La creatividad intensa de Aurora Valero

Tomaré vacaciones consentidas en agosto y, de paso, mis escasos lectores -es comprensible- se tomarán también un merecido alivio de mis cansinas e inútiles reflexiones.

No está el horno para más bollos políticos -hornazos más bien- así que hoy me ocupo de cuestión todavía -¿todavía?- ajena a la política ordinaria, y con toda probabilidad, mucho más relevante e imperecedera.

He conocido y observado siempre con interés la trayectoria plástica de Aurora Valero (conservo con especial cariño una obra gráfica numerada y firmada, adquirida en mi juventud) pero no ha sido hasta el merecido reconocimiento a la artista valenciana por parte del CVC, homenajeada recientemente con la Medalla de Honor de la institución, cuando me he decidido a investigar un poco. Desde entonces vengo estudiando con mayor profundidad su prolífico trabajo artístico.

Confesaré que me he liberado del “método científico” y que no pretendo pontificar al respecto adoptando un papel de crítico o experto que no me corresponde. Me guía más bien esa curiosidad propia del que todo lo ignora, y una satisfacción profunda por cada hallazgo, cada matiz, cada nueva experiencia emocional contemplando sus creaciones. Un acercamiento más íntimo al personaje. Y a su inmensa humanidad.

He tenido la suerte, que me consta no en exclusiva, de visitarla en su taller de Alboraya. Un espacio amplio, de altura importante, bañado por la luz natural que resbala por sus muros o se cuela oportunamente de manera cenital, albergado por una arquitectura moderna y respetuosa con el entorno en lo que fue la casa familiar de su infancia y primera juventud (eternamente joven).

Y he tenido la ocasión de repasar una gigantesca y ordenada colección de trabajos que van desde sus dibujos y pinturas de estudiante de Bellas Artes -su delicioso autorretrato entre ellos-, su experiencia con la abstracción más geométrica de los setenta (hay ahora una pieza suya expuesta en el IVAM), sus series de cabezas de mujer (tan romanas), sus delicadas armonías de forma y color (una constante en su trayectoria) plasmadas en pequeños bocetos sobre papel o en grandes formatos sobre lienzo, hasta el trabajo vibrante al que ahora mismo se enfrenta. Y tantas otras series con las que Aurora Valero ha ido construyendo su propia musculatura plástica y alimentado tanto espíritu inquieto. Lo he hecho de su mano, escuchando innecesarias, por naturales, explicaciones de concepto. Ni una sola autojustificación caprichosa; me temo que las mantiene vedadas por sí misma.

Innecesarias también para concluir en la importancia de nuestra artista en el panorama de la abstracción valenciana, donde ocupa un lugar de estricta y obligada referencia.

Me he ocupado recientemente de valores en alza -aunque ya muy maduros- en el siempre rico panorama artístico valenciano (Rebeca Plana, María Aranguren, Horacio Silva, Sebastián Nicolau …) que el lector especializado sabrá completar adecuadamente. Y no es escasa la nómina de consagrados que todavía nos regalan con sus últimos trabajos.

Aurora Valero, cuya intensidad creativa es tal vez el denominador común de su obra, expuso de forma individual su “expresionismo lírico” en 1964 en el Palau de la Generalitat. Sesenta años más tarde, no deberíamos tener que esperar mucho más la antológica que nos merecemos. Ahora, en su estudio de la calle San Pancracio de Alboraya, está enfrascada en la última de sus series, esta vez en grandísimo formato. Y me permito adelantar como primicia, que en su titánica pelea con su propia creación ambas tienen la victoria garantizada. Ustedes que lo puedan ver y disfrutar pronto. Un servidor ya tiene ese privilegio.

PS. Esperanzado, como reza su cuadro de la Biblioteca del Congreso de EEUU, con el resultado electoral de mañana en Venezuela.