TIEMPOS INCIERTOS
Simplemente cateta
Aparentar muy por encima de lo que se es, es el colmo -consentido- de un cateto. Como una puesta de largo del quiero y sí puedo
No seré yo quien valore estética o ética ajenas, habiendo tan abundante nómina de opinadores diversos, titulares de blog, influencers y demás, dispuestos al gatillo fácil. Y líbreme Dios de asumir el difícil papel arbitral para dictaminar sobre desviaciones de la regla. No son menos, ni menos influyentes, los togados de uno y otro color -cuesta asumir esta distinción pública- que lo van haciendo en cada caso.
No se ofenderá lector alguno por el uso del adjetivo que, efectivamente, la RAE considera despectivo si se asimila a personas del mundo rural. Estoy más por la parodia. Pensando en los papeles cinematográficos de Pepe Isbert o en los personajes de Bernat i Baldoví en el Virgo de Visanteta.
Asistimos cariacontecidos a un culebrón abonado por unos y monitorizado por otros, cuya protagonista navega de forma errática entre su propia condición dizque empresarial y aquello tan antiguo de la mujer del césar. Como dándose mucho postín, lo cual es muy cateto.
Recuerdo vagamente algunas de sus “lecciones” de “emprendeduría responsable”, manejadas como spots en las redes sociales, y siempre pensé que comparte coaching con La Pirada (lean a Jon Juaristi). Un retahíla de términos y conceptos inconexos, de frases inacabadas o sin comienzo, todo muy “cool” y “agiornado” al histórico metalenguaje del vendedor de crecepelos. Y con cierto éxito. Lo que es muy para catetos.
“Pleitos tengas aunque los ganes” es admonición muy castiza. Y costumbre inveterada del nuevo rico, ante el más mínimo contratiempo, elegir el profesional más caro para su defensa. O el plato más caro de la carta del restaurante. Un ex fiscal y ex ministro para la minuta de este caso. Aunque sea muy cateto el criterio de selección.
No debiera serlo, por el contrario, un rector que acude genuflexo llamado por una secretaria a la casa del poderoso. No creo que sea aquella la sede social de su actividad empresarial. Yo tuve un cliente muy “salao” que cuando viajaba a Madrid se hospedaba en una fonda limpia de Atocha y citaba a desayunar en el Palace. No se enfadará si me lee, porque él se reconocía -entre risas- muy cateto. Y era un pillo.
Yo tuve un cliente muy “salao” que cuando viajaba a Madrid se hospedaba en una fonda limpia de Atocha y citaba a desayunar en el Palace
Aparentar muy por encima de lo que se es, es el colmo -consentido- de un cateto. Como una puesta de largo del quiero y sí puedo. Exhibir reiteradamente las mayores medidas de seguridad y garantías de privacidad en la obligada comparecencia en un acto administrativo es parecido a ocupar como invitado el lugar que no te corresponde. El cateto de libro es constante y cabezón y el de éxito ya no cabe en su alcoba.
El timo del toco mocho en su versión más popular, la del timador timado, la escenifican a la perfección dos tipos muy catetos. Ninguno de los dos hará público el resultado puesto que ambos intentaron engañar al otro. Pero no es el caso. Instituciones y empresas de postín han participado en el embrollo, sin disfrazarse de catetos.
Declarar en instrucción no es un plato de gusto, eludir incluso al juez, no es lo habitual cuando se podrían cantar las cuarenta, pero de eso yo no entiendo. Aunque me desconcierta. Porque el cateto es intuitivo y evita que las cosas se alarguen innecesariamente. Suele confiar en su inocencia, ilustrada por la ignorancia, y “que lo sepa toda España”. Que lo folclórico también suele ser equipaje habitual. Y no es raro que coincida. Esta vez también.
Aunque sea esta cateta muy especial.