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Estamos de los nervios

Las elecciones catalanas han hecho que los socialistas tengan los pelos como escarpias porque si se dan un batacazo tendrán que tomar medidas contundentes para conservar los sillones

Este domingo se celebran las elecciones en Cataluña

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Los bares cerrados, los comercios cerrados –dicen que los que no han echado el cierre ya, les falta medio telediario para bajar la persiana-, las perspectivas negras como las de un vampiro mellado y las vacunas, no sabemos si nos tocará ponérnoslas en el dos mil veintiséis o en el veintiocho. Como no somos alcaldes ni obispos ni liberados sindicales, tenemos el panorama más negro que el sobaco de un grillo. A mí cuando me llegue el turno –me apuesto lo que quieran- seguro que tendré iniciado el proceso de canonización y me estarán haciendo el monumento en el jardín roñoso de los juzgados junto al “monucutre” de Miguel Hernández. Uno de los mayores poetas que ha dado la historia de la humanidad, a punto de cumplirse el setenta y nueve aniversario de su muerte a quince metros de donde erigieron esa chapa rodeada de basura y yerbas secas. El concejal de jardines se preocupa del sitio lo mismo que el de urbanismo se ocupa del infra barrio de la División Azul. Menos despacho, menos moqueta y más pisar la calle, que no se enteran ni de la misa la mitad.

Dicen los médicos que además de la ruina económica, el virus de los cojones está originando un aumento impensable de patologías psiquiátricas: ansiedad, depresión, brotes de mala hostia, desesperación y ganas de pegarse un tiro. Yo mismo –ya hablaré dentro de unos días del asunto- estoy pensando quemarme a lo bonzo en la plaza de la Montañeta o en el algún otro lugar significado y visible, a ver si origino una primavera española como las primaveras árabes, aunque luego todo quedará en agua de borrajas como quedaron aquellas. Vuelvo a mi biblia del siglo XX: La rebelión en la granja. Todos dicen que van a cambiar no sé cuántas cosas y tan pronto se instalan en el poder, le cogen el gusto al sillón y los únicos que cambian para mejor son ellos mismos. La caridad bien entendida empieza en uno mismo.

Los políticos tienen razones sobradas para estar nerviosos, aunque no hubiera virus que lo hay y nos tiene a todos amarrados a sus caprichos, arrodillados y esposados de cara a la pared como en las redadas de narcotraficantes.

Las elecciones catalanas –Illa a pesar de lo manifiestamente mejorable de su gestión en la pandemia me parece un buen político- han hecho que los socialistas tengan los pelos como escarpias porque si se dan un batacazo tendrán que tomar medidas contundentes para conservar los sillones ministeriales todo el tiempo que pretenden. Los medios han echado tierra –por ejemplo- sobre la condena de Chaves y Griñán por prevaricación y malversación, aunque a Chaves se la sople ser inhabilitado porque ha pasado de sobra la edad para estar de pleno derecho en el lugar que ocupamos los jubilados inútiles. Siempre, en momentos electorales, los estrategas ven la ocasión de airear trapos sucios. Lógico porque no van a basar las campañas electorales en los videos de Heidi.

Los medios han echado tierra sobre la condena de Chaves y Griñán por prevaricación y malversación, aunque a Chaves se la sople ser inhabilitado

Junqueras, de permiso y en tercer grado para hacer campaña, se empecina en los mítines en defender lo que lo llevó a la cárcel acompañado de ese modelo de ciudadano que es Arnaldo Otegui. Todos los demás, en esos mítines que demuestran lo descerebrados que son algunos mandamases –no se puede ir a ver a la familia, no se puede uno reunir en casa con dos amigos, pero se puede ir a un mitin porque el virus ahí no actúa- todas esas evidencias se empecinan en dar fe de que la reinserción no es precisa para obtener permisos ni terceros grados. Eso me suena lo mismo que si un atracador tiene su tercer grado y, preguntado sobre qué va a hacer en libertad, dice claramente: volveré a asaltar bancos.

Los señores de Podemos tienen revuelto el gallinero. Por mucho que se empeñe el señor vicepresidente, el caso Dina no es un asunto privado y el caso de la niñera tampoco porque ambos –como en todos los demás casos de los políticos- traslucen una manera de ver la vida a la medida de sus narices y no como en un estado en el que las normas son para todos. Me revuelvo en mi colchón hinchable y hasta acude mi señora –bondadosa- por si me pasa algo. Dice Iglesias que en España no hay normalidad democrática porque los líderes de dos partidos que gobiernan en Cataluña están, uno en la cárcel y otro en Bruselas. ¿Este señor no es doctor en ciencias políticas? ¿Se estudia ahí lo que es un golpe de estado y lo que es un prófugo de la justicia? ¿No es él vicepresidente del gobierno para garantizar esa normalidad cuya existencia niega? ¿Cómo consiente formar parte de un gobierno –con su señora- y cobrar por ello, que es normalmente demócrata? Me flipo. Me quedo “to” muñeco.

Cuanto menos preparado es el político de cualquier puesto, más alta es su sensación de omnipotencia, de ser invulnerable. Necesitaríamos la enciclopedia británica para completar la lista de todos los que han tenido esa sensación y han acabado, finalmente, sentados en el banquillo y condenados. ¿Quieren treinta o cuarenta nombres de seres importantísimos, con trajes a medida, con camisa de puños vueltos y gemelos, con cochazos y escoltas, aplaudidos por pelotas de todos los pelajes, que han terminado en el patio de un módulo de respeto? Esto me recuerda a las clases que daba en Criminología cuando aún llegaba a ponerme solo los calcetines y no necesitaba que mi mujer –la que me ha echado a dormir al descansillo por mi manía de escuchar la radio por las noches en lugar de cumplir como un hombre- me ayudara a salir de la bañera para evitar un cataclismo universal. El egocentrismo, ese rasgo que hace que todo delincuente se sienta protegido porque “lo tengo todo controlado”, “no he firmado nada y nada se va a poder demostrar” y “yo no soy tan gilipollas como para que me pillen”. La policía no es tonta.

Cuanto menos preparado es el político de cualquier puesto, más alta es su sensación de omnipotencia, de ser invulnerable

Mi mecánico de motos está como una puñetera cabra, pero es un tío sabio además de un mecánico genial. Tiene una frase que jamás se me ha olvidado, sacada de su experiencia en motores: “Todas las juntas rezuman”. Las promesas de secreto, las confabulaciones herméticas, las uniones indestructibles se van a la mierda en cuanto empiezan a caer los peones, llega el tío de la máquina y, en las declaraciones, se oye cantar hasta La Traviata.

Ya hemos llegado al PP que va lanzado a cosechar un fracaso estrepitoso en estas elecciones que lo llevan a mal traer. Bárcenas –se preocupa, lógicamente, de sí mismo y de su señora- dice que ahora sí va a colaborar con la Justicia y ellos dicen que eso llega muy tarde y que el partido de ahora no es el partido de su época. Ignoran estos señores, con esos argumentos, la teoría del filósofo –vasco y jesuita- Xabier Zubiri acerca de la historia como creación de posibilidades. ¿Casado no tiene nada que ver con Aznar ni con Rajoy? ¿Ni siquiera los conoce ni depende de ellos para nada? La historia es creación de posibilidades y los que ahora están ahí, están porque antes estuvieron otros. No sé si se entiende el trabalenguas.

No digan que no saben nada de Bárcenas porque si fuera un señor tan poco importante en esa maraña de intereses no habría habido discos duros rotos con un martillo, ni un cura disfrazado asaltando la casa, ni se habría metido de calvote en la policía al chófer, ni se le habrían pagado las mensualidades que se le dieron, ni habrían organizado la operación Kitchen -todo presuntamente y salvando la presunción de inocencia hasta que todo se sentencie-. Dice Bárcenas que quiere un careo con Rajoy. Por favor, señorías, ya están tardando en concedérselo porque lo contrario nos haría sospechar a todos que lo de la igualdad ante la justicia es un camelo. Concedan el careo y vamos a escuchar que se preguntan, se responden y se echan en cara. Mariano, Luis, sed fuertes los dos.

  • Cuando entrego este artículo aún no se han pronunciado sobre si procede carearlos.