El amarillismo chorrea hasta por las orejas
El problema es que aquí hay mucho etarrólogo de salón, mucho criminólogo de moqueta que jamás se ha sentado ante un asesino confeso y condenado
El título, con toda seguridad, no es muy ortodoxo. A lo peor es una consecuencia de los efectos de la pandemia: la economía destrozada, los pobres que aumentan exponencialmente, hay uno pidiendo limosna cada diez metros, y los tarados – este es el efecto psiquiátrico- florecen como hongos en los descansillos de cualquier escalera. Perdonen el arranque, pero es que soy un anciano anarcoide al estilo de Cicerón: sin miedo y sin esperanza. Nada temo y nada espero por lo cual es imposible defraudarme.
Ayer, en la Universidad Miguel Hernández, compartí dos horas y media con un montón de alumnos de último curso de Periodismo. Chicos entusiastas que esperan de su profesión algo que no sé si encontrarán. Creen que solo van a escribir la verdad, que no van a tener presiones, que nadie les va a apretar para que rellenen tres folios teniendo en cuenta que la noticia tiene que molestar a alguien porque, si no, es publicidad. Chicas idealistas convencidas de que por medio de su profesión van a cambiar el mundo para mejor. Ilusiones y jorobas no hay médico que las cure y si los jóvenes no son idealistas quién lo va a ser. Todos hablaban de ir con la cabeza alta y la verdad por delante sin tener en cuenta una máxima mercantilista vigente: que la realidad no te estropee una buena portada.
Cuando decidí publicar “De prisiones, putas y pistolas” –la amistad y la fidelidad a un amigo está por encima de cualquier otra consideración- sabía que me estaba metiendo en un jardín lleno de charcos. He intentado retratar una realidad difícil, poliédrica, con muchas caras y con intereses políticos encontrados. Y los líos y los jaleos ya están ahí.
No utilizo mi artículo en Esdiario para hacerme publicidad gratis. Aunque mi editor me dice que el libro va como un auténtico tiro –perdón por lo del tiro, dado el tema que trata- a estas alturas me da igual ganar dinero como para comprarme una moto nueva y dejarle una pasta en herencia a mis hijos, que pegarme fuego a lo bonzo el Viernes de Dolores en la puerta de la Delegación de Hacienda.
Un chavalín, etarra en Nanclares, me dijo: “Señor director, he tenido un vis a vis pero querría que no me contara porque no hemos hecho nada”
En “De prisiones, putas y pistolas” cuento algo que es historia de España y lo escribo treinta años después, cuando ya ha prescrito alguna irregularidad que entonces acaeció y que cometí en primera persona. Hace treinta años, cuento, un chavalín, etarra en Nanclares condenado por delito de terrorismo, me abordó en un pasillo de la cárcel. Alérgico al despacho, me ha gustado pisar los patios para saber de primera mano cómo ha estado siempre el percal en cualquier centro que he dirigido. Los presos de ETA tenían prohibido por la organización hablar con el director y expresamente prohibido hablar conmigo porque eso era echarse en brazos del enemigo. En la cárcel había que adoptar la postura de un burro estoico con las orejeras puestas. Esa era la ideología del llamado “Frente de makos”. Las presiones y el pensamiento ya lo imponían los correveidiles de ETA en sus visitas de control, que no para defender a nadie.
Este chico me dice: señor director, he tenido un vis a vis pero querría que no me contara porque no hemos hecho nada. Yo – lo reconozco- le vacilé un rato diciéndole que todos hemos tenido algún gatillazo en la vida y que “no haber hecho nada” no era motivo para que un vis a vis no contara. Entonces este chico me contó que la mujer que había venido a la visita íntima era una desconocida, que en la herriko taberna del pueblo había un cuadro de corcho en el que colgaban con chinchetas las fotos de los presos del pueblo, con leyendas tales como: “escribe a los presos, visítalos, felicítalos por su cumpleaños…” y que siempre había un cura simpatizante con la causa dispuesto a firmar un certificado de convivencia.
Vi esos carteles personalmente en algunos pueblos de Euskadi. Un día, por ejemplo, en Cestona, con tres ertzainas de escolta porque la banda ya me quería dar carrete, entramos en una taberna, de manera anónima, y se juntó allí una manifestación entera con toda su parafernalia y su vocerío mientras yo leía esos comunicados. Compartía una jornada de no sé qué con un psicólogo penitenciario, Elósegui, que fue asesinado poco después.
Si algunos articulistas desatados supieran algo de sociología o de criminología sabrían que todo grupo –desde las monjas clarisas a los terroristas islámicos y desde los numerarios del Opus hasta a los unidos para hacer senderismo- necesita, busca y tiene elementos de cohesión. Todo grupo tiene señas de identidad, mitos, referentes y espejos en los que mirarse. Peixoto –creo que era él, un etarra antiguo- decía que para crear un pueblo, que no es sino un grupo con determinadas características, hace falta sangre y años. Esos carteles con fotos y esos mensajes no son sino elementos de conformación del grupo.
En tantos años dedicado a estudiar y luchar contra esa organización matadora, nunca he visto ningún negociado que se dedicara a reclutar mujeres para aliviar la soledad
A cuentas de mi novela, que dice cosas mucho más importantes, un profesional –todo mi respeto, que la libertad es eso, que cada uno escriba lo que le dé la gana y que los lectores hagan la criba- ha hecho un refrito con el día internacional de la mujer, el Daesh, las afirmaciones de un sociólogo vasco, y la cara de algunas mujeres importantes en la organización terrorista, desde la asesinada Yoyes hasta la Tigresa, también acogida a la vía que iniciamos en Nanclares. Todo periodista busca e intenta un titular efectista que induzca a seguir leyendo. En tantos años dedicado a estudiar y luchar contra esa organización matadora, nunca he visto ningún negociado que se dedicara a reclutar mujeres para aliviar la soledad. El amarillismo chorrea como la testosterona a los adolescentes. Leo otro titular evidentemente relacionado con el asunto aunque omite cualquier cita, otro señor – nótese mi respeto - habla de “ordeñadoras” que usaba la banda para calmar sexualmente a los terroristas presos. Tampoco he visto ninguna señal de eso en mis muchos años dedicado a la banda que llegué a conocer mejor que a mis hijos, a los que por culpa de esa historia tenía bastante abandonados. El problema es que aquí –llevo diciéndolo desde que daba clase en Criminología en la UA- hay mucho etarrólogo de salón, mucho criminólogo de moqueta que jamás se ha sentado ante un asesino confeso y condenado.
Insisto en el respeto. ¿No es mucho más importante en mi libro el acontecimiento histórico de que dos etarras desafiaran las imposiciones dictatoriales de la organización y criticaran los atentados con niños muertos y desmembrados? ¿No fue decisiva su postura para agrietar una banda criminal cuyos voceros se jactaban de ser una piña? ¿No empezó ahí, en bastante medida, el desmantelamiento de ETA y la desaparición que es, felizmente, efectiva? Me huelo que, igual que contra Franco algunos vivían mejor, hay otros – muy de derechas- que necesitan de ETA.
Todo el día dando la plasta con la banda. ¡Marlaska concede beneficios a los etarras! – clama la ultraderecha-. Tienen que haber modificado la legislación penitenciaria y yo no me he enterado– invito a una mariscada, como las que facebock publicita de los liberados sindicales, a quien encuentre ese texto legal- porque en ningún sitio figura que trasladar a un preso de Badajoz a Burgos sea un beneficio. ¡La dispersión tiene que mantenerse! Yo estuve en la dispersión y la ejecuté desde el minuto cero y me jugué el pescuezo en ello – lean el libro documentadísimo de Juan A. Marín “Para ti, mi vida”-. La dispersión fue un arma para luchar contra ETA y esta banda ya no existe, luego la dispersión no tiene sentido. No me cae simpático Bildu pero… si les decíamos que dejaran de matar y defendieran sus postulados en las instituciones…¿Nos quejamos ahora de que estén pacíficamente en el congreso y damos la vara con lo de “descendientes de etarras?
Posiblemente esa historia de mi “…putas y pistolas”, haya sido una narración desgraciada, un patinazo. Pero en los momentos jodidos en los que luchábamos contra el terrorismo – me queda mucho que contar y ya me han ofrecido un segundo libro para que siga escribiendo- había momentos de miedo, de soledad, de tensión. La risa y el humor negro – sí es cierto que hablamos alguna vez del “comando picadoras”, no miento porque a la vejez no tiene sentido hacer payasadas- son un mecanismo de defensa contra la angustia del que no sabe si en la próxima esquina va a estar esperando quien le va a dar el tiro por la espalda.
Los que no se han movido del sillón no tienen ni puta idea de eso. Por cierto, las putas del título no se refieren a nadie del mundo etarra sino a las mil o dos mil chicas que he conocido en mi andar por las cárceles, ejercientes de la prostitución y mucho más dignas, más valientes y con la cabeza más alta que otros -y otras- que van de trajes a medida, puños vueltos con gemelos y complementos de boutiques de super lujo.