El coronavirus y las otras pandemias
La democracia no es una tiranía rotatoria. Esencialmente, es la radical libertad de expresión, de pensamiento, por la que hemos luchado durante siglos.
Entreverada con la pandemia del coronavirus, que amenaza nuestras vidas, hay otra pandemia distinta y no menos insidiosa: la que se cierne contra nuestras libertades. Se manifiesta en una recalcitrante tendencia al autoritarismo, generalmente a manos de la izquierda, que los medios pródigamente regados con dinero público han convenido en ignorar. Sólo de este modo se explica el
inconcebible prestigio conferido a la autocracia China, país que originó la enfermedad y cuya eficacia en su contención no es sino el trasunto de una implacable brutalidad con sus ciudadanos. Con más de 10.000 muertos en España hasta la fecha, las cifras que proporciona su gobierno no son más que cuentos chinos. Sus hijos putativos, los rojos europeos, también mienten -y algún día
conoceremos las mentiras del gobierno español.
La incapacidad de las democracias liberales para proteger la vida de sus ciudadanos, convida a muchos a preferir una dictadura que garantice su seguridad, por encima de su libertad. Los partidos políticos contribuyen a esta degradación: no han entendido que su única – y altísima- misión es seleccionar talento. Antes bien, aplicando el principio inverso a la selección darwiniana del más fuerte, llevan décadas eligiendo a los más necios, expulsando de la política a
los mejores.
Mientras luchamos por jadear una brizna de aire nuevo, debemos procurar que nuestras libertades no acaben como flores marchitas en los cementerios.
Mal que nos pese, el coronavirus dejará su triste cosecha de muertos. Sus morgues repletas y luctuosas, como eras de cuervos, y sus colmados hospitalarios, donde la enfermedad llora y hiede y se revuelve como un ser vivo a duras penas. Cada existencia es valiosa, cada experiencia interior de un ser humano que se extingue es un naufragio. Pero mientras luchamos por jadear una brizna de aire nuevo, debemos procurar que nuestras libertades no acaben como flores marchitas en los cementerios.
Ello exige asumir nuestras responsabilidades como ciudadanos. La incompetencia mata tanto como la ideología. Pero una combinación de ambas cosas, en grado sumo, como la que ha conducido fatalmente a este gobierno, es absolutamente letal. En España, la pandemia liberticida se manifiesta en un consejo de ministros bolivariano que gobierna por decreto, que no sólo elude el control de la oposición y el diálogo con los agentes sociales, sino el mero control democrático de la prensa libre, a la que filtra – en román paladino: censura- sus preguntas, en escenografías que rememoran los flujos sanguíneos de la momia del Kremlin.
La democracia no es una tiranía rotatoria. Esencialmente, es la radical libertad de expresión, de pensamiento, por la que hemos luchado durante siglos. La radical libertad para buscar el propio camino, hacia la felicidad o la fatídica desolación final que a cada uno le corresponda. No podemos permitir que la lucha contra la pandemia, además de matar al virus, aniquile también nuestras las
libertades.
Vemos con preocupación las medidas dramáticas que algunos medios de comunicación han debido aplicar para garantizar su supervivencia. Necesitamos que sobrevivan, pero limpios e iguales -no que el sátrapa de turno decida cuál sobrevive y cuál cierra. Cuando amanezca de nuevo, seguirá siendo necesario Miquel Gonzalez, seguirá siendo necesario Héctor Fernández, seguirá siendo
necesario JF Álvaro Errazu. Seguirá siendo necesario (aunque menos), Juan Ramón Gil. Necesitaremos pluralidad, discrepancia, debate y una prensa libre que controle al poder.
La incompetencia mata tanto como la ideología. Pero una combinación de ambas cosas, en grado sumo, como la que ha conducido fatalmente a este gobierno, es absolutamente letal
Es verdad que la política da asco, pero no menos que nosotros, los ciudadanos, porque el dolor que ahora sufren nuestros convecinos, el tenebroso trance final en soledad de nuestros ancianos, proviene de nuestra tendencia a la indolencia, de nuestra autoindulgencia, de nuestra capacidad sin límite para disculpar nuestra irresponsable vanidad. El inepto eres tú, que votaste un gobierno hilvanado de mentiras, eres tú por elegir pollos sin cabeza, cajeras y cómics de Lenin para gobernar una nación: el populismo mata si eliges para el más alto cargo de la nación a personas sin otra experiencia que el movimiento estudiado, sensual, húmedo, de sus lenguas de serpiente. Porque cuando llegue una crisis tú morirás, morirán tus seres más queridos, pero ellos tendrán privilegios, sueldos opulentos y sanidad privada. El incompetente eres tú, querido votante.
Se jactaba Salvador Navarro, en una entrevista reciente, que la Comunidad Valenciana –vale decir: su idolatrado Ximo Puig- ha logrado los equipos de protección que precisan los profesionales y ha abierto vías de aprovisionamiento directo con China que el gobierno de la nación no pudo. Esos éxitos los tendríamos que haber puesto al servicio de todos los españoles, “per a ofrenar noves glòries a Espanya”. Cuando dijiste que con Esquerra Republicana le iría mejor a la Comunidad, ya entendimos que tú eras el mezquino Rufián del País Valencià.
Contra lo que dicen tus exégetas, el régimen autonómico sólo ha demostrado que es incapaz de garantizar el principio constitucional de igualdad entre los españoles, ofreciendo el lamentable espectáculo del sálvese quien pueda, la pérdida de todo sentido de solidaridad entre españoles. La ineptitud del gobierno de la nación no justificaría en ningún caso el régimen de taifas en el que medráis los tipos como tú: simplemente sustituye al inepto Illa por la inepta Barceló. A estos cráneos privilegiados, no ha mucho que los apoyabas con tus pancartas. No lo olvidaremos nunca. Da igual a cuantos medios de comunicación compres.
Posdata: Barcala firmó recientemente un convenio -que todos sabemos que no sirve para nada- con el presunto presidente de la presunta CEV alicantina, un tal Palacio. Barcala: te tengo por un tipo curtido. No debes fiarte de la mascarilla que portaba Perfecto Palacio en el acto de la firma. La mascarilla de la perfomance no era para protegerse del virus, sino de ti. Su fidelidad está con los políticos de otros sumarios y en otros palacios. Aunque tampoco en ellos durará mucho. El dinero vuela, como las hojas de otoño cuando sopla el viento.