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La monarquía y la cohesión territorial

¿Es la continuidad histórica un valor en sí misma y siempre defendible? En absoluto.

La monarquía y la cohesión territorial

Publicado por
Manuel Avilés

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En los debates –a veces parecen vulgares peleas de taberna-entre la izquierda y la derecha, da la impresión de que la bandera o el himno, o la historia de España en general, incluida la monarquía como forma de mandar en el país, es patrimonio exclusivo de los señores de derechas y que si uno – como es mi caso- no comulga con los populares, los ciudadanos o los de ese chico que defiende el ejército y no se pegó ni uno de los correspondientes dieciséis meses de mili, no es ni se siente español. No he votado jamás a la derecha.

En las últimas elecciones tampoco a los socialistas ni a Iglesias. Ser de izquierdas, además de incompatible con ser monárquico a mi entender, no tiene nada que ver con ser fiel de Sánchez e Iglesias.

Soy tan español como el que más e incluso puedo esgrimir más trabajo por este país del que se jactan muchos que van de padres de la patria. Sin estar todo el día con la pulserita, con la bandera del pollo y el Cara al sol a cuestas.

Hace falta menos sacar pecho de español – incluyo a Iglesias y a Sánchez- y trabajar más para abrir los centros de salud y las oficinas de empleo, que tienen a la gente de los nervios, sin atender, tomando tranquimazines a gogó y de extranjis. Más por crear puestos de trabajo reales y no de boquilla, publicitariamente.

En el artículo anterior cité a Casado, en la greña política y contra la forma de Estado de República, afirmando que quienes atacan a la monarquía son desestabilizadores. Es una lástima no ser documentalista, dominador la informática, para encontrar las citas exactas.

El hombre ha demostrado que romper con “las continuidades históricas” no siempre es un desvalor y algo censurable.

Afirmaba Casado que “la monarquía lleva garantizando nuestra continuidad histórica los últimos cinco siglos” y ha repetido lo mismo la señora Gamarra, portavoz popular tras la defenestración de Álvarez de Toledo – cito de memoria por mi inutilidad informática. Prometí un artículo específico a la frase de Casado y a ello voy.

¿Es la continuidad histórica un valor en sí misma y siempre defendible? En absoluto. Desde los asirios y los mesopotámicos, desde los egipcios y los romanos, desde los godos y los árabes…hasta la Revolución Francesa –esta marcó el inicio de la modernidad con base en los principios de la Enciclopedia- hasta las mil revoluciones y guerras posteriores, el hombre ha demostrado que romper con “las continuidades históricas” no siempre es un desvalor y algo censurable. Decenas de monarquías, desde los reyes asirios y babilonios, desde Senaquerib hasta Nabucodonosor, desde los faraones egipcios hasta Tarquinio el soberbio, desde los Romanov a los Capetos –pese a no ser yo admirador de los guillotinadores de Robespierre ni de los fusilamientos bolcheviques- se han extinguido y el mundo sigue girando. Vamos atrás en el tiempo.

Los que defienden, sobre todo, la “continuidad histórica de la monarquía en España” o sea el poder y el trono que se transmite de padres a hijos por azar genético – dejando a un lado que las mujeres han sido preteridas tradicionalmente ante los varones, véanse leyes sálicas y otros enjuagues- estarán de acuerdo conmigo en que esa “legitimidad histórica” se ha saltado por la fuerza de las armas habitualmente desde hace siglos. Los siglos a que se refiere Casado.

La reina Juana de Castilla, hija formal de Enrique IV[1], fue desposeída de la corona por su tía Isabel, después de una guerra cruenta como todas. Argumentaban que Juana era hija ilegítima – la Beltraneja- pues su padre era impotente – no existía entonces la in vitro- y además interesaba casar a Isabel con Fernando de Aragón para juntar ambos tronos. Con Isabel y Fernando empieza España – dicen- y la continuidad histórica que defienden en esta gresca congresual, en lugar de dedicarse a crear puestos de trabajo y que la gente pueda comer.

La hija de Isabel y Fernando, Juana – La Loca- se casa con un Habsburgo, Felipe el Hermoso, al que su padre no tragaba. Son tradicionales los odios entre yernos y suegros, nueras y suegras. Muerta Isabel – le dio el título de Católica un papa sinvergüenza, Alejandro Borgia, que menos cristiano era cualquier cosa-, en un intento de alterar esa continuidad histórica, Fernando se casó con una francesa –Germana de Foix- intentando un nuevo hijo que alejara del trono – habría costado otra guerra fraterna- al Hermoso y a Juana, encerrada la pobre en el castillo de Tordesillas.

Fernando no consiguió ese vástago soñado que quitara de en medio a Juana y al Hermoso – nótese que, de haberlo conseguido, habría arrumbado, en sus descendientes y después de muerta, a Isabel que había peleado por el trono con fiereza en la llamada guerra de sucesión castellana-. Fernando murió en Madrigalejo, cerca de Cáceres, dicen que por un viagrazo de la época, polvo de moscas cantáridas puestas a secar y molidas, que la gente tomaba y él también, empeñado en procrear un heredero al trono de Aragón – Castilla se habría resistido- con la francesa Germana.

Estas aventuras dejan como un analfabeto a Echenique del que he oído que ha dicho que Aragón no es como Cataluña porque no es una nacionalidad histórica. “Cagoento”.

Murieron Isabel, Fernando y el Habsburgo hermoso, y Juana siguió encerrada como loca en Tordesillas. Su hijo Carlos, iniciador en España de la dinastía de los Austrias y belga por nacimiento y educación, a la muerte de Fernando, se “intituló” rey de Castilla, de Navarra y de Aragón. Los dos primeros, con curas de por medio manejando el asunto como hacían habitualmente, aceptaron, pero en Aragón chocaron con un arzobispo -Alonso- que ponía pegas y quería reinar como “curator” de Juana – la loca-. En fin un lío de herencias genéticas, continuidades y legitimidades, ya ven, más greña que ahora.

En septiembre de 1517 cuando pretendía llegar a Santander, Carlos I llegó a las costas asturianas porque los barcos eran primitivos sin gps, sin motor y con poca tecnología. Los asturianos – cuentan- creyéndose invadidos por una potencia extranjera dado que nadie hablaba español, incluido el que venía a ser rey, atacaron a los invasores, al grito de ¡ Ye maricón el último!

Fuentes bien informadas me soplan que Casado y Abascal investigan si entre estos levantiscos asturianos hay algún antecedente sociata o podemita por su oposición inicial e irracional a la monarquía flamenca. Nada que ver con el cante, sino con Flandes de dónde venían todos-.

Con Isabel y Fernando empieza España –dicen- y la continuidad histórica que defienden en esta gresca congresual, en lugar de dedicarse a crear puestos de trabajo y que la gente pueda comer.

Carlos no tenía ni idea de España –admitamos el nombre ya en esta época-, no sabía castellano, pese a las clases pelmazas de Cabeza de Vaca y no conocía aquí a personas de su confianza que lo asesoraran – ya había asesores por estas fechas. Vino acompañado de dos personajes fundamentales: Guillermo de Croy, señor de Chievres, una especie de ministro de hacienda que se dedicó – la Kitchen, los eres andaluces, la Gürtel, la Púnica, la Neurona, los regalos de los saudies y tal y tal aún no existían- a arramblar con la pasta a paladas. Para demostrar que sus cojones eran los que mandaban hizo nombrar a su sobrino tan Guillermo de Croy como él, arzobispo de Toledo, otro puesto magníficamente pagado. Ya tenemos la continuidad histórica del trono y el altar funcionando.

Venía también, en el séquito de Carlos, Adriano de Utrech, un holandés sabio y con capacidad de maniobra que había sido delegado ante el cardenal Cisneros –el Rouco Varela de la época pero mandando en fuerzas armadas- Adriano consiguió que Carlos fuese nombrado heredero de la corona – más continuidad histórica-. Carlos, en pago a los servicios prestados consiguió que fuera elegido papa como Adriano VI, el último papa no italiano hasta que llegó Wojtyla.

Incluso fue regente de España cuando Carlos, en su condición de emperador del Sacro Imperio – los reyes y los papas compinchados- estaba ausente del trono, como Sánchez, dando paseos por Europa pero a caballo, o sea, más lento.

Carlos, Chievres y Adriano, y su voracidad recaudadora, ocasionaron un conflicto sonado porque la gente siempre ha llevado mal que les chuleen la bolsa. Y en la Guerra de los Comuneros, una revolución en toda regla, dejamos la monarquía y la continuidad histórica hasta la semana próxima.

[1] Mi amigo Juan eslava Galán consiguió el premio Planeta con “En busca del unicornio”, refiriéndose a EnriqueIV en una aventura hilarante en busca de un cuerno de rinoceronte que, creían en aquella época, devolvía el vigor sexual a los impotentes.