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100 años y 730 días, Valencia llega tarde al centenario de Agrasot

Como en el famosísimo cuadro de Joaquín Agrasot, “Las dos amigas”, hoy en el Prado, alguien allá por 2017-20, se quedó dormido en el cauce del Turia

Autorretrato de Agrasot que conservan sus herederos

Publicado por
Pedro Nuño de la Rosa

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Joaquina Agrasot, como algunos otros sobresalientes pintores del Levante español que vivieron a caballo entre los siglos XIX y XX: los Benlliure, Francisco Domingo, Muñoz Degrain y un largo etc. componentes del llamado “Segundo Siglo de Oro Valenciano”, han sido eclipsados, cuando menos en el ámbito popular, por el innegable genio y fama de un Joaquín Sorolla más universal.

Y tan inadvertidos compañeros de pincel de un Sorolla al que tantas exposiciones sobre temáticas, períodos y paralelismos con otros artistas se le han dedicado, como en la ocasión que nos ocupa, para que las dignísimas autoridades académicas y expositoras de Valencia capital, hayan tenido que ir al rebufo de Orihuela, donde tuvieron, en fecha y exposición antológica oportuna, recuperando la enorme figura del mejor pintor costumbrista de la época, cual fue Joaquín Agrasot, con una magna muestra antológica 07/02/2019 al 30/04/2019, en la Fundación Pedrera Martínez conmemorando el centenario de su muerte en 8 de enero de 2019; eso sí, sin reconocerlo en el Cap i Casal ni por activa públicamente, ni por pasiva en los textos catalogados, llegando al museo de Bellas Artes de Valencia con dos años de retraso, donde estudió Agrasot, quizás la pena impuesta por añadida al artista oriolano.

Siempre quiso ser coherente con el paisaje, los interiores y los personajes perdurados personalmente como testigo de un tiempo, de un país

Conozco bien, muchas páginas hemos escrito sobre este fiel amigo del famosísimo Fortuny, a quien acompañó hasta su lecho de muerte, la trayectoria de un hombre adusto, coherente y ajeno a postureos vanguardistas, que y, por cierto, conocía a la perfección tanto por sus largas estancias en Roma como por sus visitas a París. Siempre quiso ser coherente con el paisaje, los interiores y los personajes perdurados personalmente como testigo de un tiempo, de un país.

Fue a principios de 2017 cuando Antonio Párraga, un estudioso y connoisseur de la pintura decimonónica española, residente en Orihuela, años tras la estela de Agrasot, quien tras diseñar un proyecto cumplidamente estructurado, comenzó a alertar a las autoridades políticas del enorme débito que la capital de la Vega Baja tenía hacia su más insigne artista, por ser, conjuntamente con los pintores de la escuela alcoyana (Emilio Sala, Antonio Gisbert, Francisco Laporta o Lorenzo Casanova…) el de mayor renombre entre los creadores plásticos alicantinos de entre-siglos que con todo mérito muestran hoy sus cuadros en el mismísimo Museo del Prado.

La entonces concejala de Cultura Mar Ezcurra formalizó una comisión y seguimiento para entronizar a Agrasot en la ciudad que le vio nacer y le enseñó a pintar vocacionalmente. El Ayuntamiento de Orihuela tuvo a bien encargarme los textos para el catálogo y con Antonio Párraga nos desplazamos hasta Málaga visitando a los directos herederos de Agrasot, quienes nos apoyaron tanto documentalmente como con cuadros de su propiedad de manera bien decidida y totalmente desinteresada por el mucho amor que conservan a su prócer, cuya “universalidad”, otros reconocen ahora.

Solo en aquel momento Valencia, y ante el renombre y publicidad que el centenario de Agrasot estaba adquiriendo gracias al esfuerzo de sus paisanos, cayó en la cuenta de tan imperdonable olvido, pero ya le faltaba tiempo y espacio para hacer un hueco suficiente en consonancia con quien fue maestro y admirado por el propio Sorolla.

Probablemente producto de este infeliz, no quisiera pensar que ignorante descuido conmemorativo, sea el que tardíamente traten de vender como propio y nuevo el homenaje a un artista que no solo por su temática regional y antropológica, sino por su propia trayectoria, tantos años con su taller en Valencia (donde murió, repito en 1919) vertiendo en lienzos y papeles retratos, hermosas anécdotas del universo huertano, o intrahistorias rurales, habían desdeñado al punto de no darle el lugar adecuado en el calendario expositivo, quedando el pobre don Joaquín Agrasot para las rebajas de años siguientes y, encima, pandémico.

Y, también, quiero suponer, por pudor de vergüenza propia, sin hacer partícipes a quienes desinteresadamente pusieron en tiempo y hora correctos al que en vida nunca lo hubiera solicitado, pero sí merecido, como se demostró con una multitud de miles valencianos acudiendo a su entierro. Probablemente, como en el famosísimo cuadro de Joaquín Agrasot, “Las dos amigas”, hoy en el Prado, alguien allá por 2017-2018, emulando a la pastorcilla, se quedó dormido en el cauce del Turia, y no precisamente la cabrita que nos mira desde el centro del óleo.

En julio de 1920 murió Francisco Domingo Marqués, pero tampoco han llegado a tiempo de homenajear cumplidamente a su más directo paisano capitalino. Por si han despertado del tedio que puede producir la mimesis realista para quienes la historia de la pintura empieza con las acuarelas de Kandinsky, les recuerdo, tiempo tienen de espabilar, que en 1924 desaparecía en Málaga el gran artista valenciano Muñoz Degrain.

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