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El oculto fenómeno de la pobreza

Empujados por la Palabra de Dios, ACOMAR promueve y transmite la dignidad de la persona humana

Salvador, Nuria y Daniel en el despacho de ACOMAR

Salvador, Nuria y Daniel en el despacho de ACOMAR

Publicado por
David Monllor

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Humilde desde sus primeros días, aunque bien conocida entre los vecinos del barrio de El Pla-Carolinas, la Asociación de la Comunidad de Personas Marginadas de Alicante (ACOMAR) lleva treinta años ayudando a quien más lo necesita; a los pobres con riesgo de exclusión social que pululan por las calles de la ciudad.

Tras las siglas de ACOMAR se encuentra Salvador, al que la Palabra de Dios le lanzó a recorrer las calles de Alicante junto a su mujer. Durante aquellas primeras travesías, se sentaban a hablar con los pobres, si bien algunos les rechazaban por miedo a que se 'estropease' su limosna: «Pasamos cinco años dándoles mantas y cenas calientes. Mi mujer me decía: "vamos a ver a fulano, que lo dejamos en la puerta de El Corte Inglés". No nos cansábamos porque no teníamos suficiente con lo que hacíamos, así que pasábamos las noches con ellos».

En la asociación funcionan con la máxima de no limitarse a cubrir las necesidades más básicas, sino de trabajar profundamente en el aspecto interno del pobre. Este proceso es un largo camino a recorrer en el que se establecen los pasos mediante un acuerdo. «Cuando la persona llega aquí se le entrevista para sacar su perfil. Las 'heridas del pobre' son palpables y las conceptuamos en “tengo hambre, estoy solo, no tengo techo ni ropa". Pero la parte interna aparece como consecuencia de lo externo. El vacío es algo que percibimos y no es fácil. ¿Qué medicina tienes para un fracasado o marginado? En una farmacia no te ayudan con eso, por ejemplo», cuenta Salvador.

El amor como hilo conector

Decía el refrán que «obras son amores, y no buenas razones». Salvador tiene claro que el amor es entregarte al pobre sin esperar nada a cambio, bajarse del pedestal para ponerse a su altura. «Es una inmensa alegría compartir sentimientos para tratar de llenar ese vacío. No dejan de ser personas con el mismo corazón que cualquiera. Algunos son complicados pero muchas veces los que son reacios a hablar acaban siendo los más abiertos».

A Salvador le acompaña Nuria, psicóloga de formación a la que una charla en el colegio le acercó a la asociación. No imaginaba, sin embargo, que el fenómeno de la pobreza fuera tan chocante. A lo que fundamentalmente se dedica es a escuchar a los pobres, aunque, confiesa, hay personas no siempre dispuestas a hablar: «Unos tardan meses; otros, años. El proceso de recuperación no tiene un tiempo estimado, pero cuando ven resultados se genera una confianza que vuelve más fluida la comunicación».

La realidad va más allá del mendigo del semáforo. Aparecen personas que nunca esperaron verse en una situación así

También aduce que se habla poco de los problemas que pueden tener las personas sin techo: «Hay enfermedad mental, abandono personal, autoestima baja o nula relación con familiares y amigos. Entonces, el trabajo continuo resulta primordial. Si les dices que vengan una vez al mes es más complicado. Aquí encuentran un apoyo que no tenían antes. Cuando vienen a por la bolsa de comida les animamos a sentarse y hablar porque ser escuchado hace la diferencia».

La visión distorsionada del pobre es otra quimera que se presencia a menudo en el imaginario colectivo. «La gente se piensa que son personas sucias, maleducadas, y la verdad es que hay de todo. Aparecen personas que nunca esperaron verse en una situación así. La realidad va más allá del mendigo del semáforo», afirma Nuria.

Uno de los aspectos decisivos en el funcionamiento de ACOMAR es el voluntariado, que divide sus tareas entre la cocina, el servicio de limpieza y mantenimiento, y el reparto de alimentos. «Esto es una cadena de mutua colaboración en la que vienen mayores y jóvenes». Además, ocurre algo muy importante en este camino del voluntario: al principio no se conocen, pero conforme pasa el tiempo surge la afinidad y salen amistades de esta asociación.

La humillación del pobre

Daniel es vecino del barrio y siempre miraba, sorprendido, las colas que la gente hacía para recoger un bocadillo en la asociación. Lo que no imaginaba es que algún día le llegaría el turno de llamar a la puerta de ACOMAR. Fue hace diez años, para ser más exactos. «Venía de una vida laboral estable, con un trabajo importante cuyo sueldo me permitía vivir holgadamente. Tenía mi piso, mi tarjeta de crédito y una estabilidad social y económica».

He visto a personas de cincuenta años dormir con un ojo abierto porque no se fían de nadie

Ha vivido en carne propia la vergüenza de vivir en la calle, donde la gente se disfraza para ocultar su miedo a la soledad y la intranquilidad de nunca sentirse a salvo: «He visto a personas de cincuenta años dormir con un ojo abierto porque no se fiaban de nadie».

Su camino de recuperación fue tedioso durante los dos primeros años, pues se sentía una persona hundida, sin norte en la vida. Pero la confianza y el respeto mutuo entre él y Salvador funcionó: «Es un milagro que pueda conversar sobre ello, antes lloraba porque no sabía expresar el dolor que llevaba en mi interior. Por suerte he cerrado la cicatriz y ayudo en lo que me pidan».

Lo que ha conseguido la asociación, en definitiva, es repartir felicidad a aquellos que hayan pasado por ella. Daniel ahora no tiene dinero, pero se siente millonario en el sentido de que está plenamente satisfecho con su vida. Nuria está agradecida de vivir su vocación, a pesar de que haya días complicados. Y sin apenas recursos, Salvador ha compartido su esperanza de seguir adelante con ACOMAR. Es más, confiesa que aquí morirá.

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