Anónimos, amenazas, fantasmadas y otras yerbas
La amenaza de muerte, para ser algo serio y preocupante y no fruto de un trastorno mental, ha de ser mínimamente posible. El de las cartas con balas carece de capacidad operativa y criminal
Estoy hasta los moños –no piensen mal, me refiero a mis moños- de la campaña electoral. Al principio me gustaba la greña moderada porque hacía que los telediarios dejaran de hablar solo del virus. Ahora me carga. Se tiran al pescuezo y tienen a los grupos de asesores –Ivanes Redondos, Miguelángeles Rodríguez y hasta el sursum corda que se ofrezca con ideas supuestamente brillantes- haciendo horas extras en la lucha por los sillones y el poder. Se estrujan las molleras buscando una frase efectista y todos coinciden en que se juega algo más que Madrid. Se está jugando España y la victoria de la ultraderecha o del comunismo. Ahí es nada. Hablan de cordones sanitarios que se inventaron en el siglo XVIII, en el gobierno del memo de Carlos IV – creo que fue el murciano José Moñino, conde de Floridablanca- para frenar la entrada de las ideas revolucionarias francesas. No hay que hacer cordones, las ideas fascistas se combaten en los parlamentos y se desarman en ellos, y digo esto cuando cada día me repele más la derecha y la ultraderecha.
La última payasada han sido las cartas con balas y con navajas. Discúlpenme, pero yo, que alguna experiencia tengo en anónimos, balas y amenazas[1], considero una auténtica payasada el numerito de las cartas con balas de cetme. Las redes, la novela a que hago mención, han hecho que un anciano de mi ignorancia tenga que andar ahora navegando en ellas, echan humo con el asunto y más tras el numerito de la señora Monasterio y el señor Iglesias en la tertulia electoral de Angels Barceló – mujer diez en todos los aspectos-.
No digo, ni se me ocurre pensarlo, que el asunto de las balas, sea un montaje similar al que organizó en su día el famoso Bartolín de La Carolina, un concejal popular que pensó que organizando un secuestro de ETA, a finales de los noventa, iba a conseguir ser una estrella de la derecha y consiguió el ridículo del siglo. No pienso que sea un montaje – como han repetido miles y miles de veces otras tantas gentes- porque de puro burdo, obligaría a mandar al autor de la idea, como mínimo, a un destierro de lustros en el desierto de Gobi para que reflexionara sobre su estupidez supina.
He visto en la tele – los ancianos jubilados e inútiles como es mi caso, vemos desde el “firdates” hasta cine de barrio pasando por los partidos vergonzosamente arbitrados al Granada- el sobre dirigido al señor Iglesias -líder de Podemos, candidato a presidente de Madrid y persona inconsecuente entre lo que predica y lo que hace. Crítica política-. Iba dirigido a Amador de los Ríos número siete, el edificio que hay detrás del palacete donde ejerce su poderío el señor Marlaska. Parece – eso ya no lo he visto- que dos sobres similares y con idéntico contenido iban dirigidos al señor Marlaska y la señora Gámez.
No me meto en la vigilancia que puedan llevar a cabo los empleados de Correos porque no tengo ni idea de ella – no sé si son vigilantes jurados, si son empleados de a pie o si tienen no sé qué detectores para encontrar cosas con pólvora que puedan ser enviadas a través de ellos-. También las redes en este apartado se han despachado a gusto explicando la manera de actuar en el organismo público. Dejando a Correos a un lado. ¿Alguien que no sea imbécil puede pensar que una carta o un paquete, aunque contenga un jamón de jabugo o la Perla Peregrina de mi amiga Carmen Posadas, puede llegar a manos de un ministro, una directora de la Guardia Civil o un expresidente del gobierno, sin pasar por controles exhaustivos? Una cosa les puedo asegurar: ni Marlaska, ni Iglesias ni la señora Gámez han abierto los sobres con las balas. Otra cosa distinta – dando por sentada la cobardía de todos los que escriben anónimos, que son cobardes genéticos e irrecuperables porque cuando uno escribe algo debe tener los cojones de firmarlo- otra cosa distinta, digo, es que, tras las cartas de imbécil, los políticos se lancen en tromba a hablar de amenazas de muerte para dinamizar burdamente la campaña electoral.
Ruego a los políticos contrincantes que se dejen de efectos especiales, en esta y en cualquier campaña, y nos digan qué pasa con el caos de las vacunas y cuál es el orden que llevan
La amenaza de muerte – entiendo- para ser tal, para ser algo serio y preocupante y no ser una payasada ni una fantasmada, ni fruto de un trastorno mental, ha de ser mínimamente posible. El o los imbéciles de las cartas de las balas – dejamos aparte al de la navaja, identificado como un enfermo mental de El Escorial - carecen de capacidad operativa y criminal para llevar a cabo esa patochada escrita con letra de molde: “tú y tu familia merecéis la pena capital”, o algo así. Deben ir a la cárcel, pero les vendría mejor un cotolengo. Merece una clase de psiquiatría, el sobre con remite incluido, que envía un esquizofrénico pero no un cobarde, con la navaja de Albacete.
Ruego a los políticos contrincantes que se dejen de efectos especiales, en esta y en cualquier campaña, y nos digan qué pasa con el caos de las vacunas y cuál es el orden que llevan – se han vacunado Puig y Ábalos y conozco un puñado de abuelos de mi quinta que aun esperamos la llamada porque ignoramos si es requisito para ser vacunado tener teñidas las canas y con un toldo los claros de la cabeza-. Creo que a los de mi quinta nos consideran vacunados con las de la mili o quieren liquidarnos directamente para aligerar la hucha de las pensiones. Que nos digan cómo van a sacar al país de la ruina y a los cinco millones de parados del desempleo y se dejen de balas de gilipollas y de navajas de enfermos mentales.
Otro motivo de cabreo: los bancos. Hay que tener una cuenta por huevos. Si no tienes una cuenta, no existes. La luz, el teléfono, el agua, el seguro…deben pagarse por banco. Es imposible ir a ningún sitio a pagar y ya murieron todos los cobradores de recibos antiguos. El sueldo, la pensión en el caso de los decrépitos, hay que cobrarlos por banco. La renta pagarla por banco lo mismo que los ibis, las basuras y los impuestos de vehículos. Uno cobra y, en la mano solo ve, un diez por ciento tirando por arriba. Tu dinero lo tiene y lo mueve el banco. Solo es un apunte que va para acá o para allá. Salvo en el caso de los forrados que pueden hablar de casoplones, cochazos y barcazos, que evidencian el poderío.
Los bancos tienen nuestro dinero y cobran por tenerlo. Si pides un crédito te lo dan – si estiman que eres de fiar- al siete por ciento. Si tienes cinco mil euros en cuenta no recibes un duro y tienes que pagar por ello. Negocio redondo.
Va más allá la cosa. Dos grandes bancos se han fusionado creando el número uno de los bancos españoles. Para aumentar la rentabilidad hay que suprimir oficinas y hay que echar a la calle a más de ocho mil trabajadores, que esa es otra, al banco no hay que ir para nada. Ya están las páginas “güeb” y las “apepes”. En este caso los inútiles como yo, que estudiamos carreras cuando los apuntes se tomaban a mano y ningún profesor colgaba nada en la nube y había que estudiar a puro huevo, tenemos que sacarnos a la vejez una ingeniería informática para operar con nuestra pasta. Poca, pero pasta.
¿Qué pasa con las rentabilidades de estos bancos fusionados? Tengo entendido que se llevaron un pastón para reflotarlos. El banco de España cifra en más de sesenta mil millones el rescate. ¿Eso se da por perdido? ¿Va a pasar como con las autopistas ruinosas? Si hay ganancias se las llevan los de siempre, los de cochazo y el casoplón, los del yate y las rubias de bote recauchutadas. Si se pierde pagamos los “pringaos” de toda la vida, sin rubia de bote porque se ha ido con el del yate.
¡Ayyyyy, señor! Hablando de rubias de bote, me voy a relajar con la novela de mi compañera de página en Esdiario. Mónica Nombela ha publicado “A contratiempo”. Yo quiero ir a un cumpleaños como ese que cuenta en su novela. Demuestra un enorme talento para dar en cada ocasión con la palabra adecuada y enlazar ocurrencias esparcidas con astucia a través de personajes consistentes. Hay un cierto desmadre, apetecible y lúbrico – por eso me apetece que me inviten a uno de esos cumpleaños, que ya iré preparado para superar el miedo al ridículo-. Hay un desmelene festivo y algo más, como solo saben conseguir las mujeres que se juntan tras unos años y se van a celebrarlo lejos del monótono ambiente – marido, niños, casa- de cada día.
¡La madre que me parió! Yo iba a escribir hoy sobre el infarto que hemos estado a punto de provocar en un notario por un procedimiento atípico de divorcio, pero… será la semana próxima.
[1] No pretendo propaganda que ya no me hace ni puñetera falta, pero si alguien niega mi experiencia léase, por ejemplo, “De prisiones, putas y pistolas” mi última novela o la que ya tengo contratada con mi editor, Kerrigan, y a la que aun ando buscando nombre.