Un mal remake de Mayo del 68
Joan Ribó pierde la ocasión para callarse al no conformar a ninguno y Mónica Oltra le pone una vela al Dios de la ley igual para todos y otra al diablo petardista Hasél
Las revoluciones siempre son asunto pendiente que casi nunca se acaban de consumar, y cuando lo hacen empeoran lo que trataban de corregir. Basta recordar a los espartaquistas contra Roma; a los ideólogos y a los líderes de la Revolución Francesa, cuyas cabezas pensantes fueron segadas por la guillotina; o a los comunistas rusos y chinos, por poner dos ejemplos más relevantes, imponiendo igualitarias dictaduras del proletariado que derivaron en genocidio indiscriminado y campos de concentración para cuantos (muchísimos) no siguieran su dogma al pie de la letra del catecismo ortodoxo soviet o del libro rojo.
Mayo del 68 fue una amalgama mal digerida de comunismo, acracia, lemas sacados de los manifiestos surrealistas, y necesidad freudiana de matar al padre de Gaulle y todo lo que significaba el bienestar de posguerra tras derrotar a los totalitarios social-naturalistas.
Han pasado más de 50 años, quienes todavía pueden recordarlo por haberlo vivido cuando desde el París nuevamente en barricadas de la Comuna, se extendió por toda Europa y América, reconocen que no sirvió de mucho, salvo para corregirle matices a la democracia occidental. De aquellos slogans: "prohibido prohibir", "si te violan, relájate y disfruta", "es preciso ser absolutamente moderno", "corre camarada, el viejo mundo está detrás de ti", "debajo de los adoquines está la playa", y un largo etc. de graffitis utópicos, no queda más que libros de ensayos y carteles subastados como obras de Arte Pop.
Hoy las calles de las principales ciudades españolas, como entonces, vuelven a inflamarse con contenedores, vehículos y adoquines sin playa debajo. Gritos contra el establishment, el Borbón y la puta madre que parió al capitalismo de las democracias occidentales. Adolescentes que saben tanto del porvenir de las ideologías como sus mayores de rap faltón para epatar a la burguesía, apedrean a los hombres de negro, porra y escudo en mano avanzando como falanges griegas para recuperar las grandes vías "okupadas". Una pelota de foam deja tuerta a una muchacha que acaba de pasar de los videojuegos a protagonizar la noticia en video; un antidisturbios descalabrado gravemente por un muchacho que como presumido imbécil se creyó en el bíblico David contra Goliat; ciudadanos con las caras pavoridas asomados al balcón por si las llamas cunden desde oficinas bancarias y comercios subiendo hacia sus casas; políticos atrincherados en sus contradicciones y en el "dolce far niente" de sus verborreas, incapaces de entenderse contra el enemigo común e invisible de la pandemia, o este añadido de la calle convertida en Fallas y Fogueres, sin más Casal o Barraca que una esquina donde reunirse para dar el próximo salto contra las fuerzas de orden público y los escaparates consumistas.
Primero nos hacemos un alboroto de guerrilla urbana, nos pegamos duro con la pasma, y después nos tomamos un chupito y pintxo en el barrio pensando que hemos cambiado el mundo
El alcalde de Valencia Joan Ribó, profesor universitario vestido de llauro progre, se la coge con papel de fumar por -equidistante él- dar la razón a los contrarios, e intentando liar la pava acaba perdiendo la ocasión para callarse al no conformar a ninguno, recibiendo las hostias desde ambos bandos. Se nota que no paga ni los contenedores ni -nunca mejor dicho- los vidrios rotos. Mónica Oltra haciendo equilibrio filibustero, le pone una vela al Dios de la ley igual para todos, y otra al diablo petardista Hasél, dejándonos a oscuras a todos. Y Ximo Puig espera órdenes desde Moncloa, curándose en salud al haber decretado drásticas encerronas superiores a cualquier otra comunidad autonómica, a sabiendas que mañana no lo van a votar ni las hosteleras servilletas de papel. Mientras los podemitas, uno y trinos, convidados de piedra en el Gobierno Valenciano, pero sabiendo que quienes los votan son realmente los mismos que están en plena sublevación callejera (o refocilándose en sus casas, sin riesgo personal, viendo llamear la ciudad), intentan vendernos la moto con sidecar de la libertad de expresión para ellos, que no para los demás, escupiendo al cielo encendido y poniendo perdida a la verdad.
Ediciones tumultuarias exportadas al resto de España por la kale borroca, aquella de “primero nos hacemos un alboroto de guerrilla urbana, nos pegamos duro con la pasma, y después nos tomamos un chupito y pintxo en el barrio pensando que hemos cambiado el mundo” adelantándolo 1 minuto, o por lo menos nos hemos divertido como buenos cabrones gamberros aun a sabiendas de que no podíamos hacerlo.
Si no teníamos bastante con la jodida pandemia, ahora va y pare la abuela de mayo del 68.