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La gata negra y la felicidad

Extremadura no tiene AVE. Recuerdo mis tiempos de espía etarrólogo y me pego un madrugón de tres pares con setecientos kilómetros por delante desde Alicante a Moraleja, la Arcadia feliz

Leo Messi durante su comparecencia ante los medios de comunicación

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España tiene un problema grave. No es que la luz valga el triple de lo que costaba hace un año y se asfixie al personal mientras a los jerilfaltes les sale la pasta por las orejas; tampoco que anden discutiendo si hay que poner una tercera dosis de refuerzo en la vacuna contra el virus cabrón que se niega a abandonarnos y muta una y otra vez extendiendo olas que nos compliquen la vida.

El problema no es la catástrofe económica y laboral que el virus ha ocasionado ni la gravísima incidencia en la salud mental que, ya deteriorada, ahora cae en picado. Tampoco las olas de calor que nos machacan. España tiene un único problema: Messi se ha ido del Barcelona y eso no se puede aguantar. ¿Qué van a hacer ahora los futboleros? ¿Con quién soñarán? ¿Quién desatará su adrenalina buscando los rincones más inverosímiles de la portería entre las piernas inútiles de los defensas troncos? ¿Cómo se van a venir arriba los fanáticos y van a entrar a matar, en el uso del matrimonio, celebrando goles del astro universal? Es una catástrofe nacional lo vean como lo vean. Y Sánchez disfrutando en Lanzarote como si no pasara nada mientras los gabachos nos quitan la miel de los labios. Messi llora amargamente porque “quería seguir en el Barcelona”. Lágrimas de cocodrilo. ¿Cuántos millones ha costado tirar por tierra ese amor al club y al país de acogida, con el gobierno guardando un silencio culpable? Messi es más importante que Junqueras, Puigdemont, Forcadell y todos los ex presos del Proces juntos. Si Messi llora, el Estado tiene que intervenir. Pague usted políticos para esto. Libere usted, presidente, una partida especial y denle a Messi los millones que pida – una tontería, una minucia- para que siga ejerciendo como galvanizador del bienestar patrio, pues de todos es sabido que sus jugadas erotizan a gran parte de la población y, tras un gol por la escuadra del líder mundial del peloteo, van como verracos al ayuntamiento carnal. Messi, aunque algunos no lo quieran reconocer, potencia la necesaria natalidad, imprescindible para el sostenimiento de las pensiones. Lo que yo les diga. Sánchez: no deje que los hijos de Napoleón nos humillen.

Como Messi me importa un rábano y sus goles, sus regates y su contribución al PIB me traen al fresco, yo a lo mío.

Recibo una invitación de mi editor Gregori Kerrigan – no sé si no acabaremos casados porque cada día me emociono más cuando suena mi teléfono y veo su número. Pido también una potente subvención estatal para Kerrigan-. Me habla, soltando mis emociones hasta el punto de que he de tirar de fregona porque dejo el suelo del salón encharcado, de ir a Extremadura a un festival de novela negra en un precioso rincón del noroeste de Cáceres, una esquina al pie de la Sierra de Gata lindando con Portugal. Maravilloso sitio: Moraleja.

A Extremadura – le digo a Kerrigan expeditivo- voy, aunque sea andando. Cosas de la emigración de mi infancia, mis padres en Alemania y yo tirado como una colilla, pasé unos años en el Colegio Corazón de María de Don Benito. Me examiné de la reválida de sexto en el Instituto Santa Eulalia de Mérida y tuve que repetir en septiembre. Me echaron con cajas destempladas porque había una chuleta sobre la mesa. Me tocó el tonto. La chuleta era de fórmulas matemáticas y químicas, que jamás he entendido, y yo iba por la rama de letras. Le dije al tipo que me expulsaba: ¿Para qué quiero la fórmula del ácido clorhídrico o del área del dodecaedro si yo estoy traduciendo a Cicerón? Pero Franco aún vivía y los recursos no estaban de moda. Extremadura, Corazón de María, Don Benito. Aún me pita el oído de la hostia sin consagrar que me soltó el padre Furones – un zamorano padrastro- por tocar la batería con los cubiertos mientras esperaba paciente a que un camarero mariquita me pusiera los dos cazos de fideos y este se lucía entre los chavales, manejando la olla de sopa como si fuese la estrella principal en el ballet de la Paulova.

La Gata Negra va a tener una vida muy larga porque el entusiasmo por la buena literatura es inmortal

Extremadura no tiene AVE. Recuerdo mis tiempos de espía etarrólogo y me pego un madrugón de tres pares con setecientos kilómetros por delante desde Alicante a Moraleja, la Arcadia feliz.

Salgo de noche y las claras del día me dan en Albacete. Me puede la nostalgia, voy solo como un huérfano, como un divorciado, como un escritor canalla de novela negra. En lugar de aburrirme por la autovía infame, salgo en La Roda y me meto para el cuerpo media caja de Miguelitos. Tiro la otra media porque ya me han avisado: en Moraleja se come de cojones. A ver si vas a llegar indigestado y te pasas la Gata Negra en la cama, recomponiéndote. Enfilo una vieja carretera, la que me sabía de memoria en mis años de Nanclares cuando la autovía aún estaba solo en la mente del Demiurgo.

Las Pedroñeras, Mota del Cuervo, Corral de Almaguer… Ahora entiendo lo de la España vaciada. Como Camilo José Cela tendría que haber contratado a una negra con gorra de plato para que me hiciera de chófer en el coche de Jorge Talavera – el bondadoso líder de la Fundación contra las drogas- y patear cada pueblo. El sol comienza a pegar fuerte y jalonan la vieja carretera esqueletos de gasolineras, que un día fueron prósperas, y hoy son ideales para rodar una secuela de Psicosis. Paro de contar porque pierdo el hilo, las ventas que fueron quijotescas y hoy son casas lúgubres, abandonadas y en ruinas. Paso por Ocaña, pueblo carcelario, y me acuerdo de mis Prisiones, putas y pistolas, que son las que me llevan a Moraleja, el Paraíso terrenal. Rodeo Toledo, ciudad de las tres culturas donde convivieron – por interés- judíos, moros y cristianos dándose vidilla unos a otros. Torrijos evoca al general anti fernandino, al que el gran traidor metió preso en el Castillo alicantino de Santa Bárbara. No sé si le dieron una celda con vistas al mar o al secano. Maqueda, evoca al cura de nariz judaica que fue incapaz de enseñarme química y de los pocos que no me dio una o más hostias al estilo Furones – algún día habrá que estudiar las hostias de los curas a los chiquillos como desfogue sádico sexual-. Talavera de la Reina me recuerda al “Barbero de Godoy”, la novela que nació del Taller literario de la Universidad, que impartí feliz cuando aún no sabíamos qué leches era el covid.

Entro en Extremadura por Navalmoral y veo señales de que el paraíso terrenal anda cerca. Los carteles me ponen sobre aviso: Parque Natural de Monfragüe – en el cielo los buitres planean como en las películas del Oeste-. Yuste – donde el emperador prognato fue a intentar reconciliarse con el altísimo-. Valle del Jerte – el de las cerezas y la explosión de blancura primaveral-. A la derecha, a lo lejos y a sus faldas voy recorriendo Gredos, pero no se me ha perdido nada allí y aunque veo alguna indicción hacia Ávila, dejo en paz la ciudad de la santa – hablaremos de ella otro día- y sigo hacia mi destino.

Moraleja: limpio, acogedor, acuático, silencioso al pie de la sierra de Gata, junto a la raya de Portugal, magníficamente urbanizado – creo que voy a alquilarme algo ahí para escribir la continuación de las putas y las pistolas porque el jardín del Edén tiene que andar cerca-. El Hotel La Encomienda es una pasada en atenciones y limpieza. Deberían aprender muchos – llevo meses haciendo más kilómetros que el baúl de la Piquer- a los que se les caerían todas las estrellas si vieran este.

Festival Gata Negra. Impecable en su puesta en escena y en su organización. Autores y libros, organizadores y público. Nos entendemos a la perfección. Todo sincronizado y funcionando como un reloj suizo. Nos llevan y nos traen en bandeja. Me entusiasma un pueblo que se preocupa y quiere vivir la cultura. Yo, anciano anarquista y alérgico político, me quedo prendado de su ayuntamiento. El alcalde y los concejales trabajan fuera de la política y luego, después de trabajar cada uno en lo suyo, van a su despacho a resolver problemas de los ciudadanos. Pasmado, me pellizco para ver si estoy soñando, cuando al final de la noche, los ediles de Moraleja quitan y ponen sillas para dejar todo en orden. Yo, que he visto concejal@s analfabet@s, cuya única preocupación y exigencia era que los policías municipales se les cuadraran y les dieran taconazos al intuir la presencia de la autoridad. Viva imagen del militar chusquero.

La felicidad está muy cerca de Moraleja o incluso vive allí. La Gata Negra – nunca me gustaron los gatos hasta que conviví con Joey y Axelillo- va a tener una vida muy larga porque el entusiasmo por la buena literatura es inmortal.

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