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Vivo sin vivir en mí

El espectáculo que están dando con las vacunas nos deja estupefactos por la falta de rigor y de seriedad. La comunicación es un desastre y la puesta en escena otro

El proceso de vacunación se ve afectado por las decisiones políticas y la falta de vacunas

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En mi pueblo de la Andalucía profunda aquel cura trabucario y fascista, con novia formal y compinchado en todo con el alcalde Mehincho, gustaba de aterrorizar a los fieles con las penas del infierno, sobre todo a quienes acudían al cine de la competencia – él tenía otro al que bautizó como benéfico y social, aunque el beneficio fuera solo suyo-. En esta política de terror y de comida de coco para dominar al rebaño, organizaba misiones que impartían predicadores verborréicos que a los catetos nos tenían con la boca abierta, narrando historias fantásticas e inverosímiles. Yo mismo, tierno infante entonces, feo, pobre pero espabilado, me acerque un día al padre Juberías, misionero de postín del que ya contaré alguna aventura, y le solté a la primera: ¿Adónde tengo que ir para ser mártir? Aquel cura contaba como nadie la exaltación de quienes sufrían el martirio y cómo entraban en el cielo por la vía rápida.

El padre Juberías, de grandes dotes teatrales y declamatorias, empezó un día el sermón buscando el aplauso fervoroso desde el minuto cero, como si fuera el Ronaldo de los predicadores. “Vivo sin vivir en mí – exclamó el cura con lágrimas en los ojos- y tan alta vida espero, que muero porque no muero”. Ante los versos de Santa Teresa, reina de la mística mundial, un emigrado a Alemania donde ejercía como basurero pero volvía al pueblo con un Opel Manta para general envidia, pensó que el cura proponía un acertijo y soltó a grito pelado: ¡la gallina!

El cabo Colomera que, en tanto que autoridad militar del pueblo, ocupaba un lugar preeminente en el altar mayor junto a Mehincho, tomó cartas en el asunto de inmediato para restablecer el estado de derecho y el orden público. Le sopló dos hostias – de las que se dan con la mano abierta- dentro de la iglesia, lo arrastró a la calle cogido por las orejas, le quitó el pasaporte y el certificado de buena conducta -imprescindibles para ser basurero en Alemania- y el buen Eufrasio Gálvez, por culpa de la mística teresiana que él creía un acertijo de concurso, tuvo que vender el Opel manta al terrateniente que luego volvió a contratarlo a su libre albedrío cada vez que había faena en el campo.

Estoy, hoy, como Gálvez, comido por la angustia, devorado por la zozobra. Vivo en un ay y no puedo ni siquiera disfrutar del uso del matrimonio porque no me la encuentro. Mi vida es un sobresalto y creo que la culpa la tienen los murcianos. ¡La que han liado los murcianos con su moción de censura! Han metido a Cantó en el cuarto partido en pocos años. Le han hecho trasladarse de Valencia a Madrid. Él que luchaba por los derechos y el bienestar de los valencianos, más altruista que san Juan de Dios y el padre Claret juntos, ha emigrado para defender a los madrileños con idéntico afán y…no lo dejan. Mecagoentoloquesemenea. ¿Cómo es posible despreciar a ese activo político, a ese revulsivo de las masas, a ese tirón electoral capaz de arrastrar a los abrevaderos populares hasta a los más reacios a la derecha?

¿Lo fichará la sexta como a Bono, a Cristina Almeida o a Revilla para que pontifique sobre la libertad y la gestión pública?

¿Qué será del pobre Cantó sin cobijo en la lista electoral? ¿Cómo sobrevivirá quien, olvidado el teatro en el que nunca triunfó, no encuentra sueldo público al que agarrarse? ¿Lo fichará la sexta como a Bono, a Cristina Almeida o a Revilla para que pontifique sobre la libertad y la gestión pública? Este hombre se va a dejar el pellejo en la campaña. Su elocuencia, su entrega y su eficacia, seguro y más que seguro que le agencian un hueco, en el gobierno de Ayuso. No van a dejarlo tirado, ahora que saltó a tiempo del naufragio de Ciudadanos, como antes del engendro de Rosa Díez, tirado como si fuera un Gálvez cualquiera mendigando un jornal ante el terrateniente de turno. Intento tranquilizarme, pero me corroe la incertidumbre. No lo puedo remediar.

Lo mismo me tiene de los nervios, dependiendo del tranquimazin para pegar un ojo, el asunto de las vacunas. Un anciano desahuciado, con mil y una goteras, persona de riesgo, aunque no es el caso de exponer aquí y ahora mis patologías y… ni una llamada para nada en catorce meses de pandemia. ¡Viva la seguridad social y la mejor sanidad del mundo!

Recibo una llamada de una persona – de las vacunadas por ser esenciales en su puesto de trabajo y no un montón de escombros como es mi caso- dice textualmente: “Me pusieron la primera dosis de Astrazeneca el 26 de febrero. Hoy, 12 de abril, las noticias son que la segunda dosis no nos la van a poner y que, de aquí en adelante ya veremos qué pasa. En todo caso, si queremos, más adelante nos pondrán una segunda dosis de una vacuna que está por determinar”. Magnífica organización, felicito al gobierno central y al autonómico por su capacidad de gestión porque esto – ya lo dije en mi artículo anterior- se parece cada vez más al chiste del que va al infierno y le dan a elegir el francés, el alemán o el español. Ya lo contaré.

Madariaga se escaqueó del Proceso de Burgos en el que condenaron a muerte a Mario Onaindía y a mi amigo Teo Uriarte

Me sumo a mi colega de página Mónica Nombela: el espectáculo que están dando nos deja estupefactos por la falta de rigor y de seriedad. La comunicación es un desastre y la puesta en escena otro. El lío con la Astrazeneca es para nota: En enero era válida para los mayores de cincuenta y cinco años, en febrero para los menores. En marzo valía para la horquilla entre cincuenta y sesenta y cinco. Ahora la quieren poner a los de más de sesenta y cinco. Nadie me ha explicado por qué entre 60 y 69 años somos menos propensos a trombos. ¿Alguien puede informar de esa estadística y sus causas? Verán como al final la ponen a los que sean seguidores del putiferio isleño, vean al completo la saga de Rociito y sigan al dictado los consejos de Irene Montero. Alucino por un tubo, les mantendré informados si me citan algún año de estos y con qué marca me quieren inmunizar. Por ahora sigo enclaustrado y sufriendo las patologías inherentes a la pandemia. Me cuentan que un prójimo, emboscado con una escopeta vieja, afirma – con su esquizofrenia desatada- que el virus entra por las ventanas y hay que tirotearlo al pasar por ellas. Ya dije yo, alto y claro, en mi época de directivo del psiquiátrico foncalentino que allí no estaban todos los que eran.

No quiero convertir este artículo en un obituario – yo mismo, con el rollo de las vacunas y sus contraindicaciones, debo estar a las puertas del crematorio- pero no puedo dejar de referirme a la muerte de Julen Madariaga, uno de los fundadores de ETA en los años cincuenta. Este hombre, como la mayoría de los abuelos cuando ven cerca al Can Cerbero en la laguna Estigia – espero que a mí no me pase- renuncian a posturas extremas e intentan reconciliarse con el personal adoptando las poses del abuelito de Heidi.

Madariaga se escaqueó del Proceso de Burgos en el que condenaron a muerte a Mario Onaindía y a mi amigo Teo Uriarte; abdicó de la violencia – entrevista en El País en 2009- diciendo que “los radicales – se refería a los milis empecinados- no tenían cojones de despegarse de la tutela de ETA”; nunca se dio cuenta, cuando pretendía luchar contra la dictadura franquista, de lo que afirmó alto y claro Juanjo Etxabe diciendo que “ellos no eran antifranquistas sino antiespañoles”. Madariaga, que acabó en Aralar con Patxi Zabaleta como tantos otros y que contribuyó con su desapego a la extinción del monstruo, hizo una cosa más importante que no he visto recogida aún y que tengo que decir por fuerza. Fue el autor del catecismo de ETA que siguieron a pie juntillas durante años los más sanguinarios y que generó finalmente que algunos, como Isidro Etxabe y Jon Urrutia, los grandes protagonistas de “De prisiones, putas y pistolas”, alzaran la voz contra una organización capaz de matar niños – Fabio Moreno- y desmembrar chiquillas que empezaban a ser adolescentes – Irene Villa-.

Madariaga, resumiendo y vulgarizando la obra de Carl Von Clausewitz, “De la Guerra”, escribió “Insurrección en Euskadi”, obra que he leído dos docenas de veces y que me fotocopiaron directamente en los Jardines de Albia de Bilbao para ponerla a mi alcance. En este catecismo se afirmaba de la manera más sectaria que en Euskadi había una guerra y que en ella no se debía retroceder ante ninguna efusión de sangre. De ahí vendrían luego, con el colectivo Artapalo, por ejemplo, y sus fámulos batasunos, las teorías de la “Socialización del sufrimiento” – aquí sufrimos todos, no solo los presos y sus familias- y la teoría de que los niños y las mujeres eran usadas como escudos por guardias civiles y policías y eso no podía parar las “ekintzas” – véanse atentados de Vich y Zaragoza, por ejemplo-.

Se me ha acabado el tiempo y el espacio. Feliz día de la República. Socialismo – no el de Sánchez e Iglesias que no me gustan- y República.

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