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'Mi mamá no tiene pelo'

El escritor y el personaje se vuelven a unir en este cordón umbilical que, al presente nos anuda el corazón, y para el mañana nos alimenta el conocimiento futuro para luchar contra el cáncer

Olga Avellán y su hijo Alejandro, Andi en el cuento ilustrado que presentó este viernes en Aspe

Publicado por
Pedro Nuño de la Rosa

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Tanto por profesión periodística como por vocación literaria he acudido a muchas presentaciones de libros, incluidos los propios, que, no suelen ir más allá del panegírico laudatorio del autor/a, y el breve comentario textual no más aclaratorio que el que ya viene en las sobrecubiertas. Entre el autor/a, el rendido presentador encomiástico, los de la librería y cuatro fieles a la persona o a la materia, cabemos perfectamente en un microbús.

Esta vez todo fue distinto, emocionante, incluso peripatético al no saber si las lágrimas que nos caían por el interior de la mejilla eran provocadas por la frustración de la situación humana luchando contra esa corrosiva enfermedad que llamamos "cáncer"; o por la condición humana mismamente, de una partida contra la muerte cuyo resultado sigue siendo incierto, aunque la medicina oncológica cada día obtenga más victorias o, cuando menos, aplazamientos de lo que hasta hace poco era expeditivo e inevitable. En este caso el cáncer de mama.

Hermoso texto, bonitas acuarelas y maquetación, todo un clásico paseo de Andi entre el amor y la muerte como cualquier artista notable de la mejor literatura ilustrada

El salón de celebraciones de Alfonso Mira (grandísima familia de la restauración alicantina) en Aspe, estaba rebosar para acoger la presentación del cuento 'Mi mamá no tiene pelo' escrito por Olga Avellán y Óscar Amat, e ilustrado por Begoña Amat, dirigido a púberes de entre tres y siete años, en los que el personaje Andi -un niño- cuenta sus experiencias desde que vivía con una madre sana y oportuna "tengo la mejor mamá del mundo. Está siempre muy sonriente. Es divertida..."

Pero un aciago día a la madre le descubren un cáncer de mama, y toda la vida de la familia cambia y, por supuesto, más terriblemente para un crío inteligente y despreocupado invariablemente acostumbrado a la presencia y cariñosa dedicación fidelísima de una maternidad omnipresente en el universo que se está creando quien todavía desconoce los zarpazos de la impredecible existencia, porque no entran dentro de su lógica interna metida en el celofán de apenas un lustro feliz.


Naturalmente el grito de negación será el primero en explotar dentro de cualquier proceso de duelo infantil, pero poco a poco la psicóloga hogareña, que representa toda madre, lo van convenciendo en que revierta el dolor y el desánimo, en empuje y positiva solidaridad filial para ayudar a su madre en ese combate que va ganando día a día, a la vez que ejerce una hermosa y didáctica labor de apostolado fraternal con su hermana pequeñita, todavía en la edad de la inocencia. Andi ya no es un perdedor descorazonado: es un combatiente por una causa común que afecta a toda la casa tras esta "madre coraje", Olga, quien, entre durísimas terapias oncológicas, desfallecimientos obligados, y remontadas interiores y exteriores, ha sacado horas titánicas para redactar un cuento que ayudará a muchos niños/as, además de emocionarnos a los mayores pensando si algo así nos hubiera sucedido personalmente.

En mi carrera profesional he tenido que ocuparme muchas veces de carcinomas, incluso en mi propia vida acabo de coexistir con un cáncer que me hizo llorar muchas noches, y amaneceres angustiados, sin embargo, no supe devolverle a la otra persona todas las atenciones y el cariño que le eran precisos. Quizás por no haber recibido el curso acelerado que me dieron la otra noche algunas y algunos afectados por esa enfermedad. No puedo sino reconocer que soy, y muchos/as conmigo, unos egoístas timoratos que nunca nos enfrentamos ante un médico presentándote ante tu descreída jeta de inmortal, un diagnóstico tan contundente y aterrador.

"Dios quiera que mañana no te toque"

Pedir perdón es poco, y por ahí empiezo. Solidarizarse con los afectados es lo mínimo. Y la compra de este libro a los niños (leyéndolo y mirándolo previamente) una demostración de que intentamos entender, desde nuestro miserable egocentrismo, un problema que es de todos, y que como decía mi madre y no repetíamos sotto voce en el acto: "Dios quiera que mañana no te toque".

Hermoso texto, bonitas acuarelas y maquetación, todo un clásico paseo de Andi entre el amor y la muerte como cualquier artista notable de la mejor literatura ilustrada. El escritor y el personaje se vuelven a unir en este cordón umbilical que, al presente nos anuda el corazón, y para el mañana nos alimenta el conocimiento futuro para luchar contra el lobo feroz del cáncer.