…Y ahora, volved a vuestras casas
¿Qué me importa a mí que se corte la coleta o que se pinte el pelo de color fucsia? El pelo ha sido siempre una de las fuentes de mis complejos. Nunca pude llevarlossin cortar más de 15 días
No pienso reírme a lo largo de todo el artículo como hago habitualmente. No está el horno para bollos. ¡Noticia de primera página! ¡Noticiónquetecagas! Don Pablo Iglesias, ex vicepresidente del gobierno, ex secretario general de Podemos, se ha cortado la coleta. A este paso, al vicepresidente dimisionario, lo acabaremos viendo de manera habitual en la prensa del corazón. ¿Qué me importa a mí que se corte la coleta o que se pinte el pelo de color fucsia? No entiendo la importancia del titular de varias televisiones esta tarde. O sí. El pelo ha sido siempre una de las fuentes de mis complejos. Cuando hacía el bachillerato, y en los primeros años de universidad, estaban de moda las melenitas tipo Beatles. Nunca pude llevar los pelos sin cortar más de quince días porque, independientemente de mi piel roja, mi cabeza se confundía con los Jacson Five, con Santana o con el vocalista de Mungo Jerry, aquel que cantaba “el verano es el momento de amar, con las chicas salir y el dinero gastar”. Todos con su melena y yo con el pelo al cepillo, como legionario en Larache, no me tiraba ni al suelo. Jamás tuve que confesarme, por más que el cura me preguntara, de pecados contra el sexto mandamiento. Los posibles polvos no habrían sido pecado, habrían sido un milagro. Nunca fue noticia mi visita al barbero, aunque ahora me consuelo. Todos aquellos melenas “modelnos”, ahora están calvos como un litro de vino y yo sigo luciendo mi pelo estropajoso, intercambiable por el de mi amigo Felipe Mba, un negro de Guinea Ecuatorial sin que se notara.
También es noticia el presidente de la Diputación alicantina ejerciendo como cantante y, dicen que candidato a Eurovisión. Dan por hecho que es la renovación de la derecha valenciana tras la defenestración, con el clásico método de la patada en el culo, de la señora Bonig. ¿Renueva algo Mazón? Veo en su equipo algún resto de ultraderecha que me huele a chamusquina. Que me pregunte y se lo digo por privado – como se dice ahora-.
Pido perdón y entono el arrepentimiento: Kyrie Eleyson, como canta el coro Icali. El gobierno valenciano es un desastre en muchos terrenos: no contesta a los ciudadanos cuando se dirigen a él, no sanciona adecuadamente a los descerebrados que niegan la sana ventilación contra el covid, juergueándose psicopáticamente porque la infección no parece ir con ellos. No arregla los jardines indignos de los juzgados – vergüenza de Miguel Hernández- ni mete mano a esa escombrera, del centro de Alicante, que se conoce como “ladivisiónazul”. Un desastre, pero pido humildemente perdón por mis críticas y me desdigo. He ido a vacunarme como mi amigo, el inspector de hacienda, terror de defraudadores, Toche Solano. Después de aterrizar durante varios intentos en el descampado, he encontrado la Ciudad de la Luz. Magnifica organización, los auxiliares que te conducen como oveja al matadero, las señoritas de las mesas que te preguntan educadamente por tus achaques y tus posibles inconvenientes con la vacuna, la enfermera que te banderillea dulcemente y, por último, otra señora que te interroga, te pregunta cómo te encuentras y te ordena sin aspavientos que te quedes quince minutos sentado por si te da un “yuyu” motivado por la Moderna.
Ximo: limpia los jardines de los juzgados y la escombrera de “ladivisiónazul”, indigna para cualquier ciudad civilizada y soy capaz hasta de hacer campaña contigo y con tu director de emergencias. Me dan un carnet de vacunado que sirve para moverse por el mundo con certificado de limpieza de sangre, como los que llevaban los cristianos viejos, lejos de moros y judíos, en los tiempos de Torquemada.
El estado de Israel representa hoy la barbarie – dice con toda razón mi compañero de pupitre José Antonio Pérez Tapias-. Ayer estuve en la Universidad Miguel Hernández hablando de terrorismo integrista. La religión inyectada de política y dos pueblos diciendo a la vez, que Dios ha dicho que esa tierra es suya. Cuatro mil años dura la guerra.
Mientras escribo esto, otra noticia me impacta: Detenido el subdelegado del gobierno en Valencia y el ex vicealcalde, Sr. Grau, acusados de cobrar comisiones a contratistas. ¡Mierda de dinero que todo lo enfanga, aunque debamos presumir la inocencia!
Me doy una vuelta y me refugio en un banco de la Explanada. Llevo en la mano – es un modo de desintoxicar y matar el cabreo- una novela impactante, un reportaje. Evelyn Mesquida es una periodista y escritora alicantina que vive habitualmente en París. Ya nos deleitó y nos instruyó como una magnifica profesora de historia con su anterior obra: “La Nueve” una compañía de republicanos que, tras perder la guerra y huir, dieron tumbos por África con el general Philippe Leclerc y tomaron París a los nazis subidos en tanquetas pintados a brocha con nombres tan españoles como Brunete o Guadalajara.
Después de “La Nueve” Evelyn Mesquida – que dice que solo es periodista y no historiadora, pero investiga y sabe más que muchos consagrados y con títulos colgados en un marco- se ha venido arriba y ha seguido con el tema sangrante, históricamente maltratado y casi olvidado de los republicanos que huyeron tras haber perdido la guerra contra Mola, Kindelán, Queipo de Llano, Sanjurjo, Yagüe, Varela, Millán Astray, Aranda, Alonso Vega y… Franco.
Evelyn Mesquida se habrá buscado más de un enemigo con esta obra. Es el problema que tiene escribir la verdad
Andando día y noche, descalzos, hambrientos consiguieron llegar a Francia y allí los esperaban los campos de concentración vigilados estrecha y duramente por los senegaleses. Francia – cuenta Evelyn en su libro y a mí de viva voz en torno a un café cerca de esa plaza mugrienta que recibe el nombre de la división fascista- había perdido en la guerra un millón ochocientos mil hombres. Los nazis los habían vapuleado bien y, unos muertos y otros prisioneros en Alemania, habían dejado al país sin brazos para trabajar ni para defenderse.
Desde Argeles sur Mer y desde las decenas de campos de concentración en que malvivían, los españoles sacaron la casta y el coraje, y trabajaron y pelearon, como ellos sabían hacerlo, sin descanso y sin tregua. El libro de Evelyn está lleno de nombres de héroes españoles – Francisco Ponzán, Floral Barberá, Ángel Tomás, Emeterio Soto, Pinocho, Juan Pujadas, María y un largo etcétera de luchadores aguerridos que pusieron al ejército alemán contra la pared. Y las mujeres, hay que mencionar su valentía y arrojo: Carmen Martín, la mujer de Pinocho; Herminia Muñoz, Valentina Serres y… María Vázquez, una belleza gallega que se parecía a Ingrid Bergman. Todas se dejaron la piel en la lucha antifascista. Arturo Pérez Reverte, en la portada del libro, lo deja claro: “Centenares de veteranos…hombres y mujeres duros como el pedernal, cogieron las armas que el ejército francés había tirado en la fuga y empezaron a pegarles tiros a los alemanes, echándose al monte y convirtiéndose en núcleo importante de esa resistencia francesa de la que tanto presumieron luego los de allí.”
Evelyn Mesquida se habrá buscado más de un enemigo con esta obra. Es el problema que tiene escribir la verdad. Evelyn ha investigado y tiene toda la autoridad para desmontar más de una falacia y más de una mentira interesada. Los presos republicanos españoles, que habían sido tratados casi salvajemente, contribuyeron de manera esencial a organizar y mantener durante años la resistencia francesa contra el ejército nazi. Y lo hicieron hasta que, al final de la guerra, el general De Gaulle, agradecido por la libertad que estos don nadie les habían regalado, pronunció la famosa frase que inicia este artículo: “…Y ahora, volved a vuestras casas”.