La memoria histórica
Los caminos políticos de Juan y Jesús corrieron divergentes; mientras el primero se afilió a la CNT, Jesús, el cura, como era su obligación, frecuentaba ambientes falangistas y militares
Cuando Juan nació en Villena, en 1894, su madre murió en el parto, dejando a cuatro niños pequeños, José, Mariana, Virtudes y Juan, al cuidado del padre. Como era habitual en personas de “posibles”, poco tiempo después el padre casó en segundas nupcias y tuvo otro hijo, rubio y guapo, al que pusieron por nombre Jesús y por el que su hermano Juan sentía una gran adoración. La familia, en época de Isabel II, había cedido unos terrenos para la construcción de la línea férrea Madrid Alicante, y por ello a José, el mayor, lo colocaron en la sociedad MZA responsable del ferrocarril Madrid, Zaragoza Alicante. Mariana se casó con un oficial de primera del Banco Español de Crédito, Virtudes se quedó, en el sentido más amplio de la palabra, para vestir santos, pues era muy beata y sentía verdadera pasión por las iglesias y el humo de los altares, Juan entró con su hermano mayor en los ferrocarriles y Jesús, el pequeño, a instancias de Virtudes marchó al seminario de Orihuela y cantó Misa en Cartagena unos años antes de la guerra civil.
Los caminos políticos de ambos hermanos, Juan y Jesús, corrieron divergentes; mientras el primero se afilió a la Confederación Nacional del Trabajo, la poderosa CNT que llegó a contar con más de un millón de afiliados, Jesús, el cura, como era su obligación, frecuentaba ambientes falangistas y militares. A pesar de la divergencia, el cariño de los hermanos no disminuía, sino más bien fue aumentando con el tiempo. Cuando estalló el conflicto en 1936, Juan tenía 42 años y vivía en Alicante y Jesús, 36, residiendo en Villena.
Un domingo de agosto de 1937, Jesús se presentó en casa de su hermano acompañado por dos amigos, desconocidos para Juan. Los hermanos se saludaron con mucho cariño pues hacía meses que no se veían y Juan pidió a su hermano que se quedara, junto con sus amigos, a comer pues Catalina, su mujer, estaba haciendo una deliciosa paella de arroz con pieles de bacalao y patata.
Una vecina, villenera como Juan, vio entrar a Jesús el cura y sus acompañantes y reconoció al cura. Sin pensarlo dos veces marchó a la cuesta de la fábrica, esquina con la calle de Sevilla, donde la CNT-FAI tenía su sede y denunció el hecho: “Hay una reunión de fascistas en la calle de Liorna número 7”. Los libertarios no necesitaron más información. Una columna de cinco personas, al frente de la cual se encontraba Alfonso, que en la vida civil había sido fontanero y tras conocer a Durruti en Barcelona, abandonó su trabajo y militó en la Federación Anarquista Ibérica por la fascinación que Buenaventura despertó en él, se calaron el pistolón y la gorra, anudaron los pañuelos rojo y negro al cuello y montaron en el viejo chevrolet con las letras FAI pintadas en las puertas y con dos calaveras y dos tibias auténticas engarzadas en el frontal. El vehículo había sido requisado a un notario de la ciudad que había huido a Sella cuando comenzó el jaleo. El chevrolet enfiló el panteón de Quijano, bajó por la actual calle de Calderón y cruzando Alfonso el Sabio entró en la calle de Liorna, hoy López Torregrosa. La casa de Juan, que ocupaba el número 7, era de planta baja con un patio en cuyo centro había una palmera y un retrete. En un rincón había construido un pequeño banco de cocina con una chimenea y unas trébedes donde ése domingo Catalina estaba cocinando el arroz con pieles de patata y bacalao.
A su hermano le dio un beso y le pidió que nunca más volviera a traer a falangistas a su casa
Un tremendo golpe sonó en la puerta y Catalina fue a abrir. Cuando se encontró a los hombres con sus gorras, cinchas, pistolones y el pañuelo rojo y negro anudado al cuello, se asustó. Alfonso, el antiguo fontanero, preguntó quien estaba en la casa, a lo que ella respondió que su marido, su cuñado y unos amigos. “¿Reunión de fascistas en esta casa?, dile a tu gente que salga a la calle y nos acompañe”. Catalina entró en la casa, fue al patio donde estaban Juan, su hermano el cura y los amigos y jadeando por el susto les contó lo que pasaba. Juan salió a parlamentar con los libertarios. Al llegar a la entrada de la casa soltó: “Odo Alfonso, qué coño haces tú aquí?” – “Joder, caracoles”, contestó Alfonso, “no me jodas que tú eres el que vive en esta casa donde han denunciado una reunión de fascistas”. Juan invitó a pasar a su compañero de la CNT y le presentó a su hermano y a los dos amigos. “Ya ves Alfonso, ni reunión de fascistas ni nada de nada. Mi hermano y dos amigos que nos acompañan a comernos el arroz. Si queréis un plato os podemos invitar”. Alfonso declinó la invitación, se guardó el pistolón y cogiendo a Juan del hombro le pidió que le acompañase a la calle. “Mira Juan, ése que está contigo es tu hermano el cura y los otros dos los conocemos de Villena; son falangistas, así que procura que se vayan pronto pues de lo contrario habrá problemas y dale gracias a la Virgen de las Virtudes que hoy estaba yo en la federación. Si llega a estar Honorio, a estas horas estabais arreglados en la tapia del cementerio de San Blas”. Juan miró fijamente a Alfonso y le dio un abrazo largo y entrañable. “Gracias Alfonso, nunca lo olvidaré”. Cuando volvió dentro, tranquilizó a Catalina, esperó a que su hermano y sus amigos terminasen el arroz, él no probó bocado, y les invitó a que se marchasen. A su hermano le dio un beso y le pidió que nunca más volviera a traer a falangistas a su casa.
Catalina se despertó por la noche y notó que su marido no estaba en la cama. “Juan: dónde estás?”. Cuentan que Juan estuvo toda la noche en el retrete.
Esta historia que me contaba mi abuelo Juan Navarro, el ferroviario, la he recordado cuando he leído en un diario local que la comisión cívica impulsa un memorial pionero para las víctimas de la represión franquista.
Juan Navarro es Doctor en Ciencias.