La España solidaria
La civil, la de los españoles, ha despertado solidaria y cabreada a partes iguales
Tres días después del comienzo – formalmente anunciado a tiempo, o no- la perplejidad y la desolación siguen naturalmente instaladas en la Comunidad Valenciana. Como si del goteo imparable de las dañinas consecuencias del agua catastróficamente desbordada se tratara, no cesan los mensajes de solidaridad y cariño que a cada valenciano nos llegan desde cualquier lugar de España, sin exceptuar lugares máss lejanos, superpuestos a la ineficiencia demostrada de los de alarma hipotéticamente preventiva.
Tres días después, con un balance demoledor todavía provisional, la solidaridad real ciudadana se ha disparado en la práctica hasta suponer -duro es tener que reconocerlo- una dificultad añadida en la de por sí compleja gestión de la tragedia. Pero lo cierto es que la España solidaria, la España civil, la España de los españoles, ha despertado solidaria y cabreada a partes iguales.
Los esfuerzos individuales, espontáneos, anónimos y generosos han desatado una corriente de actividad que ha sustituido hoy la tradicional visita a los cementerios donde reposan nuestros mayores, por largas filas que se dirigen -a pie, cargados con víveres y utensilios- hacia los lugares más críticos y necesitados. Aun a riesgo de colapsarlos. Es, tal vez, el resultado de un colapso previo de la razón -y de la moral, si me apuran- que anida en una estructura social antes dañada por demasiadas circunstancias adversas.
Se mire como se mire, lo cierto es que la España solidaria y unida, la de las grandes epopeyas del pasado, la que terminada la dictadura fue capaz de dotarse de un sistema democrático ejemplar y de una transición perfectamente operativa para un radical cambio de régimen, la que ha ido construyendo no sin esfuerzo diario un estado de bienestar y progreso, la que inopinadamente ha malbaratado después esos logros, ha vuelto.
Suele ocurrir frente a este tipo de catástrofes naturales que -como las propias aguas con la tierra- desbordan la capacidad humana. Y así está ocurriendo apenas sin las pocas miserables excepciones que, por activa o por pasiva, retratan a sus protagonistas.
“Van a por Carlos (Mazón)” me escribe un cuidadoso observador de la realidad política … Y un prestigioso periodista valenciano, reflexionando ante la misma realidad reflejada en las colas de valencianos caminando para ayudar, exclama con razonable frialdad “tercermundista”.
Tal vez, una vez más, la lección quedará sin aprender en la práctica. La indefensión aprendida, sin embargo, parece permanecer.
Nada devolverá la vida a los fallecidos ni la alegría a sus familias. No se recuperarán los bienes perdidos ni las ilusiones truncadas. Nada será igual que ha sido, salvo la insignificancia del ser humano frente a la fuerza de la naturaleza. Y tal vez, una vez más, la lección quedará sin aprender en la práctica. La indefensión aprendida, sin embargo, parece permanecer.
También una vez más, en circunstancias tan críticas, ha sido la Corona, el rey Felipe VI -que nos visitará este fin de semana-, el Jefe del Estado quien ha valorado oportunamente la gravedad de lo que estamos viviendo, con el adecuado recordatorio de entereza que caracteriza históricamente al pueblo español.
Ya claman voces contra la política vacua de gestos inútiles, aunque costosos, y resulta comprensible la lógica indignación de los más directamente afectados. Es pronto para ello, razonan otros. Pero nunca lo es para actuar con firmeza y eficiencia, y conformarse con echarse a llorar sobre la leche derramada.
Es llamativo, escandaloso en cierto modo, que la sociedad civil tenga que estar liderando susbsidiariamente la respuesta. Y no es lo procedente ni oportuno aunque resulte habitual en circunstancias semejantes.
Se trata de la España real e históricamente solidaria. Ha despertado de la pesadilla largamente soportada.