Se masca la tragedia
Si Quevedo viviese hoy no habría podido escribir “érase un hombre a una nariz pegado” por ofensivo y si el Arcipreste de Hita escribiera hoy El libro del buen amor, sería denunciado
No me voy a poner nostálgico ni a dar el coñazo con la guerra – empiezo a escribir esto el dieciocho de julio y creo que hoy se cumplen ochenta y cinco años del Golpe de Estado que desató la guerra incivil-. No me pondré plasta hablando de Sanjurjo, de Mola, de Franco, de Millán Astray ni de Yagüe. Todos generalotes que, sin ganar una sola batalla contra ningún enemigo exterior, se emplearon a fondo contra su propio pueblo. Es típico de los cobardes – lo he visto en primera fila en mis cuarenta años de cárcel- ser muy valientes y duros con los débiles, y serviles y pelotas hasta límites insospechados con los fuertes.Se me amontonan los asuntos y no sé por cual empezar – dejo a un lado la guerra para no enfadar a la gran Luz Sigüenza con la que sigo soñando, noche sí y noche también desde hace 24 años. Mi amigo Antonio Vilaplana, para quitarme la depresión que me ha ocasionado volver de la Semana Negra de Gijón con mis prisiones, putas y pistolas, me invita a un arroz excelente en la Vega Baja. Nos acompaña una abogada guapísima que se dedica a asuntos de propiedad intelectual y que hace que, tanto a Antonio como a mí, se nos caiga tres o cuatro veces el arroz en la pechera, la sepia a la plancha en los pantalones, y la baba por todos los sitios.
Superado el trauma de los recuerdos negros de Gijón, del bellezón jurídico que no nos hace ni caso, y del arroz regado con Ad Gaude de la Casa Sicilia, emprendemos camino de vuelta y Antonio me da otra sorpresa mayúscula: muy cerca del restaurante del arroz con conejo y caracoles, se encuentra el que fue conocido como Campo de Concentración de Albatera. Allí, muchos miles sufrieron la venganza de quienes se erigieron en Estado de Derecho cuando no eran más que unos patanes golpistas. Hice jurar a Antonio que usaría sus influencias para que podamos visitar ese antiguo lugar de ignominia. Los mantendré informados porque – dada mi pasión por la historia desde que juré no leer ni una letra más de derecho penal y penitenciario- quiero ver en primera fila el sitio por dónde pasaron y sufrieron todos aquellos desgraciados que eligieron Alicante para huir del ejército fascista y acabaron, primero en el campo de concentración de los Almendros – ahora la Goteta- y luego en el de Albatera que realmente está en San Isidro y que instalaron allí porque estaba cerca el apeadero para los traslados.
He disfrutado lo que no está en los escritos en Gijón, una pasada de Semana Negra cuajada de primeras filas de la literatura. Charlar y convivir con ellas unos días es un privilegio impagable. Lo malo es el viaje. El tren no pasa de cincuenta kilómetros atravesando la cordillera cantábrica. El paisaje es espectacular, pero para disfrutarlo en un tren antiguo, asomado a las ventanas, con el aire en la cara y no en uno herméticamente cerrado. Me toca delante un individuo que invade mi espacio con su maleta y su pie. Tengo un ataque de prudencia y no digo nada. Menos mal porque al levantarse vi que el pobre cojeaba y no tenía posibilidad de poner el pie en otro sitio y arrastraba la maleta penosamente. Le cedí el paso y me alegré de mi prudencia ocasional.
Otra cuestión terrorífica son las esperas entre unos trenes y otros. Aviones, trenes y similares son lugares que ni el infierno de Dante. En ellos, donde tienen lugar todas las incomodidades, te atracan sin misericordia y te clavan precios desorbitados por bocadillos congelados que saben a plástico. Entro en los servicios de Chamartín y veo a un tipo – como de patio de Fontcalent- que anda en su urinario a punto de perpetrar un delito de escándalo público si es que allí hubiera menores. Pongo mi antigua cara de director de cárcel y le suelto: ¿Usted ha visto el sargento de hierro de Clint Eastwood? ¿Por qué? – contesta con mala hostia el practicante del vicio de Onan en el sótano de la estación. Porque debe usted saber que, en privado incluso y mucho más en público, más de dos sacudidas se consideran paja. Es increíble la fauna que pulula por las estaciones. Disfrutaba en la medida de lo posible – o sea, poco- de mi bocadillo de plástico y, presencio una bronca de circo: dos tipos se enzarzan a hostia limpia mientras uno a grandes voces afirma: te voy a matar por estar acostándote con mi mujer. Caballero – responde el agredido- se equivoca usted. Nunca he tenido tan mal gusto y jamás me he acostado con alguien que se cae de la cama por los dos lados. Eso me pasa por teñirme el pelo de rubio, que seguro era el color de pelo del ponedor de cuernos.
Hoy es difícil escribir, hacer literatura o salirse lo más mínimo de lo políticamente correcto que han impuesto los poderes fácticos
En algún momento, de trastorno mental transitorio, he pensado teñirme pero en ese mismo instante, mientras los seguratas intervienen en el altercado, decido permanecer en mis canas para no tener que recuperar el Smith Wesson 357 e ir por la calle y por las estaciones de Renfe tranquilo. ¡Qué mal andan las cabezas y hasta qué punto se han puesto peor con la pandemia!
Creo que me va a caer la del pulpo. Hoy es difícil escribir, hacer literatura o salirse lo más mínimo de lo políticamente correcto que han impuesto los poderes fácticos que tenemos merecidos. ¿Se le puede llamar a uno cojo, tuerto, narizón, gordo o tonto? No. Es incorrecto. Nos hemos inventado nombres justificando el invento en que no hay que herir. Si a mí me llaman feo o piel roja no debo ofenderme porque es una descripción real. Si me llaman gordo o calvo, es mentira pero tampoco me ofendo porque quien lo hace es un imbécil que ve menos que un gato de yeso. Algún día contaré – de cuando yo era espía etarrólogo- una grabación ilegal en la que los etarras glosaban mi ser piel roja y mi aventura para encontrarme con un negro cubano usando el color de las pieles de ambos.
Si Quevedo viviese hoy, no habría podido escribir “érase un hombre a una nariz pegado” por ofensivo. Si el Arcipreste de Hita escribiera hoy El libro del buen amor y describiese a las serranas de manera tan explícita y escatológica, sería denunciado por todos los movimientos feministas habidos y por haber. Las descripciones de las serranas como monstruos de la fealdad, hoy no son posibles: “las orejas mayores que de añal borrico/ el su pescuezo negro, ancho, velloso, chico/ las narices muy gordas, luengas, de carapico/bebería en pocos días caudal de buhón rico. Mayores que las mías tiene sus prietas barbas…”. Hoy escribe eso el arcipreste y lo imputan por un delito de odio. Lean al genio Stephen King y verán que no son políticamente correctos sus personajes locos – prohibida la palabra loco, se puede decir paciente, interno…y poco más-. Si Alan Poe hubiese escrito hoy El gato, habría sido denunciado por los animalistas inmediatamente – Soy defensor a ultranza de los animales, aunque no hasta el nivel de afirmar que las gallinas son violadas por lo gallos y hay que mantenerlas separadas-. Hasta el autor del Lazarillo – desconocido- se habría visto en un aprieto escribiendo sobre el hermanastro negro del protagonista.
Lo dejó claro Dostoievski; “La tolerancia llegará a tal nivel que las personas inteligentes, tendrán prohibido pensar para no ofender a los imbéciles” – gran verdad que me ha saltado en el facebock-. Con la escabechina que están haciendo con el lenguaje – gilipollas, gilipollos, gilipolles-, todos los que tenemos hijos, hijas e hijes; quienes tenemos patria, matria y napia; los que hemos hecho la mili, la pili y la mula, tenemos un cacao mental que es mejor coger una patera en sentido inverso y remar hasta Mauritania.
En el colmo de los ridículos me entero – vuelvo a la política y a la economía- de que el Tribunal de Cuentas, independientemente del indulto que los ha sacado de la cárcel, tiene abiertos expedientes contra los gestores de dinero público en el llamado proceso independentista, que otros llamamos golpe de estado. Se reclaman ahí cantidades supuestamente desviadas para usos ilícitos, en torno a los cinco millones de euros. El gobierno catalán intenta una enrevesada operación para salvar los muebles en este asunto turbio. He leído que el intento pretende que una especie de ICO catalán avale a una entidad financiera para que garantice esa pasta y no haya que tocar los bienes privados de los patriotas. Me lío ante tanto tecnicismo y por más prensa que comparo no consigo entenderme. En mis pocas luces intento un ejemplo para aclararme salvando las distancias: Voy con mi moto por la cantera. El radar traidor me hace una foto porque en lugar de ir a cincuenta, voy a ciento veinte. Me colocan una multa de 600 pavos y, para no molestar a mi peculio, la paga Hacienda. Más o menos, salvando las distancias… y no pasa nada. El atraco de la luz es harina de otro costal con casi dos mil millones de beneficios al trimestre y con los sueldazos estratosféricos de sus gerifaltes. Sigamos votando a los predicadores de la mentira. Nos hemos vuelto imbéciles, imbécilos, imbécilas.