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Un psiquiátrico lúgubre y tétrico

Déjense de elecciones y de peleas entre Iglesias y Ayuso, relájense matando en lugar de cabrearse por la política errática de economía y vacunas. Sumérjanse en la literatura de Lorena Franco

Lorena Franco, autora de la novela 'Todos buscan a Nora Roy'

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¿Les gusta el juego de palabras y la cacofonía? Tengo la negra. Después de trabajar durante cuarenta años, llega la derecha al poder con Rajoy a la cabeza y su política de no hacer nada y…pienso lo que pienso. ¡A tomar por cu…! Perdón, no se puede escribir culo en un medio serio y decente.

Acogiéndome a la legislación funcionarial – me sobraban años cotizados por un tubo- mando mi instancia de jubilación y me dedico desde entonces a vigilar obras, que es el trabajo esencial de los jubilatas inútiles. Hoy me sorprende el ministro Escrivá. Lo oigo en algún sitio decir que al que no se jubile le van a dar 12 mil euros para que siga trabajando. Por favor, señor ministro, deme los doce mil euros, repóngame en mi condición funcionarial y me quedo hasta los setenta.

¡Calla, calla! Me dice un abuelo, vigilante de obras como yo. ¿Dónde vas a ir tú? Estás forrado con los libros que escribes y tu única obligación es sacar la basura por las noches. ¿Para qué quieres los doce mil pavos? Querido amigo – contesto pacíficamente, aunque me dan ganas de coger la escopeta del trastornado del que hablé en el artículo anterior y darle con ella un par de culatazos en el cogote- de los libros y la literatura no he sacado ni un euro. Solo gastos. Lo poco que he cobrado – y Hacienda ni me lo ha incluido en el borrador de la renta- lo he dado a Felinos Lo Morant, que cuidan gatos callejeros y abandonados y a Remavida, un grupo de mujeres valientes que son un ejemplo de lucha contra el cáncer y contra todo lo que se les ponga por delante. Me vendrían como Dios los doce mil pavos porque terminaría mis días volviendo a las motos de mil quinientos centímetros cúbicos y dejaría de pasar vergüenza montado como un paria, en una scooter, que no es lo que corresponde a un guerrillero anciano. Repóngame, Escrivá, pero no en el psiquiátrico de Fontcalent que ha sido el peor destino en mis cuarenta años de carrera. El peor y no precisamente por los loquísimos que cumplían allí medidas de seguridad. Ese libro, cuando decida escribirlo, dejará pequeño a “De prisiones, putas y pistolas”.

Señor Escrivá: haga oreja por favor. Vacúneme de una puta vez e inclúyame en los servicios imprescindibles para morir con las botas puestas como los del séptimo de caballería frente a los indios sioux. Vacúneme, que me están pasando por encima obispos, conselleres, sindicalistas y alcaldes, personal imprescindible, hombres y mujeres más jóvenes que yo y me estoy oliendo que quieren bórrame del mapa usando el virus para no dejar rastro del homicidio. ¿O es esto una paranoia fruto de las patologías psíquicas que genera la epidemia?

¡Qué bien vende el peine Sánchez! Ni Ramonet, el charlatán de Orihuela en sus mejores tiempos, aquel que era un campeón vendiendo mantas y todos los cachivaches inútiles que se proponía

Esta mañana, después de ver sacar cuatro camiones de escombros – con los que me identifico plenamente hasta que Escrivá me reponga en mis funciones- me he tragado – masoquista irrecuperable- medio discurso de Pedro Sánchez para ver si hacía alguna promesa real con los millones que dicen que nos van a mandar de Europa para que nos recuperemos. Más de lo mismo. Resiliencia es la palabra de moda ahora que parece que el virus – ni noticia de la vacuna a los de mi horquilla- anda medio dominado. Resiliencia, que es lo mismo que resurgir de las cenizas ruinosas, sacar pecho orgulloso y vivir como un maharajá, cuando unos días antes vivías como un mendigo. Resiliencia, o sea, recuperarse de la ruina física, moral y monetaria. ¡Qué bien vende el peine Sánchez! Ni Ramonet, el charlatán de Orihuela en sus mejores tiempos, aquel que era un campeón vendiendo mantas y todos los cachivaches inútiles que se proponía.

Sánchez no me enrolles, que has presentado los ciento cuarenta mil millones siete veces a bombo y platillo y aún no hemos visto un céntimo. Yo quiero ver esa pasta gansa invertida, no en apesebrados y sindicalistas, ni en florituras de la Montero, de Beatriz Gimeno y Boti García. Quiero verla invertida, un euro detrás de otro, en crear puestos de trabajo estables, que usted, Presidente, no se imagina – porque no la pisa y viaja en Falcon y los informes de Iván Redondo y Tezanos están edulcorados- cómo está la calle: locales cerrados, todo se alquila y se vende, aunque nadie alquile ni compre nada. Hay que salir con treinta euros en monedas para ir dando uno a cada paso porque los mendigos se multiplican a diario. No se crea que es catastrofismo, que los abuelos vigilamos más cosas además de las obras y no estamos tan Alzheimer como para no ver lo que nos salta a la cara.

Ya me he cabreado con la situación catastrófica. Una vez más la literatura me salva. Me he arrellanado en mi sillón orejero y comienza un orgasmo infinito – la literatura…ese placer sublime que se puede disfrutar con los pantalones puestos-. Me llega a la mano un libro de una mujer que está llamada a ser la reina de la literatura negra. No la conozco personalmente solo por la obra de que les voy a hablar, pero la veo al nivel de Pierre Lemaitre y de Joël Dicker. Jovencísima, no tiene nada que envidiar a Raymond Chandler o al mismísimo Truman Capote.

Lorena Franco, es la autora que tengo entre manos, es una maestra en crear tensión, en sembrar dudas, en dirigir la mirada a un sitio y sorprender por el sitio contrario

La entrevisté hace unos días en Onda Cero, en el programa que hago con la gran Luz Sigüenza, sobre su novela “Todos buscan a Nora Roy” y ella se reía cuando le pregunté: ¿Cómo puedes tener la mente tan retorcida como para matar tanto y tan bien? Ya lo dijo Chandler hace muchos años, la novela negra es el simple arte de matar. La novela del mundo profesional del crimen. Lorena Franco, es la autora que tengo entre manos, es una maestra en crear tensión, en sembrar dudas, en dirigir la mirada a un sitio y sorprender por el sitio contrario.

Un psiquiátrico oscuro y tétrico es el centro de operaciones – me está lanzando esta mujer a escribir sobre el de Fontcalent, pero antes tengo que comprarme una recortada de las de veinte cartuchos en la recámara como mínimo-. La abuela de Eva acaba de morir sin saber ni como se llama. Le ha dejado en herencia una casa en un bonito barrio barcelonés. Ya saben lo que son las relaciones personales, un lío de cojones todas.

Una amiga le aconseja: Chica, tienes dos habitaciones vacías. Vives sola. Alquila una y, a la vez que te sacas un dinerillo, tienes alguien con quien hablar para que las tardes-noches no se te hagan tan largas.

Mal consejo. Cuidado con alquilar habitaciones, que yo había pensado hacerlo y tras conectar con Lorena Franco me he echado atrás.

Nada más publicar el anuncio le entra una chica de aspecto angelical y con acento francés, Charlotte. Frágil, silenciosa, huidiza, paga por adelantado y al instante, pero su llegada abre las puertas del infierno en la vida de Eva. Los periódicos publican el asesinato de un psiquiatra y una enfermera en ese psiquiátrico criminal. Las situaciones peligrosas y gravemente conflictivas se suceden de manera vertiginosa y Lorena las maneja con la maestría de una avezada fabuladora con una mente criminal finísima.

Déjense de elecciones y de peleas entre Iglesias y Ayuso, relájense matando en lugar de cabrearse por la política errática de economía y vacunas. Sumérjanse en la literatura de Lorena Franco disfruten buscando a Nora Roy.

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