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La aguafiestas vuelve de vacaciones

La crisis energética que se avecina amenaza con suponer un problema de primer orden a la vuelta del verano, en este país en el que no estamos acostumbrados a pensar a largo plazo

Borodyanka, Ucrania / Foto: Carol Guzy / ZUMA Press Wire

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Desaprensivos los ha habido siempre, que no viene de ahora la cosa, ni mucho menos. Y tampoco son nuevos los jetas como estos que han venido a aprovecharse del dinero público en tiempos de pandemia. Hablo, pero no solo, del Medina y su socio el de los coches, qué obsesión, a los que espero que les caiga encima todo el peso de la ley. Entiendo que, en un momento de especial crisis, como la del COVID-19, se pueda hacer una compra fuera de lo común por parte de una administración, para adquirir material necesario a toda costa. Lo que no se entiende es que, una vez comprobado que el pedido recibido era un desastre, por parte del ayuntamiento de Madrid no corrieran a denunciarlo y a intentar recuperar el dinero que habían pagado a estos dos pájaros, en lo que parece a todas luces una operación ruinosa. No tienen perdón. Doy por hecho que en España habrá habido muchas otras transacciones como esta durante la pandemia, organizadas por espabilados con más cara que espalda, prestos a sacar tajada de lo del mal de muchos.

De todas formas, en la maraña de malas noticias en que nos hallamos imbuidos y por más que nos haya pillado por sorpresa la guerra de Ucrania, no pensemos que nuestros ancestros eran todos unos angelitos. La historia de la humanidad, la que se escribe con hache mayúscula, se compone de miles de episodios a menudo cruentos y salvajes, que dan fe de esa teoría de que “el hombre es un lobo para el hombre”, u “homo homini lupus”, como acertadamente dijo Plauto. Siglos después esta expresión fue adoptada por el filósofo Thomas Hobbes en su obra “Leviatán”, que explicaba que el estado natural del hombre lo lleva a luchar permanentemente contra su prójimo. Y así seguimos, en luchas más o menos sofisticadas. Hay quien se queja del uso de armas químicas en Ucrania, como si las bombas y las violaciones no fueran igualmente reprobables. Dicen que la industria armamentística necesitaba a toda costa una guerra y que así se explica la que estamos viviendo al este de Europa. Y, si lo pensamos, el hecho de que exista este tipo de empresa, y que haya quien ande diseñando armas cada vez más letales, es signo inequívoco de que seguimos anclados en lo de luchar, como ocurre desde que el mundo es mundo.

Estas vacaciones que la DGT se empeña sistemáticamente en agriarnos con sus anuncios de mal gusto ha sido una bella ensoñación

Con la llegada de la Semana Santa los españoles nos hemos echado a la calle, dando cerrojazo con ello a dos años exactos muy extraños, que empezaron con la pandemia. Y no es que ya no exista el virus, ni mucho menos, que le pregunten a mi amiga Merche, sino que nos hemos acostumbrado a su presencia y estamos conviviendo con él. Teníamos una necesidad imperiosa de salir a la calle y ponernos el mundo por montera, dejándonos adrede las mascarillas olvidadas en el fondo del bolsillo. El cupo de malas noticias estaba lleno y unos días apartados de la rutina suelen tener un efecto inmejorable en nuestra salud mental. Lo necesitábamos. Estas vacaciones que la DGT se empeña sistemáticamente en agriarnos con sus anuncios de mal gusto ha sido una bella ensoñación.

Lo cierto es que hemos cerrado un poco los ojos ante la cruda realidad. Algunos ucranianos se quejan de que ya no tienen tanta repercusión las noticias de la guerra en nuestro país, pero eso es sin duda porque ignoran que aquí nos chiflan los desfiles y las procesiones y estábamos ya que no podíamos más. Después de tres años sin poder lucir las mejores galas, los trajes de nazareno, adornar los pasos y sacar brillo a las varas de los penitentes, las damas de mantilla de muchas cofradías salían acompañando al trono con lágrimas en los ojos. Esa mezcla de fe, tradición, devoción y folclore a algunos espectadores también nos ha emocionado, en buena medida por ver la normalidad por fin en nuestras calles, gente por todas partes y los restaurantes llenos -y qué buena estaba la morcilla de La Bicha. Que a todos nos gusta que haya ambiente, es decir, encontrarnos con otras personas saliendo a la calle a hacer lo mismo que nosotros, pasear y ver gente, e incluso en estas fechas algunos que se declaran agnósticos se santiguan cuando pasa el Cristo yacente. Es nuestra costumbre y lo que nos enseñaron en casa, nuestra cultura, que atrae a tantos turistas y, no es por nada, pero algunos extranjeros deben de quedarse a cuadros ante los capirotes y verdugos de los nazarenos, los pies descalzos de algunos penitentes y toda esta liturgia tan necesaria para que nuestra economía funcione.

Algunos extranjeros deben de quedarse a cuadros ante los capirotes y verdugos de los nazarenos, los pies descalzos de algunos penitentes y toda esta liturgia tan necesaria para que nuestra economía funcione

No pretendo ser aguafiestas, pero en cuanto guardemos las maletas vacías después de las vacaciones y nos sacudamos un poco la modorra vamos a tener que regresar a la realidad, que no se para. La crisis energética que se avecina amenaza con suponer un problema de primer orden a la vuelta del verano. En este país en que no estamos acostumbrados a pensar a largo plazo tenemos que ponernos por fin las pilas con lo de las energías renovables. En el mejor de los casos, si la guerra de Rusia y Ucrania termina, lo que deseamos fervientemente las personas de bien, Rusia nos va a cerrar el grifo del gas y a ver cómo nos calentamos después. No seamos ingenuos, aún no podemos cantar victoria con lo de la recuperación económica. El próximo presidente del Gobierno que, según las encuestas, será Feijóo o Sánchez, va a tener un arduo trabajo por delante.

Mónica Nombela Olmo

Abogada y escritora

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