Ojo por ojo – vease antiguo testamento
La familia que ha sufrido, por ejemplo, la muerte de una hija en un accidente de tráfico busca la venganza como reparación del daño
Cuando yo estudiaba Derecho y Criminología – yo pasé por la Universidad, pero la Universidad no pasó por mí, o pasó, pero muy poco, de refilón- nos daban la matraca continuamente Luis Garrido, Javier Boix, Juanjo Díez, Rafael Bañón o Faustino Urquía, todos magníficos profesores. La matraca que me martilleaba la cabeza tenía que ver con el famoso “ius puniendi”, el derecho a castigar, el derecho a ejercer la violencia que era -y sigue siendo, creo, aunque yo estoy alejado del mundo jurídico y me dedico solo a escribir y a vigilar obras- una prerrogativa del Estado. Solo el Estado, decían todos esos hombres de ciencia que he nombrado, tiene el derecho de castigar. No es posible ejercer ese derecho de castigar cuando uno ha sido agraviado, particularmente, conforme a su saber y entender y dejándose llevar por los impulsos de la testosterona –la iglesia a eso le llama ira y dice que es un pecado capital-, que surgen inevitablemente cuando uno ha sido seriamente ofendido, como me pasó a mí el otro día.
Esta semana ha habido en Alicante, la noche del lunes al martes, una tormenta de tres pares de cojones. A mí eso me da igual porque es muy difícil que el agua llegue al tercer piso y si la riada se lleva el coche, me hace un favor al precio que se ha puesto la gasolina. Ya anuncié la semana pasada “vendo coche y vendo moto”, aunque con la crisis nadie ha dicho aún esta boca es mía. Estaba yo esa noche roncando con un ruido similar a las puertas del averno –eso me dijo la última mujer que pasó por mi casa y que huyó de madrugada aterrorizada, dejando en su nota escrita: es imposible dormir como si estuvieras en el andén de cercanías de Atocha-. Esta mujer no ha hecho la mili, se ve, porque yo, cuando nos preparábamos para votar la Constitución, en la boca del polvorín de Sardón de Duero, a cuatro o cinco grados bajo cero, tenía que despertar a los soldados dándoles patadas en los riñones, pues dormían como benditos en el suelo congelado de aquellas garitas infames.
Ya se me ha ido el santo al cielo. Decía que la madrugada del martes cayó una tormenta de tres pares. Estaba yo roncando dulcemente y abrazado a mi Casilda – mi perrita Thzi Thzu, a falta de algo más macizo que abrazar-, y soñaba con Pablo Casado que asistía en Granada a la misa fascista con camisas azules, tíos con boinas rojas y brazo en alto y banderas con el pollo. Me preguntaba dónde estaban los asesores que lo dejaron entrar en esa iglesia para arruinarlo definitivamente cuando me despertó Casilda, acojonada por los truenos. Soñaba con el albondiguilla, que está cantando por soleares en San Fernando de Henares –noten que hablo en pareados ripiosos como los raperos- e implicando desde Aznar hasta Esperanza Aguirre en los enjuagues económicos en negro del Ayuntamiento de Boadilla. Estaba soñando con Pedro Sánchez, que, según todas las trazas, leo en la prensa de derechas, ha destinado cien millones de los fondos europeos destinados a salvar el país, a remozar sedes sindicales. Espero que pongan barbacoas y frigoríficos potentes, salvando así a sectores de la construcción y los electrodomésticos, porque ya saben el grito famoso entre determinados luchadores incansables por los derechos de los trabajadores: ¡A las mariscadas! Ya saben el efecto balsámico y antidepresivo que ejerce esa frase maravillosa y concluyente: ¡está to pagao!
Casilda, rascando compulsivamente y ladrando aterrorizada –a los perros les dan pánico las tormentas y los cohetes- me sacó de mis pesadillas y dejé de ver las obras por la cara en las sedes sindicales para darles lustre, brillo y esplendor, que la lucha brava, sin horarios ni días festivos, anteponiéndola a la familia y a cualquier otro placer, requiere del apoyo incuestionable de todo gobierno que se precie.
A lo que vamos. Termina mi noche de disfrute espectacular: truenos, relámpagos, rayos y centellas, granizo y lluvia a manta. El mar negro como el sobaco de un grillo y Casilda temblando sin parar, intentando esconderse bajo las sábanas, bajo el colchón, bajo no sé qué huyendo de la tormenta desatada.
Con ganas de haber llevado una ametralladora con el cargador rebosante para haber puesto en práctica con ese Fitipaldi de pacotilla la Ley del Talión: ojo por ojo; diente por diente; vida por vida
Me asomé al balcón, en plan pecho lobo, luciendo “turbo packet special” y disfruté del mar embravecido, de los relámpagos iluminando el horizonte -¡hostias qué poético me he puesto!- y del tamborileo de la granizada en la piscina de la urbanización, que uno tiene ya un nivel adquirido y vive en una urbanización con piscina, por más que en verano haya que irse de allí para no ver a una mora que –la pobre, no es su culpa vivir sojuzgada-, por causa de una cosa que llaman “su cultura” se tiene que bañar vestida mientras el moro grande y los niños disfrutan del pantalón de deporte clásico y hasta intramuscular.
Se cerraron las compuertas del cielo –vean que sigo poético- y después de la tempestad volvió la calma. Por la mañana, despreciando el billete gratis que me da Barcala para viajar en los autobuses de Vectalia, cojo mi moto y me dispongo a hablar con la gran Luz Sigüenza – mi amor platónico hace veinticinco años-. El libro de hoy se llama Ojo por ojo. El autor un tejano llamado J.K. Franko, nada que ver con Ángel, el que sigue mandando en los socialistas alicantinos.
Franko plantea situaciones límites de familias gravemente dañadas por un delito y abomina de la justicia. La familia que ha sufrido, por ejemplo, la muerte de una hija en un accidente de tráfico busca la venganza como reparación del daño. “La justicia es lo que predican a los niños y a las mujeres en la iglesia para hacerlos sentir seguros”, dice el autor de ojo por ojo, defendiendo la venganza.
Tras la tormenta, la curva que da fin a la avenida de Aguilera y comienza la de Orihuela –eso lo tendría que saber y remediar el ayuntamiento, pero parece mucho exigir que esas situaciones se palíen y los agentes de movilidad, inútiles para otras cosas, pongan conos o discos de peligro o lo que cojones sea- esa curva, digo, queda convertida en una gran piscina. Todos los coches y las motos, civilizadamente íbamos por el carril izquierdo despacito y con el cuidado que requiere una situación de peligro. Pues bien, un macarra incívico, con un land rover del paleolítico, Madrid ZV color diarrea, se mete por la piscina – tendría prisa el gilipollas- y lanzó dos mantas de agua que pudieron ocasionar una auténtica catástrofe. Un servidor, en la moto, quedó como si saliera de bañarme del Postiguet. Eso puede resultar divertido en verano, pero en Alicante 9 grados es mucho frío. Aunque Luz, en la radio, me dejara un pijama de franela sin explicarme cómo llegó allí, aquí me tenéis, con una pulmonía del 7 y con ganas de haber llevado una ametralladora con el cargador rebosante para haber puesto en práctica, con ese Fitipaldi de pacotilla, ese tipejo descerebrado, la Ley del Talión: ojo por ojo; diente por diente; vida por vida.