Tongo
Lo malo de toda esta farsa parlamentaria actual es que un día el pueblo en el patio de la calle, y acuchillado por pandemias, paros y cierres empresariales, acabemos dándonos cera de verdad
Todavía recuerdo, como seguramente muchos de ustedes, incluso algunas féminas de crianza liberal, cuando nuestros padres nos llevaban en las noches de verano a la lucha libre. Era todo un espectáculo ver los combates de aquellos forzudos saltarines que en "catch" a dos, a cuatro e incluso a seis en el mismo ring, pegándole inclementes guantazos al contrario, como para haberlo matado de dárselos a cualquier mortal no profesional; se hacían inhumanas llaves muy capaces de arrancarle un brazo o una pierna; o se le precipitaban encima desde una altura suficiente como para dividirle el cuerpo por el bajo abdomen; y hasta perpetraban trampas infames (ante las cuales el público nos levantábamos desgañitando cabreos contra el "malo-malísimo") pateando al adversario por la espalda o ahogándolo, hasta justo un segundo antes de la expiración por asfixia, con el despiadado sadismo del gorila de la calle Morgue.
Pero como eran de goma, o al menos lo parecían, nunca fuimos a un funeral, ni ellos aparecieron en las páginas de sucesos. Las peores consecuencias venían a posteriori cuando en el patio del colegio alguno de nosotros intentamos emular en la práctica aquellas artes de la lucha, y nos (o le) crujíamos el codo o la rodilla a un compañero, o provocábamos escandalera de sangre por la nariz, recibiendo el pertinente y severo castigo curas y/a profesores nos arrodillaban ante toda la clase con dos tomos del Espasa en cada mano crucificada y otro en la cabeza que debíamos mantener en equilibrio. Nuestros héroes nos habían traicionado porque la vida, la supervivencia y el afán de competitividad no eran esa épica peliculera.
Sin embargo, la decepción fue mucho mayor, cuando a las ya suficientes peleas presenciadas en el cuadrilátero montado sobre el ruedo taurino, comiendo pipas y bocatas entre refrescos y expectantes angustias, nuestros mayores nos aleccionaron sobre algo que ellos sabían desde la primera noche, llevándonos en su fatal revelación la decepcionante, pero inequívoca conclusión, de que todo aquello era mentira. O sea: tongo.
Han tenido que pasar muchos años para que vuelva a sentir semejante desencanto. Y además sin aquella ficticia y maniquea belleza plástica con enmascarados, abominables hombres de las nieves, Aquiles, Hércules, Cortés, etc. Y ha sido en nuestros parlamentos de los municipales a la Carrera San Jerónimo, pasando por los autonómicos.
"Los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla"
Los políticos hoy se insultan, poco menos que mentándose a la madre y a los cuernos, con una insania provocadora y propia del inicio de cualquier reyerta tabernaria en un barrio de puteros portuarios o apartadizos clubes de alterne barato. Diciéndose de todo, amenazando querellas, o repitiendo temerarias coacciones que no se oían desde la Segunda República que acabó genocida, en la más cruel de todas las guerras: la Civil.
Y a veces pienso en la famosa frase, no por más tópica, menos atinadamente comprobada: "Los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla". Entonces me entra el canguelo de mis dos abuelos muertos, de tantas salvajadas que escuché, también de niño, a quienes, de uno u otro bando, tuvieron la desgracia de vivir y sufrir aquella contienda entre españoles irreconciliables.
Como en la lucha libre siempre hay un provocador filibustero de las reglas del noble pugilato, generalmente quien perderá el último asalto. Lo que no entiendo es que don Pablo Iglesias diga que los de Vox merecían, como sucedió, ser lapidados con adoquines "rojos", por provocar con la palabra a cuatro podemitas matones de Vallecas, pero encubra desvergonzada y mendazmente cómo apenas unos días antes él mismo, ¡olé tus cojones, tronco! se fue para los gregarios de Abascal, y a punto estuvo de que le dieran dos hostias de no ser porque llevaba semejante escolta y añadidos que el georgiano Beria.
Sin embargo, después de todas esas tribulaciones del espectador angustiado e inquieto ante un porvenir más oscuro que el túnel de La Codorniz, colijo que toda esta tangana de insultos e improperios, no es sino tongo de verborreas en el estrado, pero con final feliz tomándose unas cañas, cuando no opípara degustación en el restaurante moda, tranquilizando al adversario porque lo de pasarse tres pueblos dialécticos como vulgares faltones y antítesis de la obligada prosapia dialéctica, estaba en el guión para alimentar el pesebre de unos simpatizantes que ya no creen en ellos.
Lo malo de toda esta farsa parlamentaria actual, es que tal vez un día, el pueblo en el patio de la calle, y acuchillado por pandemias, acuciado por paros y cierres empresariales, harto de alarmas y encerronas que los políticos no cumplen, se anime y decida imitar a sus presumidos ídolos de la lucha libre legislativa, y como no somos de caucho, ni sabemos de fingimiento profesional, acabemos dándonos cera de verdad, y sin nadie que pueda parar el combate.