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Se veía venir

Consuelo empezó como secretaria personalísima del mismísimo Joan Lerma y se casó con Rafael Blasco, el cerebro más maquiavélico y artero que haya dado Alzira desde los Borgias

Consuelo Císcar y Rafael Blasco

Publicado por
Pedro Nuño de la Rosa

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Dicen que cuando de jóvenes mozas, tanto ella Consuelo Ciscar como Carmen Alborch eran las guapas oficiales de la Universidad de Valencia. Todo el mundo sabía que iban a llegar lejos estas dos hermosas musas de la progresía valenciana rendida a sus pies en cualquier pollo asambleario que se montara contra el Régimen franquista que, por entonces, inicios de los 70, vomitaba sus postreros estertores, mientras las ansias de democracia y últimas vanguardias entraban en España.

En principio y cuando mandaron los socialistas de Lerma, la carrera de Carmen fue fulgurante desde la dirección del IVAM, museo de arte moderno que se montó la capital de la hoy Comunidad Valenciana para no ser menos contemporáneo que el Reina Sofía de Madrid, pero obviamente con menores posibilidades adquisitivas y expositivas. Felipe González nombró Ministra de Cultura a la ya entonces compañera de partido, Alborch, y luego la mandaron a enfrentarse con una fulgurante Rita Barberá contra la que perdió la alcaldía de Valencia, retirándose a esa acomodaticia caja de sastre remendón que es el Senado. Un cáncer se la llevó hace tres años querida y respetada por su apoyo al arte moderno (del que no sabía mucha teoría, pero sí gestión) y al feminismo donde era una auténtica experta en Derecho y derechos.

Consuelo empezó como secretaria personalísima del mismísimo presidente socialista Joan Lerma, y se casó con Rafael Blasco el cerebro más maquiavélico y artero que haya dado Alzira desde los Borgias a día de hoy en libertad condicional por manguis. Cuando el siempre desconfiado Lerma se deshizo del matrimonio Blasco-Ciscar por un asunto de presuntos sobornos, otro político no menos sagaz, el pepero Eduardo Zaplana los fichó para recibir un curso intensivo sobre el poder (mando en plaza y miserias en los desagües) del PSPV-PSOE. Como premio a sus revelaciones del falso fondo encajonando los secretos, Zaplana le va otorgando varias canonjías en forma de Consellerias, hasta que Aznar se lleva al cartagenero-benidormí a Madrid, y el nuevo presidente dela C.V. Paco Camps acoge a Blasco para que venda al entramado Zaplana talmente como hizo traicionando a Lerma, o sea, una especie de C.-Maurice de Talleyrand, pero sin la clase ni la talla del camaleónico diplomático francés.

Aun así, aguantó la extraña pareja con Alberto Fabra (PP) hasta que comenzaron a estallar los escándalos de Consuelito en el IVAM, envidia que siempre tuvo a su fundadora Carmen Alborch, porque "la descocada mujer del pelo rojo y encrespado" como era conocida en todos los ambientes artísticos, primero se alía con un mafioso chino lavadero de dinero negro, después, continuando su maternal nepotismo apoya y sufraga descaradamente de nuevo a su amantísimo hijo, Rablaci (apocope de Rafael Blasco Ciscar), un ¿artista? mediano que mimetiza naturaleza distópicas, y, por último, Consuelito, en cambalache con el heredero consanguíneo del fallecido escultor Gerardo Rueda compra obras (reproducciones de las originales) para el IVAM, una de ellas sacándola de punto, es decir agrandándolas hasta lo desproporcionado, algo que siempre han realizado algunos artistas en vida (hoy los ordenadores), pero aquí sin el concurso del muerto, y con la desfachatez de que al ser gratis (después de haberse gastado nuestro pastón en muchas otras obrillas menores) hay que instalarla en las mismas puertas del Palacio de Justicia valenciano, tal vez como homenaje al arrepentimiento de lo que pudiera venir, y ha venido pidiéndole seis años de cárcel a esta singular mecenas con dinero ajeno. Hubo jurista que se persignaba al pasar por delante de "Las 3 Gracias", porque la obra atribuida a Gerardo Rueda, no les hacía ninguna sabiendo de dónde venía.

Conocí a Consuelo Ciscar cuando formé parte desde el Ayuntamiento de Alicante, de la Comisión Científico-Artística de Consorcio de Museos, podría contar tantísimo de esta autoritaria y mal hablada señora, pero no lo haré por respeto a mis compañeros, auténticos amigos conocedores del Arte clásico y actual, aunque, sí revelaré que, cómo siempre que nos hemos vuelto a encontrar y la Doña ha salido en la conversación, el diagnóstico solía coincidir tan unánime como común: "se veía venir, pudo llegar incluso más lejos que Carmen Alborch, y ya veremos donde acaba".

Cosas del despotismo cuando no es ilustrado.

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