El cuento después de la Eurocopa
Carvajal, Begoña y los 100 millones
Y tanto fue el disgusto, el enfado y la envidia que le causó a este personaje que...
Erase una vez que se era, en un muy lejano país, hace muchos, pero qué muchos años, cuando las personas todavía viajaban por tierra y en coches, de cuatro ruedas, que unos valientes guerreros que habían derrotado a todos los contrincantes en los juegos con una bola que, entonces, llamaban balón, se celebraban en aquel pequeño continente donde se encontraba nuestro muy, muy lejano país; juegos que se celebraban tan puntualmente, siempre, cada cuatro años.
Porque aquellos valientes luchadores de nuestro cuento habían ganado a los simpáticos habitantes de un mágico país transalpino, y después a los muy fornidos teutones de las orillas que bañaba el maravilloso río Rhin. Para luego acabar derrotando de forma consecutivas en la semifinal y la gran final de aquel año, a los tan orgullosos francos y anglos que dominaban sus verdes y muy fértiles territorios desde sus encantadas y grandiosas respectivas ciudades de París y London.
Y cuando éstos guerreros campeones, por fin regresaron a España, que así se llamaba entonces aquel muy lejano país, con la Copa que habían ganado frente a todos los demás y con tanto sudor, primeramente fueron a ofrecérsela a su Rey, que vivía en un fabuloso palacio.
Y después de hacer feliz a su rey y a su familia, con la rutilante Copa que tanto les había costado ganar, los jefes de aquellos luchadores obligaron a estos poderosos campeones a ofrecerle también el magnífico trofeo a un extraño y muy altivo personaje que, sin embargo, era odiado por muchos de los habitantes de aquel lejano, muy lejano país.
Y fue por esto que aquellos gladiadores al ofrecerle la magnífica Copa a éste tan antipático mandamás, que no lo hicieron con ninguna alegría; especialmente uno que según cuenta la leyenda se llamaba Carvajal, y su compañero de fatigas, que los más viejos del lugar aún recuerdan que era el joven al que todos le decían Lamin Jamal.
Y tanto fue el disgusto, el enfado y la envidia que le causó a este odiado personaje, que éstos campeones no lo trataran con la misma simpatía y la misma alegría que habían tratado al tan querido rey y a su familia; que en los días siguientes volvió a mandar a todo su ejército de cientos de guerreros y carros de combate a proteger a su esposa llamada Begoña, frente a un juececillo valiente que dicen que la perseguía, y que ya nadie recuerda siquiera su nombre. Ni los más viejos del lugar.
Y abrumado nuestro siniestro personaje, al volver a comprobar que apenas nadie le quería en aquel lejano, muy lejano país, que también entonces decidió prohibir terminantemente a los contadores de cuentos, poetas y juglares, que como el viento traían las noticias de aquí para allá, el que pudieran cantar, rimar u osaran contar nada malo sobre él, o nada malo sobre su insólita familia: si no querían acabar arruinados y/o encarcelados en los terribles castillos que para ello tenía dispuestos por todo aquel reino.
Y también, cuenta la leyenda que, sirviéndose entonces de la plata y del oro de todos, decidió dedicar la enorme fortuna de 100 millones de doblones para premiar a los cuentistas, poetrastos y cantamañanas que loaban o defendían contra viento y marea a su familia o a su tan perseguida persona.
Continuará...