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Gayumbos Carmelo y medias Conchi

Las calles de Kabul han quedado desiertas de mujeres; veo unos cuantos hangares en los que han abandonado pertrechos militares, destruyéndolos antes para que no puedan ser utilizados

Las calles de Kabul han quedado desiertas de mujeres

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Aquí me tienen, en un resort asiáticamente lujoso, frente al mar Mediterráneo, servido como si fuese uno de esos jeques árabes, que compran equipos de fútbol de los de la “Championlig”. Me sale más barato bañarme entre burbujas y chorros a temperaturas varias, con piedras humeantes y vapores con esencias de película de Alí Babá, que pagar la factura del agua y de la luz, a los precios estratosféricos que la han puesto las desaladoras y los grupos de presión de las eléctricas: una banda. Me han echado de casa por protestar y me voy a quedar en el resort de las Mil y una noches hasta que el cuerpo aguante o hasta que la tarjeta eche humo y, achicharrada, me haga un corte de mangas cada vez que intente pasarla.Mi señora, una sargento chusquero, una cabo furriel, que ya la habrían querido, impagable en mi mili, cuando los hombres todavía cumplíamos con la patria. Me acusó – en presencia de los municipales- de omitir el cariñoso saludo matutino, de roncar como el león de la Metro Goldwyng Mayer y de decir entre sueños, con el pinganillo del larguero en la oreja una frase ininteligible que ella quiso interpretar como una ofensa. Algo así como: “A ciento cuarenta pavos el megavatio/hora. Cabrones”. He intentado convencerla de que me refería a los que fijan los precios de la luz, pero no me ha creído. Dice que no se fía de mí ni un pelo. A partir de ahora dejaré de llamarla Agustina y la llamaré Santo Tomás. Por incrédula.

Salgo de los baños ahora fríos, ahora calientes. Ahora hirviendo, ahora congelados, que dicen que es el efecto sauna finlandesa – todo más barato que el megavatio/hora, insisto- y me avisan de la recepción. Mi señora se ha arrepentido de echarme y, para reconciliarse y desagraviarme, nos ha apuntado a los dos, en plan pareja, a uno de los viajes que organiza la asociación marchososencarretera.com. Debe de ser algo así como el imserso pero en plan juerguista y desmadrado – dentro de lo posible, que es poco- para la tercera edad.

El viaje hasta Madrid, dicen, es en autocar de lujo con aire acondicionado y wifi. También tienen aseo – vulgarmente conocido como “el tigre”- por aquello de las urgencias de la próstata y las debilidades del suelo pélvico, que todos los componentes de la expedición debemos de andar jodidos con las goteras múltiples y otros padecimientos. Tienen localizados los centros de salud de la ruta por si hay que parar a recoger recetas.

Tras meternos un plato de guiso de cordero en una venta manchega – con las abuelas llenando los bolsos de bocadillos de extranjis porque aún les dura la memoria del hambre pasada en la posguerra- llegamos al hospedaje: Hotel El Pulgoso. Sin duda conoció mejores épocas. Maqueados y alicatados hasta el techo, con medio bote de Varón Dandy vaciado desde el cogote hasta donde la espalda pierde su honesto nombre, nos llevan en el mismo autobús – el chofer tiene el cielo ganado porque ha aguantado diecisiete veces desde Alicante la canción “No me gusta que a los toros vayas con la minifalda”- hasta una discoteca de baile agarrado del barrio Maravillas, donde Manuela Malasaña se batió con los franceses. Antiguamente debía de ser una mercería que vendía fundamentalmente lencería para ambos sexos aunque primaran las mujeres, que los marianos de felpa hasta los tobillos se vendían en cualquier colmado. Reconvertida en discoteca para carrozas, no se sabe que nunca hayan puesto una canción posterior a los pajaritos por aquí y por allá, conservaron el nombre para demostrar la solera y el tronío: Gayumbos Carmelo y medias Conchi, un reclamo del que no hay que decir nada más.

Todas las abuelas sin excepción – ya tengo experiencia de otra excursión hace años a Santiago de Compostela para ganar el jubileo- llevaban los bolsos a reventar de bocatas de embutido afanados en la venta manchega donde comimos. No hubo que ir a cenar a ningún sitio, íbamos servidos con la comida de campaña, y nos aplicamos con fruición desmedida, a la ginebra y el güisqui de garrafón. Seguimos antes el consejo de fray Etilicus, un carmelita descalzo exclaustrado y arrejuntado con una monja salida, que le pegaba al tinto de manera contundente y a los cubalibres con mayor empeño aún, y nos instó a todos a beber a morro un buen buche de aceite de oliva para proteger los intestinos de la agresión alcohólica. “Que yo tengo mucha práctica de cuando decía misa” – afirmaba con autoridad y experiencia.

“Estados Unidos ha tenido un éxito rotundo en Afganistán”

La música de la discoteca “carmeloconchita”, la de los gayumbos y las medias, era para llorar: copla española de los cincuenta hasta reventar. Bailar agarrado con la propia, estos bailes de salón, es tan aburrido como hacerlo con una hermana. Hay poco motivo para la emoción y el akelarre. El disjokey, un gordo calvo, sudoroso, que se creía con ritmo e intentaba lucirse en cada pieza, arrancó con “qué tiene la zarzamora que a todas horas llora que llora por los rincones”. Yo, machote ibérico, entré al trapo decidido. En medio de la segunda, “A la lima y al limón te vas a quedar soltera”, ocurrió la tragedia. Mi señora – perdonen la indiscreción- usa faja integral con ballenas. La famosa BFIRB -bragafaja integral reforzada con ballenas de la casa Maitechu mía de Galdácano-. Cuando intentaba un escorzo girando sobre mí mismo, por debajo de mi propio brazo – movimiento muy socorrido cuando uno no tiene ni puta idea de bailar-, en la frase “tú no tienes quien te quiera”, un latigazo sordo me golpeó en el diafragma como una puñalada trapera a traición. La faja había cedido estrepitosamente – que se había descojonado, vamos- y ahí terminó mi exhibición dancística.

Para la música – no por la faja sino para dar paso a un evento propagandístico, que los políticos tienden a aprovechar estos acontecimientos lúdico-culturales- y coge el micro un representante cualificado de la Derecha Recalcitrante y Ultra – DRU, de aquí en adelante-. Entra a saco contra Afganistán y, aprovechando que los talibanes se van a condenar todos porque su religión es falsa, empieza a hablar de la vida eterna que, para los jubilados empieza con la estabilidad de las pensiones, que él y su partido nos garantizan.

Enardecido por el discurso del ultra, cojo el micro y propongo asaltar el palacio de la Moncloa, usando a las abuelas como fuerza de choque y los bocadillos que aún quedaban en sus bolsos como proyectiles alimenticios. Votan todos en contra de mi moción y, entregados al enésimo güisqui, proponen una avanzadilla hasta Jesús de Medinaceli para ganar alguna indulgencia en la Adoración nocturna. No quieren acostarse y se empeñan en ver amanecer. No era espíritu piadoso lo que empujaba a aquella plebe, una caterva tocinera y bañada en tinte para el pelo comprado por arrobas, era repelús al Hotel El Pulgoso que hacía honor a su nombre en toda su ropa de cama y de baño.

La humanidad está derrotada, en caída libre

Ante la Insurrección – véase Manolo García y Miguel Ríos en la pieza del mismo nombre- decido retirarme, tras auxiliar a mi señora para que depositara, al descuido, la faja BFIRB, de Maitechu mía de Galdácano, en una papelera que quedó rebosante.

Rendido y derrotado, malherido por el latigazo de la faja, llego a El Pulgoso. Sin fuerzas siquiera para el uso del matrimonio, veo la única cadena que funciona, una que da noticias todo el día. Biden sale corriendo una vez más, como si huyera de algo y frena exultante ante un micrófono. “Estados Unidos ha tenido un éxito rotundo en Afganistán” – dice maquillado, repeinado, planchado hasta el último pliegue e intentando una pose triunfal-.

Las calles de Kabul han quedado desiertas de mujeres; veo unos cuantos hangares en los que han abandonado pertrechos militares, destruyéndolos antes para que no puedan ser utilizados; la televisión habla de una posible hambruna entre la gente de a pie afgana – los gerifaltes siempre tienen el sustento asegurado – por la falta de los recursos más elementales y la ruina económica del país; el portavoz talibán, Zabihulla Mujahid, con voz meliflua entrenada en algún master occidental de comunicación, habla de “buenas relaciones con todos, de paz y estabilidad”. Entrevistan a una periodista que ha tenido que huir para no ser fusilada sin compasión. Los colegas del Coro del Colegio de Abogados me mandan una foto en la que un talibán lleva a una mujer atada junto a él y no puedo evitar cagarme en su puta madre del moro. Resuenan en mis oídos aún las propuestas del líder de DRU pidiendo que occidente no acoja a refugiados, como si nosotros no hubiéramos sido refugiados en otro tiempo. Cosas de nuevos ricos.

Decididamente, antes de caer en los brazos de Morfeo, no puedo evitar que me invada un pensamiento único: estos tíos piensan que somos gilipollas. La humanidad está derrotada, en caída libre.

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