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Superman Iglesias

Las defensoras de los derechos de la mujer, en defensa del macho, tachan de “mujerismo” a la candidata de Más Madrid, una mujer que defiende con decisión y honradez su postura y capacidad

Pablo Iglesias / FOTO: E. Parra. POOL / Europa Press

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Ando de frustración en frustración. Voy a tener que recuperar a mi psiquiatra –lo tengo abandonado desde hace tiempo- para que me mande sertralina mañana y tarde, a ver si el ánimo se me viene arriba porque debo tener la serotonina por los suelos. Me explico.

Ahora, que ya tenía todo planeado para apuntarme al “firdates”, me salta una alarma en el facebock y me avisa de que lo van a quitar porque ya lleva mucho tiempo y aburre. Espero que sea una de esas noticias falsas que inundan las redes. ¿Cómo vamos a socializar los ibéricos clásicos con ese programa fuera de la parrilla? Me reconcome la angustia solo de pensarlo.

Abren y cierran los bares al ritmo de las estadísticas de muertos y de contagios. El desastre del gobierno, también del valenciano –pendiente de peluquines, enchufados y tránsfugas- nos tiene en un ¡ayyy! a los abuelos irrecuperables. No se te ocurra pedirle una información sobre la necesidad de ventilación en el coronavirus: después de estar tres días intentando entrar en la página web de la sanidad, la señora Barceló, amarrada a su sillón, no contesta. Ya veréis cómo tan pronto empiecen las elecciones comienzan a mandar cartas y a decirte “querido amigo” como si te conocieran de toda la vida. Pero ahora, en la necesidad, no están, no contestan.

Se vacuna el obispo, se vacuna el liberado sindical, se vacunan jerifaltes de todos los colores y los vejestorios de riesgo andamos enclaustrados alimentando las obsesiones –unos más que otros- y lo que nos ahorramos en cenas y en aperitivos nos lo vamos a gastar en anafraniles, tranquimazines y modecates. Hasta Errejón lo ha dicho en el Congreso y le han propuesto que vaya al médico. ¿A qué médico? Tengo una amiga que lleva dos años esperando a que la llamen para la revisión del cáncer de mama que hacen a las señoras y ni noticia de los encargados de ese negociado. ¿Es que no hay más patología que el covid?

Veo a gentes como auténticas cabras, enloquecidas con gilipolleces que me recuerdan inevitablemente a mi época de director del psiquiátrico de Fontcalent -a mi pesar, porque allí conocí la peor cara de la condición humana y no hablo de los internados-. Recuerdo a uno – pobre, más digno y más noble que muchos “repeinaos” y que pretendían ser importantes y que andaban sacando pecho fascistoide como si fueran descendientes directos de la pata del Cid-. Aquel paciente desgraciado me pedía todos los días traslado al hospital militar de Valencia porque –afirmaba con la convicción del psicótico- que “los funcionarios lo despertaban por la noche dándole besos en la boca y le echaban unos polvos por la ventana que hacían que el pelo se le cayese”. A los locos no los quieren en ningún sitio y cuando intentabas mandar a uno a su lugar de origen, todo el mundo se sacudía las pulgas diciendo que “ese allí no pintaba nada”. Yo intentaba convencerlo en vano de que él no tenía ningún argumento para ser admitido en el hospital militar. Irreductible a la lógica y al razonamiento el problema se solventó solo: No me traslade usted ya –dijo otro día alegre y convencido- los polvos que me echan por la ventana, que me hacen caer el pelo, me están poniendo los dientes más fuertes. Aquí había un mensaje esencial e irrebatible válido para cualquiera: las dentaduras son más importantes que las pelucas.

Los murcianos, siempre geniales, la han liado bien liada. Ha bastado un anuncio de moción de censura para que se monte un pifostio de padre y muy señor mío

En estas estamos, con la economía desguazada, los locales de todo tipo que cierran a montón, proliferan los letreros de “Se alquila” a los que nadie hace caso porque toda posibilidad de negocio se ve inexistente, la angustia de la población sube a niveles estratosféricos y los políticos siguen enfrascados en su greña habitual. Más de cuatro millones de parados y uno en el ERTE. Cuando hablan de hacer esfuerzos, se refieren a nosotros. Cuando hablan de bienestar, se refieren a ellos, al suyo. Como afirmaba El Roto en uno de sus lúcidos dibujos: Se pelean en público, pero en privado acuerdan sus sueldos.

Hace unos días escribí, aquí mismo, que no hay nada nuevo bajo el sol y que la vida pública es puro aburrimiento. Retiro lo dicho. Los murcianos, siempre geniales, la han liado bien liada. Ha bastado un anuncio de moción de censura - la culpa inicial es de los vacunados fuera de tiesto- para que se monte un pifostio de padre y muy señor mío. Esa moción ha quedado en nada porque ha resucitado el “Tamayazo”, que inauguró en Madrid Esperanza Aguirre teniendo como víctima a Simancas –un inútil político como la copa de un pino que sobrevive como banderín de enganche para todos los traicionados en ese Patio de Monipodio en el que reina el postureo y la mentira-. En política, el que no ha sido traicionado es que no ha estado allí en su vida porque todos, casi sin excepción, han podido decir en algún momento la frase que pasó a la historia pronunciada por César: “Tú, Bruto, tú también hijo mío”, mientras era apuñalado por la espalda por quien creía fiel, su hijo adoptivo.

La moción murciana –antes de conocerse el Tamayazo- ha sido el toque a rebato que ha movido el tablero político hasta límites insospechados. Ayuso en Madrid se ha venido arriba, aupada por el consejero áulico de Aznar, que ella ha retomado, y ha dicho: “Esto a mí no me lo hacen”. Y ha convocado elecciones, consciente de que el cadáver de ciudadanos le va a suponer un puñado de votos que le posibilitará gobernar con el otro comparsa de la foto de Colón. Ciudadanos es un cadáver que se está comiendo el PP, filete a filete, hasta dejarlo en los huesos.

Las feministas en defensa del macho, han tachado de “mujerismo” la postura de la candidata de Mónica García

No eran esa las únicas bombas: moción murciana y tamayazo, reacción madrileña y convocatoria. Cuando nadie lo esperaba salta el señor Iglesias –se ha equivocado de lleno y ahora no puede volverse atrás- se coloca encima del tablero y se ofrece como el Mesías salvador. Yo voy a frenar en Madrid a la ultraderecha – ha pensado con seguridad- aglutino a la izquierda y, tras el golpe de efecto de abandonar la vicepresidencia, me hago con la Comunidad de Madrid que, queramos o no es el principal motor económico de España.

El primer guantazo en la boca se lo ha dado su antiguo colega Errejón. Mónica García, una médico anestesista que me gusta muchísimo por su claridad de ideas y por cómo las defiende, ha afirmado claramente y en voz alta: “Soy mujer y madre. Madrid no necesita más testosterona. Las mujeres estamos cansadas de que en los momentos históricos nos aparten”. Todo eso relacionado con la proyección del señor Iglesias como estrella salvadora. En Podemos, como en todos los demás partidos, hay pelotas que se arrastran en pos del jefe luchando por las migajas que bien pueden ser un puesto de salida en una lista o un carguillo en alguna covachuela. Rápidamente, ellas, las feministas, las defensoras a ultranza de los derechos de la mujer, en defensa del macho, han tachado de “mujerismo” la postura de la candidata Mónica. Nuevo vocablo, que pretende ser peyorativo acuñado por feministas militantes y vocingleras, para definir a una mujer que defiende con decisión y honradez su postura y sus capacidades.

En medio de este barullo electoral los socialistas andan silenciosos. Si yo votara en Madrid, tendría mis dudas entre Gabilondo y Mónica García. Ángel es uno de los hombres con la cabeza mejor amueblada que conozco, de análisis pausado y con un temple que es poco efectista en un mundillo donde domina el marketing y los discursos vacíos pero incendiarios. No tiene la imagen de un político arrasador, es un profesor de universidad y eso vende mal.

Desde el palco de mi inutilidad –hay políticos en ejercicio y con cargos de relumbrón mayores que yo y que no han hecho ni el bachiller- desde la barrera del que ha cumplido con todas sus obligaciones sonrío cuando todos, absolutamente, hablan de su motivación suprema al actuar en mociones de censura y convocatorias electorales: el bien de España. No hay uno solo que hable de su propio beneficio y esos, salvo honrosas excepciones, son los más abundantes.

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