fueron, y quieren regresar, tanto electorado como militantes y dirigentes, el buen gobierno de gestión “en minoria” de los cinco gobiernos autonómicos sometidos a la “geometría variable” por la torpeza de Santiago Abascal y los suyos, puede que asistamos en esta Legislatura a la reunificación de la derecha en torno al PP de Núñez Feijóo. Y puede que, en nuestro caso, en la Comunitat, las “meadas desde fuera de la tienda” de Llanos-Massó, José María Llanos y sus compañeros de secta en el Grupo Parlamentario, no tenga la intensidad que esperan Diana Morant, la servil acompañante de Pedro Sánchez, y el siempre enigmático Baldoví. Es lo que seguramente diría Robert McNamara.