Papeles de Pandora: más de lo mismo
En el mundo hay dos grupos bien diferenciados, el de los ricos riquísimos y el de todos los demás, seres terrenales, pringados, sometidos a la escrupulosa y férrea vigilancia del fisco
Otra vez una averiguación del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ) nos trae un notición de primera plana, de grandísima repercusión. Esto va a traer mucha cola. Me refiero al nuevo escándalo de los dineros ocultos en paraísos fiscales, evadidos del fisco correspondiente por personalidades, gobernantes, políticos -no les digamos dignatarios, porque muy dignos no parece que sean-, deportistas de élite y artistas. Es otra demostración en vivo de que en el mundo, a grandes rasgos, hay dos grupos bien diferenciados, el de los ricos riquísimos, que se las ingenian de maravilla para no pagar impuestos y el de todos los demás, seres terrenales, pringados, en definitiva, sometidos a la escrupulosa y férrea vigilancia del fisco y a su ansia recaudatoria. El fisco haría mejor en vigilar los extraños movimientos de las grandes fortunas que las miserias de los mileuristas, pues sacaría mucho más rendimiento. Sus problemas, los de estos grandes evasores de dinero y de impuestos, no son en absoluto los nuestros, porque ellos viven en una dimensión paralela, en la que reinan el lujo y la ambición. Tienen muchísimo, pero quieren más y vivir a cuerpo de rey. Huy, ¿en qué estaría yo pensando con eso de rey?
De los anteriores “Papeles de Panamá”, que hicieron rodar varias cabezas, surgieron intensos rumores que implicaban al emérito. Dicen que la relación entre Juan Carlos I y el actual rey Felipe VI, su hijo, está rota y no me extraña, si quiere continuar reinando durante el resto de su vida y morir de viejo en la cama, como decía la reina Isabel II de Inglaterra que tenían que hacer los monarcas. A la vista de lo sucedido después, su padre hizo lo único que podía hacer cuando abdicó en su favor, allá por 2014. Pobre hombre, la verdad es que su familia no le para de dar disgustos al actual rey, lo que en cierto modo despierta la simpatía popular, pero, por otra parte, ¿cómo es posible que alguien que vive sin saber lo que vale un peine, a costa del erario, se dedicara presuntamente a hacerse una hucha paralela de equis millones de euros -que no llevo la cuenta, pero muchísimos- y la pusiera, para más inri, a nombre de su “amiga íntima”, a través de no sé qué sociedad opaca? Es de culebrón. La Fiscalía mantiene abiertas varias indagaciones sobre Juan Carlos I en este sentido. La principal se centra en el cobro de 65 millones de euros, al parecer por comisiones de las obras del tren de alta velocidad Medina-La Meca (Arabia Saudí). A mí me da una increíble vergüenza ajena todo esto que no se lo sé ni explicar. No me sirve saber que ahora está anciano, achacoso, abandonado a una vidorra en un país de Oriente Medio en la que le tienen que mandar los sobres de jamón al vacío, ni me consuela el hecho de que tuviera un papel trascendental en la Transición, 23F aparte. Antiguos méritos no son una patente de corso para el desmadre. Los reyes en el siglo XXI lo tienen complicado para justificar su papel y han de ser más ejemplares que nunca, si cabe. La Fiscalía también tiene puesta la lupa en si recibió donaciones no declaradas y ocultó fondos en paraísos fiscales, a través de algún testaferro familiar.
El periodismo de calidad, profesional, no el de cotilleo ni los bulos sino el riguroso, de investigación, sigue siendo imprescindible hoy para poder estar bien informados
Y, hablando de paraísos fiscales, lo de Pandora, como les decía, va a dar para mucho, y ya hablan de gente del famoseo que estaría al parecer, como se desprende de los casi doce millones de documentos que han sido investigados, hasta las cejas en esta nueva entrega de los ricos también lloran. O van a llorar cuando sus miserias, quiero decir sus riquezas, se aireen a la luz pública. Al final todo se sabe. Por cierto, que varios poderosos de las vacunas contra la Covid-19 también estarían implicados en el escándalo, lo que nos lleva a la misma conclusión de siempre, que algunos han hecho de la pandemia su agosto particular. Veremos con asombro, o tal vez no tanto, las siguientes entregas del serial que, como ya nos pilla acostumbrados, igual hasta nos resbala. Las conclusiones son evidentes y surgen de la mera lectura de la información. Por una parte, el periodismo de calidad, profesional, no el de cotilleo ni los bulos sino el riguroso, de investigación, sigue siendo imprescindible hoy para poder estar bien informados. Y, por otra parte, a ver si pillan a los infractores y les hacen soltar cuanto más mejor, con recargos, multas y toda la corte celestial, que tenemos arruinada la hucha de las pensiones, entre otras muchas necesidades que atender en nuestro país.
Mónica Nombela Olmo
Abogada y escritora