Miguel Hernández, Tobalín Avilés y el alcalde Barcala
Este domingo se cumplen 79 años de la muerte de Miguel Hernández, el poeta más grande en lengua española. Machado, Lorca, Becquer, Neruda… pero ninguno tiene la garra del poeta de Orihuela
Hoy estoy de luto mientras escribo. Hace un año murió Tobalín Avilés, el perro más listo, fiel, cabezota, tragón y dulce del universo. Con catorce años y tres meses, la naturaleza inexorable y ciega siguió su curso. Él se fue al paraíso de los perros, donde la bondad es la norma general, al contrario de la que impera aquí. Un año, y no pasa un día sin que tenga grabado con un punzón en el rabillo del ojo aquel momento en que la vida se le iba, abrazado a su padre que soy yo. Tobalín Avilés, inocente y bueno en el buen sentido de la palabra, como el hombre de Machado.
En esta situación de “medioconfinamientoperimetraldeloscojones”, veo en distintas cadenas de televisión cómo declaran uno tras otro los que fueron mandamases del PP en relación con la contabilidad B de ese partido, avalada ya la existencia de la misma por el Tribunal Supremo. Eso de la contabilidad B es una expresión bien sonante. En realidad, para entendernos, se refiere a contabilidad en negro para anotar inversiones que hacían los mal llamados “donantes” y que siempre tenían como fin esencial y casi único, obtener luego tratos de favor de los que mandaban cuando adjudicaban contratos públicos. Eso no hacía otra cosa que encarecer, con cargo al contribuyente, cualquier obra pública en la que metían mano. En esa contabilidad B – la B no es por Bárcenas sino para contraponerla a la A que sería la que se presentaba en público- en las anotaciones de puño y letra del señor Bárcenas que tantas veces hemos visto fotocopiadas en prensa, figuraban nombres y cantidades que el nombre se había llevado. De eso iban las declaraciones que yo – anciano ocioso e inútil, parásito con todas las letras- he visto en el juicio. Ha sido perverso – mala leche de libro- el tipo que titula al pie las intervenciones de los testigos. Ha puesto, el muy cabrito – dicho con todo respeto- “Testifica M.Rajoy”. ¡Qué mente tan retorcida!
Mientras los distintos testigos declaraban por videoconferencia – yo en mi casa no llevo mascarilla- no he podido evitar que me viniera a la cabeza el recuerdo de uno de mis grandes profesores de Derecho Penal: Don Rafael Bañón, que daba clase en la UA, siendo además Presidente de la Sección Tercera de la Audiencia de Alicante. Este hombre sabio y bueno como pocos nos decía en clase alguna vez: Cuando me estoy poniendo la toga para entrar a muchos juicios no puedo evitar cantar para mis adentros, “vamos a contar mentiras tralará, tralará”. La bondad y la socarronería estaban siempre presentes en don Rafael, hasta cuando nos daba broncas sonadas por nuestra ignorancia enciclopédica.
Los testigos están obligados a decir la verdad, contrariamente a los imputados que están autorizados a mentir como bellacos para no tirar piedras contra su propio tejado. Ni uno solo de los antiguos gerifaltes de la derecha española ha cobrado un sobresueldo ni ha cobrado un duro de más. Nadie llevaba los asuntos de la contabilidad y no tienen ni idea de qué iba esa película. Los nombres que los relacionan con ese feo asunto son fruto de la imaginación calenturienta de un cuentista profesional.
No seré yo quien les lleve la contraria, pero en mi estado deplorable física y mentalmente – la ancianidad no es un grado sino una mierda – me surge una pregunta que me tortura: ¿Por qué, entonces, cuando mandaban, desde sus puestos de relumbrón político liaron la que liaron con el chófer de Bárcenas, con el cura que asaltó su casa, con el ordenador y los martillazos y con todo lo que ha devenido en la Operación Kitchen? Todo presuntamente, hasta que haya una sentencia. Si yo no tengo nada que temer ni nada que ocultar no monto el cirio de la Kitchen ni pago – presuntamente- con fondos reservados al chófer de Bárcenas para que se chive de todo el pescado. El político en el puesto de mando se siente omnipotente. Cuanto más torpe es, más convencido está de que puede hacer lo que quiere. Esa omnipotencia megalómana hace que se busquen ruinas auténticas ¡Ayyyy, señor! ¡Llévame pronto!
Cuando yo trabajaba como espía tuve la feliz idea de recopilar y unir los trozos del expediente de Miguel Hernández que andaban desperdigados por España
Mañana domingo se cumplirán setenta y nueve años de la muerte de Miguel Hernández. No soy lector de poesía -me gusta más el ensayo, la novela negra y la histórica- pero, a mi entender, es el poeta más grande en lengua española. Machado, un genio. Lorca, muy bueno. Jorge Manrique, Becquer, Neruda…. Pero ninguno tiene la garra y la hondura del poeta de Orihuela. Murió pobre, solo con la compañía de un preso de la enfermería y con la pena de muerte conmutada por treinta años en aquel “Estado de Derecho” surgido de un golpe de estado fracasado y una guerra civil de exterminio.
Cuando yo trabajaba como espía, hice mil giras por todas las cárceles de España. Tuve la feliz idea – avalada por la Secretaria de Estado y el biministro de Justicia e Interior- de recopilar y unir los trozos del expediente de Miguel Hernández que andaban desperdigados por España. Me gusta la Historia, pero no soy historiador. No me voy a meter en charcos que no me corresponden escribiendo biografías del poeta. Fui yo, y ahí están los testigos, quien recogió hoja a hoja los documentos de Miguel Hernández preso. Solo avisé de que faltaba el de la cárcel de Huelva, que no me dio tiempo a recoger cuando entró a gobernar la derecha, al entonces Inspector General, cosa que hizo él, uniéndolo al resto de la documentación.
Cuando Miguel Hernández cayó preso en Huelva, creo que intentaba pasar a Portugal para ir desde allí hasta Chile, donde Pablo Neruda se había comprometido a darle asilo. Lo cazaron en la frontera. En esa época, los presos eran trasladados de una prisión a otra sin ser acompañados de su expediente, solo con una hoja de traslado que llevaba la Guardia Civil, viajando en tren, en las famosas “cuerdas de presos”. Por eso estaba la documentación, del poeta más grande en Lengua española, desperdigada.
De Huelva fue trasladado a la cárcel del Conde de Toreno, en el barrio de Malasaña y su expediente fue a parar a la cárcel, ya derruida, de Carabanchel. De Madrid fue trasladado a Palencia – debió ser un inicio de dispersión en la época, pues nadie entiende el motivo de mandar a un pobre alicantino a cumplir semejante ruina junto al río Carrión y al Valdavia-. Allí cogí yo el trozo de expediente correspondiente – con el recibí firmado- de manos de mi amigo Paco Toni, médico, director de aquella cárcel y el tío que mejor contaba los chistes de moros que he conocido en mi vida. De Palencia fue trasladado a Ocaña. Coincidió, como en Toreno con Buero Vallejo, el insigne autor teatral de “Historia de una escalera”. La escalera es un espacio cerrado -sobre todo cuando algunos se niegan a abrir las ventanas incluso en tiempos de coronavirus necesarios de ventilación en sitios cerrados y los políticos miran a otros sitios-. Todos los miembros de esa escalera diabólica son unos fracasados. No salen de su situación y hay mentiras rencor y envidias. Buena sería la lectura obligatoria de esa obra en toda comunidad de vecinos. Buero, amigo de Miguel, pintó el retrato a carboncillo famoso del poeta que ilustra este artículo.
Le han hecho un monumento junto a los juzgados, no exactamente en la enfermería en que murió sino unos metros más arriba
Desde Ocaña fue, por fin, trasladado hasta Alicante en donde incluso tuvo tiempo de contraer matrimonio con Josefina Manresa Marhuenda, antes de morir. Cuando llevé a la Secretaría de Estado el trozo de expediente alicantino – entregado por quien ejercía de Director del centro, mi buen amigo Tomás Sanmartín- hubo tres detalles que me sorprendieron y que no he olvidado. El médico de Ocaña – un santón de las prisiones que hasta se estudiaba en las oposiciones, Don Amancio Tomé- certificó que Miguel no padecía ninguna enfermedad infectocontagiosa que impidiera el viaje desde Ocaña hasta Alicante. ¡Qué ojo clínico! Murió tuberculoso en pocos meses. El médico de la cárcel de Benalúa – Reformatorio de Adultos, hoy Juzgados- también se quedó descansando con su parte tras la muerte. Escribió algo así como que no pudo cerrarle los ojos porque era hipertiroideo y tenía exoftalmos, de ahí debería venir su sensibilidad de poeta. Mi tercer recuerdo de este expediente es el mal rato que le hice pasar a mi gran amigo hernandiano Miguel Gutiérrez, Teniente Fiscal de la Audiencia. Publicó un libro sobre el poeta y decía que allí estaba su expediente carcelario completo. Tuve que desmentirlo porque solo tenía el trozo de Alicante y faltaban los demás. Unos años más tarde hice de intermediario para que él tuviera una copia de ese expediente como tienen otra en el Instituto Miguel Hernández, entregada a su entonces director Adolfo Guerra.
Le han hecho un monumento junto a los juzgados, no exactamente en la enfermería en que murió sino unos metros más arriba. Señor Barcala, alcalde de Alicante: jamás he votado al Partido Popular, pero a usted estoy dispuesto a votarlo e incluso a hacerle campaña si es capaz de coger de una oreja al concejal de jardines y ordenarle que arregle la indignidad de ese monumento. Está lleno de basura, nadie cuida las plantas que deberían adornarlo permanentemente. Sirve solo para que los perros hagan ahí sus necesidades y, aunque el poeta alicantino era cabrero en su infancia y amante de los animales, creo que merece una imagen más cuidada de su memoria.