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¿Y ahora qué pasa con la Constitución?

Desde el absolutismo monclovita con el partido encadenado a las conclusiones del último congreso, comenzar el desguace de la Constitución de 1976-1978, con los catalanes a la cabeza

La presidenta del Congreso, Meritxell Batet

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El Barón

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Vuelven mis amigos del PSOE (mi madre decía que había que tenerlos – amigos – en todas partes), y esta vez están contentos con la pax romana que ha impuesto Sánchez, demostrando quién es el macho que más mea ante la rendida sumisión de viejos tirios y nuevos troyanos, incluyendo los trabalenguas de un Felipe González: digo y pienso (viceversa en pura demagogia); el pico, no sé si la mina, de oro de Zapatero, pues la jubilación lo ha transformado en exaltado chocheo; y la sumisión a Moncloa de todas las baronías españolas y semi, empezando por el anfitrión Ximo Puig en el abrazo del oso blanco con el oso pardo "¿verdad que no nos vamos a hacer daño?".

Supongo que el avisado lector/a habrá percibido como de un tiempo esta parte los indepes, esencialmente los catalanes, han puesto como diría el poeta: "sordina a sus desvaríos". Lo normal después de que Pedro Sánchez les pidiera una tregua para hacerse con todo el poder socialista bajo el seudónimo "socialdemócrata" (vade retro para sus socios de gobernanza), y ya entronizado en La Moncloa y en Ferraz, no tuviera ni un rechiste interno a la hora de intercambiar cromos con quienes mayor animadversión y bilis de odio muestran frente al Estado español y contra "sus fuerzas de ocupación: Policía y Guardia Civil" (como si fueran nazis de las SS en el gueto de Varsovia).

Y ya, desde el absolutismo monclovita con el partido encadenado a las conclusiones del último congreso, comenzar el desguace de la Constitución de 1976-1978, aunque dejándole la aparente carrocería histórica de la Transición consensuada entonces por todos, con los ultranacionalistas catalanes a la cabeza escupiendo cielo, y los vascos más recalcitrantes y sabinistas otorgándole a la ETA el título de partisanos (hoy amortizados). Se empezará poniéndole un cliché al amortiguador de la monarquía, reventando al emérito como abultado símbolo delincuencial, y estableciendo fullerías sucesorias para dejar a los Borbones como quintos reyes de la baraja (Peñafiel), y palo zarzuelero, poco menos que proscrito en Catalunya y Euskadi.

Naturalmente, y en eso tienen mucho que ver los socios a la siniestra del Gobierno socialista (sustituido el áspero y rocoso Ábalos, por el facilón y acomodaticio Bolaños) siendo los podemitas y el verso libre de Yolanda Díaz descarados colaboracionistas de los indepes. España no tiene bastante con ser ya un Estado federal o muy similar, sino que deberá ser una nación de naciones; más o menos una Commonwealth ibérica y babilónica a la hora de entenderse entre las naciones miembro o "miembras". Solo hace falta releerse la historia de la antigua República Yugoslava para intuir futuros preocupantes.

Claro que en el pecado segregacionista va la penitencia de unas expectantes elecciones, y basta contar los votos de quienes no entienden, ni asumen los porqués de una innecesaria desestructuración y partimiento de España integrada en Europa, con una sola voz y no con 17 reglamentos autonómicos.

En el fondo no se trata de reformar la Carta Magna, ninguna falta les ha hecho durante siglos a países como el Reino Unido, Estados Unidos, Noruega u Holanda entre otras, sino de conseguir la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado: pan para el hoy sanchista, hambre para un mañana de las Españas invertebradas a garrotazos goyescos. Experiencia en el pasado habemus sobradas y todas dramáticas por fratricidas.

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