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Tres madrileñas…y Ayuso

Tres escritoras de mucho fuste, sabias, con un dominio del idioma infinitamente más esplendoroso que el de ese polítiquillo de medio pelo, trashumante de mil partidos, al que hay que colocar

Isabel Díaz Ayuso y Toni Cantó durante un acto de campaña de las pasadas elecciones / Ricardo Rubio / Europa Press

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Por fuerza me tengo que venir arriba. Solo con las horas que acabo de vivir en Mallorca, presentando En la cuerda floja y De prisiones, putas y pistolas, se me cura la depresión y las ganas de emigrar, remando, hasta Mauritania. ¡Qué manera de disfrutar! ¡Qué forma de pasar dos días con amigos que dejan todas sus tareas para organizar una mesa con la literatura y las exquisiteces mallorquinas!

Vuelvo a la cruda realidad y procuro dejar a un lado la gilipollez de esos niñatos que se creen que por tener dieciocho años son inmunes al virus y se pueden dedicar al “regaton” – esa infamia que dice ser música-. Si Barcala continúa así le voy a retirar el voto que le prometí si arreglaba los jardines – es un decir- de los juzgados y la escombrera de la División Azul. Se excusa y dice que la culpa es del “bienpeinao”, que los basureros jurídicos de Benalúa y el horror urbano de la división fascista es una cosa de la Generalitat. Admitámoslo, seamos bondadosos y crédulos, unos por otros, la casa sin barrer.

Nada tiene que ver el del tupé en la resurrección a impulsos de la ultraderecha que quieren hacer de la ley contra la mendicidad. Mil veces he dicho aquí que en Alicante hay cada día un par de mendigos más. En mi andar anciano – Santiago González es testigo porque andamos juntos en lugar de dedicarnos a vigilar obras- los tengo controlados a casi todos. Eliminemos la mendicidad, pero no con una ordenanza municipal sancionadora. ¿Alguien sabe de algún mendigo que pida limosna por gusto? Si multamos al mendigo hacemos el ridículo porque el pobre dirá con razón: ya me gustaría tener una cuenta que embargar para hacer frente a la multa. La mendicidad no se erradica con ordenanzas municipales inspiradas por el fascio sino con actividad gubernamental adecuada. Sánchez déjese de milongas ni hostias en conserva y dedíquese a crear empleo de calidad. Use los fondos europeos para eso y no para organizar chiringuitos donde ubicar amiguetes ansiosos por cobrar jugoso y seguro sin preparar oposiciones.

De los chiringuitos no se escapa nadie. La ínclita Ayuso, modelo a seguir por la derecha europea, musa de Aznar y faro que guía a Casado en su persecución de la Moncloa, ha destapado el tarro de sus esencias. El señor Cantó – solo le falta haber militado en la Liga Comunista Revolucionaria en su trabajosa evolución política- se fugó hace poco de ese partido en disolución y dijo que “volvía a lo suyo”, el arte dramático que ha desempeñado con nula fortuna. Nada que ver con López Vázquez, Sazatornil o Sacristán que sí son grandes en la historia del cine y el teatro. Refugiado junto a Ayuso ha encontrado acomodo en un chiringuito que – dicen- le va a suponer un pesebre de postín: setenta mil pavos anuales en su calidad de Director de la “Oficina del español”. ¡Me cago en mi estampa! Muy lejos de esos emolumentos estaba yo en los años directivos de la cárcel de Nanclares de la Oca, con etarras, facinerosos, narcos, homicidas y atracadores de todo tipo. Mucho menos de ese sueldazo tenía en Valencia con tres mil inquilinos o en Palma de Mallorca hace tres días y medio, con un primer recuento de mil novecientos sesenta y dos delincuentes ingresados. Claro… aquello no eran chiringuitos, cómo vamos a comparar a un carcelero con un actor de prestigio que va a cuidar del español desde una oficina de Madrid. Que se preparen los que fijan, limpian y dan esplendor, los de la real academia. Esos van al paro echando leches.

Hago una propuesta a Ayuso, creadora del chiringuito infame. Señora presidenta: He leído en estos últimos meses tres obras, tres, todas escritas por mujeres madrileñas y cuya lectura le sugiero por si tuviese usted a bien cambiar la designación del director de ese chiringuito vigilante, impulsor y abrillantador de nuestro idioma. Las tres mujeres que propongo para el cargo son madrileñas de pura cepa, cultas, ilustradas, con carrera universitaria – para que no las comparen con Lastra ni con ningún dirigente sindical aficionado a las gambas, delegado del gobierno, diputado, procer o asimilado- y escritoras con todas las letras.

Señora Ayuso: detallo una a una las obras – leídas todas en mis horas interminables de asueto como anciano inútil dependiente de la ministra Montero, la de Hacienda , no la otra que vive de un chiringuito similar en su inutilidad al que usted le está montando a don Antonio Cantó-.

Olga, Mónica y Sandra… cualquiera de las tres lo haría mejor que el de Ciudadanos…

Sandra Aza, madrileña, abogada, escritora con un dominio del lenguaje de Cervantes que nada tiene que envidiar a Cela, a Delibes, a Zafón o a Fernando Schwartz. Esta mujer se ha descolgado hace unos meses con una “ópera prima” que, si hubiera justicia literaria, ya tendría que estar arrasando en los primeros puestos del escalafón y ella, retirada de cualquier otra tarea que no fuese la de escribir. Libelo de sangre, la novela de Sandra Aza, nos traslada con la facilidad con que solo saben hacerlo los escritores geniales, al siglo XVII, el siglo de oro en Madrid. Con su literatura podemos recorrer sus calles, sus conventos y sus iglesias. Podemos oler la suciedad endémica de aquel pueblacho destartalado y tratar con los golfos y los sinvergüenzas, los soldados en paro, los borrachines, los frailes libidinosos y solicitantes que poblaban sus callejas y sus tabernas. Podemos, de la mano de esta madrileña, sentir el terror que la Inquisición inspiraba cuando, en nombre de Cristo, perseguía a judaizantes y acusados de coquetear con Mahoma, buscando fundamentalmente desplumar a los encausados y enriquecerse -lean, ahora que llega el verano “Los orígenes de la Inquisición en la España del siglo XV”, de Benzión Netanyahu, el padre del primer ministro israelí recién defenestrado-.

Olga Luján, madrileña de Getafe, enfermera y escritora sobrevenida, que ha hecho de su tragedia una oportunidad espléndida y a la que le salen los renglones de manera natural, como si respirara y sin el menor esfuerzo. Entre vinos hablaos, es la novela de Olga Luján que, con la maestría de un catedrático de historia moderna y con la capacidad de enganche del Ad Gaude al que pienso invitarla en la Casa Sicilia cuando venga a Alicante con Sandra, nos sumerge en la vida diaria de la España negra de principios del siglo XX. Sí, señor Cantó, la de la pobreza y los jornaleros que se tornaban anarquistas porque no tenían chiringuitos como el suyo donde llevarse sueldazos de cojones sin doblar el espinazo. La España negra del Borbón nefasto, aquel desalmado, el número trece de la saga alfonsina, que andaba con su amante echando polvos en Burgos mientras los pobres se dejaban la vida en los pedregales de Annual, convencidos por la propaganda monárquica y eclesial de que estaban defendiendo a España. ¡Qué bien escribe esta mujer, Dios! ¡Qué dominio del idioma y que envidia más salvaje me corroe hasta la última entraña cuando la leo!

Mónica Nombela, madrileña como las dos anteriores, abogada como la primera y feroz como una leona en celo cuando defiende sus especialidades: la familia y las sucesiones. Articulista fina y aguda en sus análisis de la realidad – mucho más fina, más lista y aguda que Canto, señora Ayuso, se lo juro-. Nombela trata a la literatura y a las aventuras que cuenta con el descaro propio de una adolescente cuya madre no hubiera sido Torquemada vigilante, como la mayoría de las madres que conozco. Con esta señora tengo, eso que los psicólogos llaman ambivalencia afectiva: por un lado le tengo manía porque le pedí un trabajo – en negro, sin nómina y sin asegurar para engrosar la pensión y me dijo que una letrada en ejercicio no puede caer en ese chanchullo-. Por otra parte, le tengo cierto cariño porque escribe en Esdiario y entre bomberos no podemos andar pisándonos la manguera.

A contratiempo, se llama su novela. No es del siglo de oro como la de Sandra. Tampoco de principios del XX como la de Olga. Es una novela más liviana pero no menos real, la vida misma. Unas amigas se reúnen para celebrar el cumpleaños de una. ¡Qué peligro tienen esas mujeres de cuarenta y algo cuando se juntan en las celebraciones! ¿Dónde cree, señora Ayuso, que se reúnen cuando la vida las ha desperdigado por toda la geografía hispana? Se reúnen en Madrid y este libro lo podría usted utilizar, señora presidenta, como reclamo turístico mucho mejor que el chiringuito que le ha creado a Cantó. Las amigas se juntan, recuerdan los años del instituto, la adolescencia, la edad del pavo, los primeros amores y hasta hay tentaciones contra la castidad porque aparecen en la novela algunas asignaturas que no fueron aprobadas en su momento y hay que recuperarlas aunque sea unos años más tarde. Odio a muerte a Nombela por no haberme invitado a ese festejo.

Tres escritoras de mucho fuste, sabias, con un dominio del idioma infinitamente más esplendoroso que el de ese polítiquillo de medio pelo, trashumante de mil partidos, al que hay que colocar no se sabe bien por qué. ¿Defender el español? Olga, Mónica y Sandra… cualquiera de las tres lo haría mejor que el de Ciudadanos… perdón, el de UPyD, perdón el de Vecinos por Torrelodones, perdón el del Partido Popular. ¡Joder! Me he liado con tanta sigla.

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