Alucinando en colores
¿Qué pasará si, tras esa concentración, hay un rebrote? Las Ministras de Sanidad, Carolina Darias, y Defensa, Margarita Robles han dicho que no irán a ninguna concentración ni manifestación
No me gusta empezar un artículo con un gerundio. Tampoco me gusta la expresión “alucino en colores” que usan los chavales, o usaban, para expresar el asombro ante algo difícil de entender. Lo he usado, aunque me ha tentado plagiar a mi amigo Juan del Val en “Delparaiso” en la entrevista que le hice con la gran Luz Sigüenza en Onda Cero Alicante. Uno está acostado con una amiga y en medio del uso apócrifo del matrimonio le suelta: “me flipo to de estar dentro tuyo”. Terminado el ayuntamiento, la chica no quiso saber más de aquel académico de la lengua.
Quede claro pues que me flipo “to” y alucino en colores.
Estamos hasta los mismísimos moños de la pandemia, encerrados, perimetrados, con los bares cerrados y sin poder tomar ni una mísera caña porque –peor que cuando Franco- una reunión de tres en la calle ya es motivo para considerarse ilegal. Hoy mismo, he hablado –con mascarilla y distancia de dos metros y medio para asegurar-con dos magistrados en la plaza de los juzgados, el antiguo patio en el que yo ejercía como funcionario pelado, vigilando a un batallón de presos pobres que más que delincuentes parecían un ejército derrotado y en desbandada. Uno de esos magistrados tiene su sede en el antiguo segundo dormitorio, donde dormían los preventivos menos revoleras. El otro imparte justicia en lo que era el tercer dormitorio de la vieja cárcel. Hemos tomado un café, de esos para llevar, como tres indigentes, a la vez que hablábamos guardando las distancias en la acera.
Le conté a otro de los magistrados que en lo que ahora es su despacho, en el tercer dormitorio de entonces, una madrugada llamaron dando grandes golpes en la puerta. Subimos y al abrir, encontramos a un preso con una puñalada en el cuello, propinada con un pincho finísimo, como una aguja de las de hacer punto. “Esten tranquilos, dijo. Creo que no es nada –tenía el cuello atravesado de parte a parte, entrando por delante y saliendo por el cogote- he bebido agua y he visto que no se sale por los agujeros”. ¿Qué ha pasado, preguntamos nosotros? “Creo que tiene que haber sido algo que me ha caído del techo”. Y la ley de la “omertá” siguió vigente sin que se supiera nunca quien había sido el autor de la puñalada. Hablábamos de eso y hablábamos, cómo no, del éxito literario que está teniendo “De prisiones, putas y pistolas”. En esas se acerca un guardia civil de los que hacen vigilancia en los juzgados y le decimos casi a coro: “No nos disuelva que acabamos el café y nos vamos, además de estar guardando la distancia y con mascarilla”. “No, por favor –responde- vengo a tomar café también donde únicamente se puede: Café del Cristian y en mitad de la plaza”.
¿Por qué cuento esto? Porque estoy flipando “to” y alucinando en colores, cuando leo en prensa que la Comisión del 8 M, en la que doy por hecho que figura la señora ministra de igualdad –me retracto de inmediato si no es así, si tampoco están Beatriz Gimeno ni Boti García, sus directoras generales- ha pedido en voz alta que se vuelvan a llenar las calles el día 8 de marzo. Este propósito raya la imprudencia temeraria. Leo textualmente: “El objetivo es realizar un acto central para tomar la calle”.
Nosotros –los del café para llevar- somos tres, que hemos coincidido tomando uno de los que se sirven en vaso de plástico, que nos quitamos y ponemos la mascarilla para cada sorbo y que casi nos comunicamos por señas a dos metros de distancia y resulta que toda una señora ministra del Reino de España, sus directoras generales –insisto en que si me equivoco, retiro lo dicho pero me huelo que voy acertado-, convoca a sus huestes para que vuelvan a llenar las calles.
Menos mal que la inteligencia y la mesura existen en el gobierno. La Ministra de Sanidad, Carolina Darias, y la Ministra de Defensa, Margarita Robles -ambas saben más, durmiendo, que la de igualdad- ya han dicho que no irán a ninguna concentración ni manifestación. El señor Franco –descendiente no del general pero que parece de los Austrias por el tobogán de su mentón- demuestra un servilismo intragable cuando afirma que autorizará concentraciones de quinientas personas. O sea: yo no puedo ir a comer a casa de unos amigos y somos seis. Yo no puedo desplazarme a ver a mis hermanos y seríamos ocho. Yo no puedo celebrar nada porque infringiría las normas relativas al perimetraje, al toque de queda, a la elemental prudencia en tiempos de pandemia y al sursum corda. En cambio, Franco dice que autorizará una concentración si no supera las quinientas personas. ¿Qué pasará si, tras esa concentración, hay un rebrote que nos jode vivos a todos? Señor Franco: dígale usted a las organizaciones feministas que le piden manifestarse de manera multitudinaria, que hay muchas maneras de dignificar a la mujer –a las cuales me sumo porque tengo decenas de mujeres en mi familia y entre mis personas queridas- y dígales que estas no pasan por exponerse a los contagios que generó el 8 M del año pasado y que sufrimos todos sin que nadie haya respondido por ello. Vuelvo a leer textualmente: igualdad reivindica que es una jornada más necesaria que nunca. Mi aplauso a Darías y Robles poniendo mesura ante la imprudencia. La mujer se puede defender sin manifestaciones suicidas, ni siquiera necesita esa defensa.
Sigo alucinando y flipando “to”. El rey emérito ya pagó a Hacienda una deuda –que podríamos calificar de tramposa sin temor a equivocarnos- de casi setecientos mil euros. Hoy salta la noticia y vuelve a pagar casi cuatro millones más. Parece que quiere congraciarse con la ciudadanía a base de “morterás” de billetes para volver rejuvenecido del golfo pérsico. Habla la prensa, siempre canallesca, que tal deuda responde a 8 millones gastados, entre otras cosas, en vuelos privados por parte de una fundación –Zagatka- en la que parte la pana un tal Álvaro de Orleans, primo lejano del emérito. Anciano desocupado como soy, escucho también que atribuyen ese pastón a donaciones de amigos. ¡Cojones! Díganme a mi dónde están esos amigos tan altruistas y desinteresados que sueltan la panoja con tanta generosidad y frecuencia. ¿Cómo quieren que me crea otras historias que se dicen del emérito si me intentan colar que ocho millones de euros son regalo de amigos espléndidos? Nosotros, los jubilados que recorremos Alicante, no vigilando obras, sino contando comercios cerrados y mendigos nuevos en las calles, llevamos una contabilidad exhaustiva de quien paga un café y somos amigos potentísimos. No me cuenten que se sueltan ocho millones de pavos solo por amistad y sin otros condicionamientos. Estos al final van a ser como los “donantes” de Bárcenas que no eran donantes sino inversores.
A propósito, acuérdense de que las juntas siempre rezuman. Los que se confabulaban para tener todo atado y bien atado, los que juraban que todo quedaba en secreto y entre ellos, ven a Bárcenas cantar mucho más que los tres tenores juntos. Un buen amigo mío, magistrado sabio y agudo, jubilado hace años, Luis Segovia se llama, publica en su red social una frase cargada de sentido en esta situación: “Bárcenas no tendrá pruebas contra nosotros, le borramos los discos duros y le robamos los documentos. Je je”. Esa risa debe sonar hueca en una sede que –dicen- va a ser abandonada.
PD.
Faltan unos días para que se cumpla el setenta y nueve aniversario de la muerte de Miguel Hernández en la vieja cárcel de Alicante, que al fascismo bautizó para blanquearla como “Reformatorio de Adultos”. No soy gran amante ni experto en poesía pero, para mi gusto, Miguel Hernández es el mayor poeta que ha existido en lengua española y uno de los mayores de la humanidad. No merece este hombre un monumento convertido en basurero por la dejadez de los responsables públicos, como el que tiene.
Lo mismo que no merece la “Ciudad de la Justicia”, el lugar en el que todos depositamos nuestras cuitas, nuestros pleitos y reclamaciones, tener a cincuenta metros un infra barrio, una zona de infra viviendas como la plaza de la División Azul. Señores políticos: aunque le hayan cambiado el nombre, aunque la mona se vista de seda, mona se queda. ¿Hasta cuándo –rememoremos a Cicerón en sus Catilinarias- vamos a tener que soportar esa dejadez y esa vergüenza?